Al los destacados economistas Eduardo Selman y Miguel Ceara Hatton les preocupa la forma en que se estarían invirtiendo las partidas presupuestarias destinadas al Ministerio de Educación. Así lo manifestaron en sus respectivas intervenciones en el Almuerzo del Grupo de Comunicaciones Corripio de este periódico Hoy, reseñado en la edición correspondiente al 10 de julio próximo pasado. En esa ocasión, ambos destacaron el hecho de que al mes de junio de este año el Ministerio de Educación tan solo haya ejecutado el 38% de su presupuesto de este año, y el que haya puesto mayor énfasis en la construcción y equipamientos de aulas en detrimento de los programas de formación y capacitación docente. Esos planteamientos de Selman y de Ceara nos parecieron distorsionados y un tanto alejados de lo que en realidad ocurre. Decimos esto, sin dejar de admitir que lo dicho por ambos en torno al tema que nos ocupa ha encontrado eco, no sólo en personas ajenas al oficio de enseñar, también en algunos que otros profesionales del sector. Es que la propaganda oficialista ha redundado demasiado en el tema de la construcción y reparación de aulas hasta el punto de que muchas personas creen de buena fe que es lo único nuevo que el Ministerio de Educación ha aportado a los planes de reforma de la instrucción pública.
Los que laboramos en ese sector sabemos que no es así, que además de ello, esa dependencia estatal desarrolla otros proyectos igualmente importantes como el de la revisión curricular, el de la formación y capacitación de maestros, el de bienestar magisterial, entre otros.
No estamos en medio de una “revolución educativa.” Todavía nos faltan algunas conquistas por lograr. No nos adelantemos en cantar victoria. Esos sí, es justo que admitamos que, gracias a la inversión de más de un 4% del Producto Interno Bruto en educación de parte del gobierno de Danilo Medina, se ha podido ir sentado la base para que, a corto o mediano plazo, una profunda reforma de nuestro sistema de instrucción pública pueda tener lugar.
Creemos que si no nos apartamos de la ruta trazada, de aquí a unos cuantos años, la República Dominicana figurará entre los contados países de la América española que ya disponen de excelentes escuelas, politécnicos y universidades públicas a las cuales todos (plural genérico) tienen acceso.
Apreciados economistas, hoy día una educación de calidad para todos resulta muy costosa. Ya no es dado enseñar debajo de un árbol o delante de un pizarrón destartalado. En el mundo globalizado en que nos tocado ejercer el oficio de maestro, está muy generalizado el uso de las tecnologías de la información y comunicación en los procesos de enseñanza aprendizaje. Por ello, no nos sorprendió el hecho de que al Estado dominicano le cueste más de dos millones de pesos la construcción y equipamiento de un aula. La enseñanza de los Santos Evangelios puede darse en cualquier rincón, no siendo posible en el caso de las transmisiones de conocimientos sobre matemáticas, físicas, químicas y de muchas otras ciencias. En otro orden de ideas, como bien lo expresara Álvaro Marchesi, secretario general de la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura, “la calidad de la educación de un país no es superior a la calidad de su profesorado” De ahí la prioridad que la mayoría de las reformas educativas otorga al fortalecimiento de la profesión docente.
Un sistema de instrucción pública renovado precisa de un profesorado provisto de conocimientos y técnicas de enseñanza actualizadas. Cualquier reforma educativa que aspire a verse coronada por el éxito requiere de transformaciones de algunas de las pautas que rigen el comportamiento del maestro en el aula porque es éste el protagonista principal de los procesos de enseñanza aprendizaje.
El aumento de las partidas presupuestarias, la reforma de la enseñanza, la renovación curricular, y otras medidas de mejora de todo el sistema de instrucción pública pasan a través del maestro como el mediador por excelencia entre la formulación de proyectos y la acción educativa.