Instrucciones para cultivar el jardín o convertirse en una orquídea

Instrucciones para cultivar el jardín o convertirse en una orquídea

En la epístola 29, cómo sabrá el lector de “Cartas a Evelina” (1941), Francisco E. Moscoso Puello hace un paralelismo entre la profesión humanística y las ciencias naturales. Se refiere al trabajo del botánico con relación a las preocupaciones del científico social, el mérito de aquellos que, en fin, deben laborar con los temas del hombre. En su carta el distanciamiento entre el hacer que busca entender lo social y el que clasifica y descubre nuevas especies naturales, se enfrentan a un abismo en el que opera la felicidad.

En su ética Aristóteles habla a su hijo de la importancia de la vida feliz y de lograr la eudemonía, un fin sólo alcanzable a través del ejercicio de las virtudes. Para Moscoso Puello entender la sociedad dominicana, sus vaivenes políticos, es un esfuerzo o una condena impuesta por el racionalismo que introdujo en nuestra cultura Eugenio María de Hostos. En su libro, una especie de diatriba en el que se mezclan la parodia y la crítica admonitoria sobre una dominicanidad mulata y díscola, el autor se dirige a una mujer que como narratario escucha sin participar.

Me parece que es un texto escrito a su madre, ya muerta. Y la presenta como si fuera una extranjera a quien le refiere los infortunios del país en el que nació, de la ciudad en la que vivió, entonces ocupada por un dictador. Las cuitas del autor sobre la política se cruzan con la preocupación de la madre en su libro de memorias “Navarijo” (1956). Si el padre es una figura central, de una familia que recorre en su necesidad habitacional la ciudad en tiempo de Ulises Heureaux, la madre representa la preocupación por el hijo Abelardo quien participa en la lucha política. Abelardo Moscoso tuvo que vivir varias veces exiliado de la ciudad política.

Más tranquilidad le trae a la familia Moscoso Puello su hija Anacaona quien fuera discípula de Salomé Ureña Díaz y llevó las nuevas buenas de la educación positivista a San Pedro de Macorís.

En el marco de Semana Santa, Moscoso Puello enmarca su reflexión en la vida de su hermano Rafael, el distinguido botánico que su nombre lleva el del Jardín Botánico Nacional. Describe la vida paralela entre la suya y la de su hermano. A diferencia de él, su hermano no tiene que dedicar su pensamiento a temas tan lastimeros como la política dominicana.

Francisco María viajaba a Higüey detrás de una planta (“Para él, Santo Domingo debe ser un herbario, un Jardín Botánico, o sencillamente un pedazo de bosque tropical” (179). Y esto le hace vivir en el bosque fuera de las preocupaciones sociales y de la vida en el ágora (“A ello, sin duda debe la tranquilidad con la que ha vivido”). No sufrirá de persecuciones ni de exilios. Tampoco tendrá las tribulaciones de un hombre que busca pensar en un país que es como un desierto de la razón.

El tema no es nuevo. Constituye una de las reflexiones en el marco de epidemias, pandemias y el desarrollo de las ciudades. Buscar el bosque como una manera de sanar en la vida social es tan antiguo que lo podemos encontrar en los procesos de modernización, de cambio social. El tema vino a la pluma de los míticos como en la “Oda a la vida retirada” de Fray Luis de León: “¡Oh monte, oh fuente, oh río! / ¡Oh secreto seguro, deleitoso! /Roto casi el navío, /a vuestro almo reposo/ huyo de aqueste mar tempestuoso.”

Rousseau en “Emilio” o “De la educación” y Voltaire en “Cándido» también lo agregaron al ideal del sabio. Y Borges lo dice así: “El campo y la soledad son dos grandes médicos”. Pienso en ello con la lectura de Juan Bosch en “El oro y la paz” (1976). Luego del fracaso de la toma del Cuartel Moncada, Bosch tuvo que salir de Cuba hacia Sudamérica (Piña Contreras, 2000). En el espacio andino, Bosch escribió varias de sus obras maestras, como los cuentos incluidos en “La mucha de la Guaira” (1955) y “Judas Iscariote, el calumniado” (1955), también escribió esta novela que vino a publicar mucho tiempo después.

He dicho en otra parte que si leyéramos “El oro y la paz” pensando en la vida del autor tendríamos que Bosch había llegado al grado de madurez como escritor y como político. Había entendido la política de una manera que iba a orientar sus siguientes pasos. Los personajes Pedro Yasic y el doctor Forbes buscaban en la selva cosas distintas. Uno el oro y el otro la paz. Cada quien tiene su destino: al encontrar el oro, Yasic termina perdido en la selva (donde se demuestra que lo que a la tierra pertenece a ella retorna); mientras que el doctor Forbes termina cultivando orquídeas.

Esta reflexión es importante para un hombre que comenzó su carrera como comerciante y que ya en su cuento “La mujer” (1933), aparece como un crítico de la vida que se destina a la producción o acumulación de riquezas. Bosch busca, en fin, el valor de la vida y lo encuentra en el retiro del doctor Forbes que como en “Cándido” de Voltaire en la dedicación a cultivar su jardín.

Los políticos dominicanos viven el ágora la pesadez de la ciudad. En las repeticiones de la vida cotidiana, sin reflexionar muchas veces en su destino. El pensamiento está muy alejado de los que practican la política hoy. No siempre ha sido así. El ideal de cultura también se encontraba en los intelectuales dedicados a la política y, contrario a lo que dice Moscoso Puello de su hermano botánico, otros políticos o más bien intelectuales en la política abrazaron el ideal de una vida dedicada a revelar los tesoros de la naturaleza.

No sé si estos nuevos Linneo que clasificaron nuestro mundo natural encontraron en el bosque la medicina a los males que una sociedad donde se vive en el exilio de la razón, o encontraron la felicidad que indicó como fin del hombre Aristóteles a su hijo Nicómaco. Pero algunos ejemplos vienen a mi memoria.

Pienso en el periodista Félix ServioDucoudray (1924-1989), cuyos escritos sobre el mundo natural dominicano podemos encontrar en su libro “La naturaleza dominicana” (2006), publicado en seis tomos. Textos estos que nacieron en la prensa sabatina y que dieron a conocer nuestros bosques, espacios lejanos en un tiempo de desarrollo de la población urbana. Tal vez habría que pensar que el hombre que analizó la situación social y política de la patria anheló encontrar en la naturaleza y, en un saber que es parte del espíritu clasificatorio del siglo XVIII (Foucault, “Les mots et les choses”, 1966), el consuelo para su destino humano.

En síntesis, hilvano estas imágenes de la vida natural, la política, los intelectuales, el pensamiento negativo que busca ser positivo, rememoro la figura de otro científico como Brígido Peguero que, junto a su práctica política, fue clasificando plantas, cultivando su jardín, como el jardín que era toda la República para Francisco M. Moscoso. El científico Peguero, en su humildad y silencio, en su entrega me recuerda las imágenes que sobre su figura me depararon nuestros días juveniles, hasta convertirse en una orquídea, la Sudamelycastepegueroi Archila.

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