Estar fuera del Salón de la Fama de Cooperstown no necesariamente explica las condiciones que tuviera un atleta y, mucho menos, como el caso de Pete Rose, el dominio que mantuvo durante tres décadas.

Rose debutó en las mayores el 8 de abril de 1963 e inmediatamente impuso la misma táctica que implementó en los circuitos minoritarios de los Rojos de Cincinnati: la de una máquina de bateo.

En su primera temporada ganó el premio de Novato del Año de la Liga Nacional, gracias a 170 inatrapables en 623 turnos oficiales. Concluyó la campaña con promedio de .273, 25 dobles, 9 triples y 41 carreras empujadas.

Para 1964, el entonces intermedista vio decaer sus estadísticas, poniendo de manifiesto el supuesto mal del segundo año.

Después de esa desastrosa campaña, el nativo de Cincinnati, Ohio, rebotó y colocó números impresionantes en las siguientes 15 campañas, bateando al menos 175 hits en cada una.

En ese lapso de tiempo, además, disparó más de 200 incogibles en 10 ocasiones y ganó tres coronas de bateo, una de éstas con astronómico promedio de .348.

Rose permaneció por 24 temporadas en las mayores, tiempo que le favoreció para adueñarse de los récords de hits, 4,256; apariciones al plato, 15,861; turnos oficiales, 14,053; y participación en juegos, 3,562.

Fue electo en 17 ocasiones al Juego de Estrellas, ocupando varias posiciones: primera, segunda y tercera base, además de jardinero derecho e izquierdo.

Ganó dos Guantes de Oro como jardinero, en 1969 y 1970. Se alzó con su único premio al Jugador Más Valioso en la campaña de 1973, durante la cual dio 230 hits en 680 turnos. Esa temporada bateó para .338.

Siempre estará cojo

Para el ex pitcher Mario Soto, si Pete Rose no ingresa al Salón de la Fama, el nicho de los inmortales siempre estará cojo.

Define a Rose como el jugador que más agresividad y seriedad mostraba en el terreno, independientemente de lo que pasó luego con el asunto de las apuestas.