¡Inseguridad!

¡Inseguridad!

Hoy estaría bien hacer algo fuera de lo común. Podemos, por ejemplo, brillar por la calle mientras nos dirigimos al trabajo. Mirar a los ojos a un desconocido y hablar de amor a primera vista. Sugerirle a nuestro jefe una idea que puede parecer ridícula, pero en la que creemos.  Comprar un instrumento que siempre quisimos tocar, pero nunca nos atrevimos.

Los guerreros de la luz se permiten días así.  Hoy podemos llorar por algunas viejas penas que aún están presas en nuestra garganta.  Llamaremos a alguien a quien juramos que no volveríamos a hablar, pero de quien desearíamos escuchar un mensaje en nuestro contestador automático.  Hoy puede considerarse como un día fuera de la agenda en la cual escribimos todas las mañanas. Hoy cualquier falta será admitida y perdonada… MaklubTransitaba distraída por las calles de la ciudad.  La luz roja del semáforo hizo que me detuviera. Me di cuenta también que un AMET se había colocado en la intersección para “organizar-desorganizar” el tránsito. Me dije con resignación: “la cosa va para largo”. 

Aproveché el momento para buscar una música romántica que adormeciera mis sentidos, mientras pensaba en las múltiples cosas pendientes que debía hacer.  Entonces un ruido ensordecedor me hizo sobresaltar.  Era uno de los jóvenes limpia – cristales que había lanzado sobre el vidrio delantero su esponja llena de agua turbia.  Comenzó a limpiar-ensuciar el cristal, se reía y hacía señales que rayaban en lo obsceno.  Llegaron otros.  El ciego que se hacía acompañar por alguien para que lo guiara.  La mujer de piernas deformes que utiliza muletas y golpea los carros para reclamar-exigir ayuda.  El inválido sin sillas que se arrastra utilizando un viejo cartón. 

Miraba el espectáculo que se desarrollaba tras los cristales con expectación y cierto terror. Intenté solidarizarme con algunos. Accioné el botón del vidrio, y de pronto todos se agolparon en la ventana.  Entré en pánico.  Gritaban, extendían sus manos e intentaban penetrar hacia el vehículo.  Una mano me tocó el rostro.  Mientras buscaba el monedero, otras manos casi me lo arrebatan.  Aterrorizada, subí  el cristal (¡Oh Dios! Esos mecanismos eléctricos son tan lentos!)  Por suerte para mí, el AMET dio paso y pude arrancar hacia mi destino. La experiencia me dejó marcada por el resto del día.  ¡Qué difícil es la solidaridad en tiempos de tantas miserias,  tantas necesidades, tanta violencia y delincuencia!

Creo que la inseguridad ciudadana que vive el país se ha expandido de manera preocupante y alarmante. Por doquier se escuchan historias de robos y asaltos. Las calles se han convertido en lugares peligrosos para los transeúntes.  Las casas y apartamentos no son seguros. Asaltan con armas de fuego y armas blancas, burlando todas las seguridades posibles.  El transporte público es un medio fácil para el robo.  He sido testigo de jovencitas golpeadas para robarle un celular. El tema obligado de la cotidianidad es la inseguridad ciudadana y la complicidad de los responsables de asegurar el orden público.

En una de esas conversaciones mañaneras con mi esposo, le decía, que lo más preocupante de esta situación es que la solidaridad  y el amor al prójimo se han visto afectados, porque en reacción natural, la gente busca la manera de protegerse.  Tanto es el caso, como ha ocurrido, que si alguien llama a la puerta pidiendo un poco de pan, nadie se atreve a abrir la puerta por miedo a que sea un engaño.

Creo que  la reflexión nos puede guiar por dos vertientes.  La primera es personal. Pienso que no debemos dejar que el miedo y el temor a ser asaltados nos quite lo poco de humanidad que nos puede quedar.  La solidaridad y la caridad constituyen dos tesoros que deben ser preservados.  La sociedad ya se ha impuesto demasiado en nuestras vidas. Debemos revertir la tendencia. Yo no quiero convertirme en una máquina individualista y egoísta, que vive para sí, atendiendo exclusivamente a las demandas de su propio mundo. 

Yo no quiero que el temor me arrope, y me convierta en una ciudadana que aplaude, justifique y defienda a las ejecuciones extra policiales.  A sabiendas de que los delincuentes pueden acabar con las  vidas de muchas personas, todavía creo importante creer en el ser humano y sus derechos individuales y sociales.

Yo no quiero que la solución a la violencia sea más violencia.  Creo que debemos crear mayores oportunidades a los jóvenes excluidos de todos los bienes sociales, para que encuentren sentido a sus existencias, más allá de las “naciones”, su comunidad inmediata.  Romper con su círculo de violencia y pobreza es la mejor solución.

Yo no quiero vivir en la agonía de invertir cada vez más en seguridad. No quiero ser parte de la paranoia colectiva. 

No, no quiero sucumbir y asumir acríticamente los valores impuestos de esta sociedad: el individualismo, el pisoteo de los valores éticos y la apariencia.

Solo quiero que volvamos al humanismo cristiano, al humanismo per sé.  Creo que es la única vía de salvar a esta sociedad vacía y llena de cosas materiales.

mu-kiensang@hotmail.com

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