INSULARES

INSULARES

Esta realidad es excesiva, abrumadora. En su exceso y sobreabundancia nos arropa a todos, nadie se salva. Es demasiado aplastante para ignorarla o evadirla, y demasiado injusta para aceptarla. Siendo real, abrumadoramente real, parece cada vez más virtual. Solo existe (solo parece existir) en nuestros pensamientos, en nuestras sensaciones, en nuestros humores cotidianos, precisamente como estado de ánimo.

¿Todo parece existir y nada existe?

Este tiempo presente no es más que una humillante derrota de la inteligencia y una perversión del espíritu.

Uno nunca coincide con su tiempo, uno nunca debería coincidir. Si se es mínimamente honesto, no se puede menos que disentir. Hay demasiado que objetar, demasiado que repudiar y combatir. Coincidir con el tiempo que a uno le ha tocado vivir, complacerse en lo real, en lo que hay, en el amor fati, supone empobrecer el espíritu y la voluntad. ¿Cómo reconciliarse con este presente miserable y degradado? ¿Cómo aceptar las aberraciones de la época, los largos años de autoritarismo, la razón cínica del poder? ¿Cómo admitir sin más que el país es hoy lo que debería ser?

Dígase lo que se diga, este país no es lo que debería ser, sino que debería haber sido cualquier otra cosa, excepto lo que es.

Insoportable insularidad. Tan pequeño como somos y, sin embargo, nos imaginamos que la humanidad se ha hecho para nosotros. Todos, ignorantes e ilustrados, humildes y encumbrados, nos creemos ser el centro de la historia y del mundo. ¡Qué suerte que el universo no gire en torno a nosotros! Pero si así fuese, ¡qué empobrecido universo sería! Basta tener la dicha de salir alguna vez del país para darse uno cuenta de nuestra escasa presencia en el mundo, donde apenas se nos conoce. Pocas cosas limitan tanto como la insular estrechez de miras.

Aunque realmente se quisiera escribir con entusiasmo, con verdaderas ganas, con gozosa alegría, sería poco probable pues casi todo conspira contra ello, el país lo primero. Veo en el horizonte tan pocas señales de esperanza…La escritura tiene que surgir entonces de una disensión profunda y radical con el mundo tal como es.

La grandeza del espíritu libre radica no solo en su voluntad creadora, afirmadora, sino también en su capacidad de disentir, de negar, de decir radicalmente no a todo cuanto degrada y envilece.

Nuestra virtud más notoria: la elasticidad moral. Nuestra especialidad suprema: la estulticia política.
Vivir sin sucumbir a la depresión equivale a soportar una dura prueba de fortaleza. Si aún sigo aquí, si he decidido seguir aquí, a pesar de la podredumbre y del hastío, es por algún oscuro motivo, por alguna poderosa razón, por encima de mí, más allá de mí, más fuerte que todas mis fuerzas, que no acierto a explicar.

Este presente incierto que no agrega ni congrega, sino segrega y disgrega. Este presente insular, infinitamente vacío, banal y vulgar, que todo lo envilece y degrada. Este vivir de espaldas al mar y sin mirar al cielo. Este vivir de la apariencia, en el exceso, por encima de las posibilidades. Este afán de enriquecerse al precio que sea. Esta habilidad de mentir y engañar, de robar y depredar. Este desprecio por la ley y el orden. Este poner candado después que nos roban. Este odioso culto al ruido, el desorden, la chabacanería…En fin, esta suma de defectos y esta resta de virtudes que nos definen.

…Y este vivir en permanente dicotomía entre lo privado y lo público. Lo privado es lo nuestro, lo personal, lo que poseemos. Lo público es lo no-nuestro, lo ajeno, lo estatal, lo “del Gobierno”. Se ignora, se desprecia casi el espacio público, que es espacio común. No se nos educa en el cuidado y el respeto del patrimonio público. Nadie se identifica con lo público o lo colectivo, con lo que es de todos, quizá porque se le identifica con aquello que pertenece al Estado (que se confunde con los gobiernos de turno) y que se apropian ilícitamente los políticos inescrupulosos y corruptos.

Más allá del decorado exterior persiste la insoslayable realidad de lo que somos. Y todo lo demás deja de contar: es pura fachada, monumental adorno, mero simulacro de progreso. Admitámoslo, así sea por una vez: nuestra entrada en la modernidad ha sido precaria, ruinosa y tardía.
La maldita circunstancia insular. “La maldita circunstancia del agua por todas partes”. La insularidad como condición, como límite y como maldición. La fatalidad de ser insular. Tal vez Virgilio Piñera solo quiso hablar por Cuba, pero terminó hablando por el Caribe insular entero. Ello le hace, más que cubano, un poeta profunda y esencialmente caribeño, antillano.

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