Insistencias de la realidad

Insistencias  de la realidad

Una de las verdades más pronunciadas sobre República Dominicana por críticos y estudiosos denuncia la estructural incapacidad de extender el crecimiento de la economía a la nación como un todo, reduciendo la pobreza con efectividad, integrando más gente al salario digno, a mejores servicios de educación y salud; robusteciendo al Estado en los aspectos de más impacto social. Lo último es que ya la pobreza de aquí es descrita por expertos como “rígida”. Digamos que incólume, irreductible por falta de acciones acordes con la realidad. Ahí está el paternalismo dadivoso a base de tarjetas que precariamente ayudan a comer pero no a emanciparse de estrecheces y que tiene poco de integral.
Lo que debería invertirse para sumar a más personas a puestos de trabajo y a emprendimientos creadores de verdadera riqueza, haciendo crecer tanto a la economía como al bienestar colectivo, se consume en nóminas súper numerarias de empleos improductivos que la sabiduría popular bautiza como “botellas”. Los criterios del Poder y la política se congelaron en el tiempo. Después de las barbaries del trujillismo, algunos neodemócratas, a los que de una vez se les pegó la fiebre de estar siempre en la “silla de alfileres”, se han empeñado en proporcionar respuestas, que no llegan al fondo de los males, a las necesidades de las masas preteridas, ínfimamente educadas; las que en verdad suelen estar más decididas a irse del país que a votar.

La mera labor  de receptores

Expresándose a todos los niveles la prensa dominicana viene aspirando a que se le reconozca que para cumplir cabalmente su ejercicio, al estilo de otras democracias, debe recibir directamente desde los liderazgos mayores del poder y la política, las respuestas que busca sobre temas de actualidad e importancia. Que desde lo alto surjan conceptos apremiantemente solicitados.
El poder está negado a institucionalizar el recurso de la conferencia de prensa regular para que los administradores del Estado se acojan al deber de tratar a la prensa como legítima interlocutora para la plena comunicación entre gobernantes y gobernados. Los periodistas como voz y oído de la sociedad; los que no deben seguir reducidos a la condición de receptores de notas ordinarias e impersonales modernidades cibernéticas que no pueden contrastar.

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