Insensato consenso

Insensato consenso

[b]Señor director:[/b]

En el complejo y sutil juego de controlar el poder, los poderosos han encontrado la fórmula de como despojar a los pequeños de la pequeña cuota que habían ido logrando a las salidas de las dictaduras.

La imperfecta democracia, a paso lento y a duras penas (incluyendo dolor y sangre, no solo sudor) había estado permitiendo que el poder pierda concentración. Al perder concentración los amos del control fueron experimentando un incómodo sentimiento de desconfort, y, con la habilidad del genio aguijoncado por el temor de que ese proceso fuese irreversible e in crescendo, se inventó la herramienta perfecta para detenerlo.

Y la llamaron… «Consenso». Sagaz instrumento que quita sin aparentarlo cualquier margen de poder que directamente o por delegación, los marginados o las mayorías (que en asuntos de toma de decisión, siempre son minorías) habían conquistado o ejercido.

Consenso, inteligente medio por el cual se le roba a los votantes sus derechos y a los elegidos sus obligaciones, con la grandísima ventaja pro demás, que esto ocurre sin que las víctimas se den por aludidas.

Consenso: «consentimiento unánime», según el Pequeño Larousse Ilustrado.

Consentir: «permitir, autorizar, tolerar, admitir», según el mismo diccionario.

El quid aquí es que el consenso es un ejercicio de toma de decisión, no de recolección de opiniones y datos para evaluar una posterior decisión que se debe tomar fuera de los límites del consenso.

Así pues el patrón de ejercer el poder o gobernar por consensus es, stricto sensu, inoperante por definición y subversivo por naturaleza porque transgrede el orden de lo legítimo. Bajo este esquema las autoridades de jure son los gobernados de los poderes de facto, con la ventaja para estos que aquellos siguen siendo los responsables de los fracasos, incluyendo el fracaso que supone tomar mucho tiempo en alcanzar el consenso.

El sistema está bien orquestado porque para toda la gama de hacedores de opinión y para el pueblo en general, no hay mejor candidato a ser culpable de incompetencia y corrupción que un político o funcionario. Admitámoslo, si en algo hay consenso, es en eso; obviando que las evidencias del ineptitud y corrupción en el sector empresarial privado, en el profesional liberal y en la ciudadanía en general, son también abrumadoras.

Por su se tienen dudas sobre este enfoque, es útil revisar, por ejemplo, el caso de la ley monetaria. Averiguar por qué tardó tantos años en pasarse. Informarse cual grupo obstaculizaba llegar al consenos. Irracional como suene, los sujetos objeto de las leyes (en este caso los bancos de la ley monetaria) son los que deciden cuándo y qué controles se les debe aplicar, pero la responsabilidad y el costo de cualquier desastre corre por cuenta y riesgo de los gobernantes (en este caso, las autoridades monetarias). Por si se ha olvidado, ahí están los eventos de los bancos quebrados en el 2003, 2004, con su rosario de acusaciones al gobierno y un incomprensible y apoyador silencio a favor de los banqueros.

Se puede revisar también el caso del impuesto provisional (5%) a las exportaciones. Nueva vez, ocurre el mismo fenómeno. Los que tienen que rendir tributo son los que definen cómo, cuándo y cuánto pagarán. Hay que notar que igual que en el caso anterior, no importa que tan holgada sea la situación de quien decide vis á vis la gravedad de la necesidad que la ley intenta paliar, los poderosos siguen dos únicos objetivos: uno, mantener el control, y dos, asegurar sus beneficios.

De estas muestras se puede inducir cuáles serían los resultados de una reforma tributaria o fiscal «consensuada». Hay que hacer un esfuerzo supremo para anular la capacidad de razonamiento y pensar que el consenso, en este caso, va a generar otra cosa que no sea un engendro. Hay que hacer un acto de pura fe para creer, además, que un engendro salido del tal consenso pueda hacer otra cosa que no sea empeorar la situación.

Pobre democracia, exclava de sus tiranos. Tanto cacarear por el derecho a votar y no darnos cuenta que da igual.

Atentamente,

Norka Michelen N.

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