“Instalaciones” de pobreza

“Instalaciones” de pobreza

En la década de los setenta, el boom de la clase media dominicana multiplicó las urbanizaciones de la ciudad de Santo Domingo, agigantándola; los barrios marginados, alimentados por campesinos en busca de trabajo, crecían sin cesar. También crecía la pobreza, pero entonces podíamos ignorarla.

Las nuevas residencias parecían protegidas del populacho, aunque circularan por ellas titulados de marchantas, buhoneros, vendedores de tierra negra, y de servidores domésticos. La miseria para la época era tímida, discreta, temerosa del hábitat de la riqueza; mantenía un apartheid voluntario, sumiso. Pero seguía aumentando porque se hacía poco para redimirla. La necesidad se impuso y los pobres comenzaron a desbordarse por entre las zonas de confort. Gente buscándosela, ofreciendo trabajitos, pidiendo, y hasta robándose de vez en cuando alguna cosita sin grandes consecuencias.

Durante los carnavales electorales, de repente, como si no hubiesen existido, nos percatábamos de su importancia y su cercanía. El que vivía en Arroyo Hondo, por ejemplo, descubría, aunque ya lo presentía – la doméstica les dijo una vez que vivía allí con cinco hijos – que estaban rodeados por “La Yuca”, habitada por decenas de miles de dominicanos andrajosos que los políticos intentaban seducir con funditas de alimentos y paseándolos en patanas gritando consignas.

Pero en los últimos diez años la miseria nos golpea en las narices. Atrapados por la próspera macroeconomía, desesperados porque siguen desgraciados y creciendo exponencialmente con la presencia haitiana, se desparraman por las calles y nos enfrentan.

Sin saber de economía, contradicen al Banco Central, tomando las ciudades con llamativas ejecuciones de “instalaciones”, “performances”, y “happenings”. Quieren que los vean, molestar, y dejarse sentir. Parecen inspirados por el espíritu del magnífico artista plástico Silvano Lora, o dirigidos por el internacionalmente reconocido maestro del género Leopoldo Maler.

Uno de esos “happenings” se encuentra frente a los dos primeros edificios de apartamentos construidos en el Ensanche Naco, al lado de la construcción de uno nuevo, a minutos del Club Naco, y contempla la monumental y sospechosa “Silver Sun Tower”. Allí prosperan cuatro desvencijados tarantines cocinando al aire libre – entre ellos uno de pescados y mariscos. El tema de este “performance” es claro: indiferencia de las autoridades, la contaminación, la carencia de higiene, y un pueblo paupérrimo que tiene que comer sucio y barato.

Estas “instalaciones” de pobreza, además de tomar los espacios citadinos se han apoderado de nuestra intimidad, acosada por la delincuencia que pare el desamparo. Las epidemias son otra voz del abandono y el desgobierno. Nadie ya puede vivir de espaldas a la realidad. Esas “performances” inquietantes son imparables. Ni propagandas, paños tibios, ni trastrueques del PIB pueden detenerlas.

Es un grito de ayuda, una alarma que no podemos dejar de oír. Las ciudades se van rindiendo a la pobreza con todas sus consecuencias. Es una imposición del “mundo del jodido”, con una fiereza preocupante. Los que vivimos bien tenemos que fumárnosla, y comenzar a ser inteligentes para obligar a los gobiernos a que hagan algo por la prosperidad de esa gente.

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