Insensibilidad

Insensibilidad

Me llamo Carlos”. Así se identificó el joven que, con cabellos largos y desaliñados, pecho al desnudo, descalzo y con pantalón sucio y estrafalario, extendía las manos a los conductores que aguardaban el cambio de luz del semáforo.

Su flacura va más allá de lo normal.

Sus ojos enfermizos contemplaban en espera de algo, pero noté que nadie bajaba el cristal para dejarle caer algo.

Ante su condición quise hacer como los demás, pero algo me compelió a lo contrario.

Quise ir más allá que darle una simple moneda, le pregunté por su nombre, entre otras cosas.

La rápida conversación me reveló su historia: vive en un barrio marginado con cuatro hermanos pequeños, de padres separados, madre chiripera, huele cemento, dejó la escuela y permanece más en la calle que en el “hogar”.

El semáforo cambió y debí cortar el diálogo, pero su imagen siguió en mi mente.

Carlos es un ser humano tan normal como nosotros. Sólo que la vida le va de modo muy distinto.  Él representa a otros tantos que encontramos a diario en la calle.

Son jóvenes traídos al mundo por padres irresponsables, en medio de la miseria, en tierra de políticos depredadores, empresarios ávidos de dinero, gente egoísta, ambiciosa y egocéntrica.

Cada día somos más insensibles al dolor ajeno y nuestros líderes cada vez se preocupan menos por el desarrollo y condición de vida de la gente humilde, sencilla y desamparada.

La historia es siempre la misma: un discurso repleto de promesas y más promesas, pero que cuando se llega al poder, todo se olvida.

Los funcionarios observan de manera oronda las miserias de la gente y del pueblo a través de los cristales de sus autos lujosos y potentes. 

El contacto con la miseria es para tiempos de campaña.

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