Insalubridad carcelaria

Insalubridad carcelaria

Uno de los tesoros más preciado de la especie humana lo es sin duda alguna la memoria. A través del recuerdo podemos trasladarnos en el tiempo a lejanas épocas que nos hacen revivir momentos cargados de gran emoción. Corría la década de los cincuenta del pasado siglo XX cuando a través de la radio escuchábamos la inconfundible voz romántica del cantante de tango Carlos Gardel con aquella melodía llamada “Volver”. En un fragmento de ella se oía:”Volver/ con la frente marchita/ las nieves del tiempo/ platearon mi sien/ Sentir/ Que es un soplo la vida/ Que veinte años no es nada…”
Aparentemente seis lustros apenas representan un conteo en el calendario ya que muy poco afectan ciertas condiciones de injusticia y de abuso en una indolente sociedad. Tres décadas han transcurrido a partir de nuestro último encarcelamiento en una prisión de San Juan de la Maguana a finales de 1990 y como diría Armando Manzanero “Parece que fue ayer”.
El martes 18 de diciembre de 1990 publicamos en este diario un artículo titulado “Memorias de un prisionero”. En el escrito decíamos: “Resulta espeluznante contemplar a centenares de hombres tendidos en un concreto frío tal cual si se tratara de enlatados de sardinas, sin un mísero cartón en que apoyar sus espaldas mientras duermen. Las condiciones de los pocos inodoros en función no pueden ser peores. Aguas negras se estancan en el medio del patio. Esa gente vive hacinada cual si fuera un campo de concentración. Fácilmente se identifica a enfermos crónicos, desnutridos, tuberculosos, personas con llagas fagedénicas, paralíticos y dementes… En las habitaciones de los presos comunes se notan plagas de chinches y pululan por doquier las moscas y los mosquitos. La dieta es deficiente en proteínas, consiguiendo mantenerse alimentados sólo los detenidos cuyos familiares les hacen llegar su diaria ración de comida equilibrada… Aparte del “shock” psicológico que se sufre cuando injustamente se termina en las mazmorras del gobierno, hay que agregar el asombro y la impotencia que se siente al contemplar la poca sensibilidad humana de ciertos personajes judiciales que ni siquiera se conduelen ante ese cuadro desgarrador y lastimoso que actualmente ofrecen los recintos penales… Cuando de golpe y porrazo nos vemos compartiendo tan inhóspito lugar, logramos sentir de cerca la miseria de la opresión, el asesinato de la dignidad humana y la fría indiferencia de los gobernantes”.
En los albores del siglo XXI, empezando el año 2019 vemos a jóvenes robustos, empujados tempranamente por el vicio y los delitos, tras los barrotes de los penales, para en poco tiempo transformarse en sombras de guiñapos humanos padeciendo del síndrome de la inmunodeficiencia adquirida, tuberculosis pulmonar, cólera, tifoidea, diabetes mellitus, malaria, hepatitis, infecciones urinarias, venéreas, anemia, hipertensión arterial, epilepsia, cáncer, y un etcétera dantesco de otras afecciones que desembocan en la muerte.
Lo bochornoso y lamentable es que ante tan patética situación se intente cubrir con un dedo tanto sol de injusticia. Si bien es cierto que en la Justicia dominicana no existe la pena de muerte, tampoco deja de ser verdad que una persona condenada a treinta años de reclusión lo más probable es que no salga con vida de su cautiverio. Alguien con mentalidad positiva como quien suscribe morirá creyendo en que necesariamente vendrán días mejores para la sociedad dominicana, incluidos los reclusos. El modelo anda mal, o cambiamos, o nos cambian.

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