Inseguridad y violencia

Inseguridad y violencia

De medirse por lo que se comenta en los encuentros familiares o sociales, la dimensión de la violencia callejera sería de espanto y brinco. Los casos que se publican, como crímenes, atentados y grandes atracos, que son verdaderamente alarmantes, sólo son los que trascienden, los que no se pueden ocultar. Sin embargo, los que redondean el cuadro son los frecuentes asaltos callejeros.

Sé de muchísimos casos relacionados con amigos y conocidos que no han trascendido hasta por vergüenza de que los nombres aparezcan en los medios de comunicación. Gente que ha sido despojada de relojes, anillos, cadenas, gafas, dinero en efectivo y de otras violaciones ocurridas en lugares céntricos e iluminados. No en lugares solitarios, oscuros y tenebrosos.

Los protagonistas de esos crímenes, de esa violencia son en su inmensa mayoría adolescentes, con una diabólica determinación de ejecutar sus acciones aún sea a cambio de su propia vida, como si la existencia o ir a parar con sus huesos a la cárcel fuera lo de menos. Se trata, para mí, de uno de los puntos más angustiantes de la inseguridad callejera.

Suelo indignarme cuando veo a las autoridades enfocar el problema de la violencia en función de unas estadísticas artificiales y maquilladas, muy parecidas a las cifras con las que el Gobierno describe el comportamiento de la economía. La criminalidad, que es un fenómeno social relacionado con las condiciones de vida de la población, jamás puede evaluarse por lo que se pública ni por lo que se reporta, al menos en un país con tanta impunidad y recelo como República Dominicana.

Son la impunidad, un sistema político sectorizado y la degradación de grandes segmentos sociales los que estimulan esa violencia que no se puede enfrentar única y exclusivamente a través de la represión. El desempleo, las precarias condiciones en que subsisten, la impunidad, la corrupción administrativa y la falta de esperanza son factores que empujan a muchos jovencitos a jugarse la subsistencia en la calle.

El Gobierno tiene que saber que no desmontará esa atmósfera con estadísticas ni con represión, sino con oportunidades para la población, margen de adhesiones políticas ni con represión.

La violencia callejera ha provocado que muchas familias encierren desde temprano en sus hogares.

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