En nuestro nivel social, a mayoría de los médicos no coge seguros
Ya pasó un año y un mes de confinamiento. Es tiempo, en primer lugar, de vacunarnos una y otra vez así como de volver al cuartel por dos semanas más y entonces abordar los preteridos trajines de visitas a médicos y laboratorios que imponen las edades y achaques acumulados por las mismas edades que nos permitieron los privilegios de ser partes del primer grupo local en el usufructo del saber de los médicos chinos.
Con los médicos, los conflictos ya son conocidos. La mayoría en nuestro nivel social no coge seguros, pero nos habían consentido en el retiro soportando por teléfono nuestras quejumbres, y ahora, cuando podemos verles, ya personalmente, operan con horarios recogidos, cosa que no sorprende, donde tantas cosas han cambiado y lo han hecho para siempre: que nada nos asusta, que nada nos espanta, tan solo la ausencia de muchos a quienes ya no volveremos a ver.
Con los laboratorios, la tuerca de restricciones en los servicios sigue siempre con roscas disponibles en el sentido del apriete, por lo que al llegar al primero con señas de vida presentamos los papeles e invocamos la senectud acentuada otorgándonos, felizmente, el paso preferencial que corresponde; pero al llegar al último de los requerimientos indicados por uno de los médicos, nos dicen que no tienen el servicio que demanda esa recomendación, por lo que retiramos los papeles y cruzamos a pie la calle para acogernos a la competencia, donde, sobre el mismo requerimiento se nos dice –después de un rato ya sospechoso de hablar bajito por teléfono– que era necesario llegar a la empresa aseguradora, en persona, para que ellos autoricen un análisis que debe hacerse dos veces al año y que se estaba reclamando 16 meses después del anterior ante lo cual sacaron el cuerpo con otro cuento de caminos.
De nuevo nos retiramos con la lógica entendible de que si de dar sangre se trata lo aconsejable es darla una vez y para siempre.
Y fuimos entonces a la clínica amiga desde donde sus propietarios nos han dado calor humano tantas veces como se lo han dado a nuestros hijos, a sus esposas, y a nuestros nietos que han venido al mundo sonrientes desde el primer día en sus instalaciones, donde nos dijeron de nuevo –a los dos-– que el servicio de marras tampoco era posible sin la autorización presencial en sus remotas instalaciones del ente asegurador en que pusimos la confianza del servicio a la hora de nuestras reclamaciones, y procedimos a pagar la suma adicional requerida; pero de ninguna manera podíamos exponernos a un examen adicional en las instalaciones de aquella empresa para la comprobación de nuestra situación de salud, porque sus funciones no son médicas, y sus requerimientos, siempre crecientes, rondan ya, desde hace tiempo, la denegación de servicios.
Recordamos entonces otra espera del mismo tenor, en otro laboratorio, en la que a una señora, ya ante la caja, le preguntaron en voz alta ¿Qué seguro tiene? Y ella, con toda la naturalidad del mundo dijo: ¡INSEGURO SERÁ!