PEDRO GIL ITURBIDES
Desde hace tiempo hablan socios comerciales de un tratado de libre comercio (tlc) con Estados Unidos de Norteamérica, de la integración vertical de sus acciones. Uno de los primeros tratantes, estados unidos de México, considera esta opción. Al sur de éste, las varias naciones mesocontinentales, juzgan más que prudente, indispensable, ir a este modelo de producción de bienes.
Nosotros insistimos en nuestro equívoco modelo de ensamblaje, o, como dicen los mexicanos, de maquilaje. El sostenimiento de dicho proceso debe obligar a la devaluación monetaria y a la pobreza para lograr competitividad. Unos pocos exportadores de bienes primarios se han sumado a estos ensambladores y reclaman la devaluación para alentar sus negocios.
El ideal es la integración vertical de los procesos de producción. Mas los dominicanos tenemos una economía dependiente, cuya debilidad transmite su frágil estructura a este modelo. Los varios países del centro del continente que compiten con República Dominicana en la confección de textiles, acuden a la integración vertical. Piensan en intensificar la siembra del algodón, en su transformación en hilados y tejidos, y en la confección.
El algodón industrial es para nosotros planta introducida al promediar el decenio de 1950 por don Elías Gadala María. Y venía, precisamente, de esa parte del Nuevo Mundo, en donde este cultivo forma parte de la cultura de producción primaria. Pero además, ellos han desarrollado como consecuencia de ello, una industria química básica que permite sostener este proceso.
Nosotros, sobre todo por comodidad y falta de iniciativas, hace tiempo que abandonamos procesos básicos de la producción. En los actuales momentos carecemos de una auténtica industria de transformación, con la sola excepción de la caña o el cemento. Y a la primera, queremos destruirla con una pasión que asombra.
Para todas las ramas de la producción, incluidas estas dos aunque en menor grado, se depende de un modo o del otro de factores externos. Ello nos sumerge en un círculo vicioso. Para hacernos competitivos debemos devaluar la moneda. Al devaluar la moneda, empero, se encarecen factores de producción, cuyos costos, por tanto, nos restan competitividad. Y en este círculo vicioso nos encontramos, contentos y satisfechos, hoy día.
Contemplamos, con pena por la pobreza de conocimientos y espíritu que ello denota, cómo nos aferramos a un modelo de ensamblaje que otros dejan atrás.
Y peor aún, incrédulos advertimos cómo se pide que se torne a una devaluación acelerada para lograr lo que no buscamos mediante la eficientización de los procesos productivos.
Alarma escuchar los pedidos para que se retorne a una devaluación que en un instante se basó en el desorden y el caos del gasto público. Y en erráticas disposiciones monetarias que luego se pretendieron corregir mediante acciones que depauperaron aún más, al pueblo. Se alega que la revaluación del peso frena la competetitividad de sus operaciones de exportación. ¡Cómo no frenarlas, si dependen de un peso que multiplica por veintiocho o más, cada dólar que invierten en la importación de los insumos que requieren!
Me cuento en el escaso número de quienes sustentan la necesidad de crear un sector industrial auténticamente nacional. Pero la secuela cultural del modelo de sustitución de importaciones fraguó una clase cuyas inclinaciones deben quedar atrás. Para sostener un modelo de comercio exterior basado en la devaluación -y la cultura que de ello deriva- es preferible ir a una economía de servicios sin más circunloquios.
Pero una economía terciaria tal cual la entendemos, como sustento único del sistema económico, conlleva más miseria de la mucha que padecemos en el país. Ahora que se oyen esos pedidos para retornar a la pesarosa devaluación, es tiempo de que nos sentemos a pensar hacia dónde queremos ir.
Valdría la pena considerar lo que nuestros vecinos en el continente urden respecto de la producción basada en la integración vertical. Pero si vamos a imitarlos, tenemos que crear un sector industrial netamente nacional. Y hablar de un sector netamente nacional no significa que el presidente y los socios de una empresa hayan nacido en la República Dominicana.