Intelectualidad y poder

Intelectualidad y poder

La relación entre el intelectual y el poder, siempre difícil y tortuosa, cobra en estos días una significación especial ante las recientes «travesuras» de los políticos gobernantes de la nación dominicana.

Los partidos políticos en el poder siempre encuentran una excusa para tratar de justificar los actos no democráticos y/o no transparentes que cometen, pues pueden referirse a las acciones similares de los que les precedieron en la dirección de lo público. La política, que se nutre de realidades, que no pocas veces son de ventajas, intereses y beneficios, se contrapone a lo que debe de ser, el mundo al que pertenece el verdadero intelectual. El poder, que desde los tiempos de Maquiavelo se reputa como un fin en sí mismo, es considerado por los intelectuales como un medio para poner en práctica cambios y nuevas ideas para mejorar la sociedad en que vive. Es normal en los políticos proponer transformaciones cuando todavía no son poder, pero su compromiso como guardián de las realidades los hace distanciarse de las promesas electorales.

El Estado también necesita el saber, pero de un saber institucionalizado que no socave las bases de su hegemonía; que le sirva tanto de saber práctico, operativo, o como una expresión cultural y artística que le ofrezca una apariencia de respetabilidad y civismo. Este saber institucionalizado, por lo tanto, se vuelve dependiente y, consecuentemente, controlado por los mecanismos burocráticos. Esto hace que el saber que avanza el Estado sea una mezcla de conocimientos e ideología, de carácter utilitario, que le consoliden y le aumenten la cohesión. El papel del intelectual dentro de este esquema es el del ideólogo, más que el del crítico.

Cuantos casos no conocemos de «intelectuales» que de acerbos críticos antes de ocupar una posición pública, al llegar al poder se convierten en defensores del status quo, aunque lo hagan con floridos discursos vacío de sustancia. Los que se precian de cultivar el conocimiento crítico conocen esta realidad y por eso muchos evitan integrarse al sector público. Los que ejercen el poder saben esto y tratan de incorporar al «intelectual», pues el pensamiento crítico es más peligroso de enfrentar que la crítica violenta, a la que se puede contraponer la violencia estatal en manos de incultos e insensibles verdugos. Los intelectuales reclutados por el Estado raramente permanecen como verdaderos críticos, condición sine qua non para considerarse un intelectual. El intelectual que al servicio del Estado logre mantenerse como un pensador crítico de la realidad, es como una piedra preciosa dentro de un lodazal.

En la actual situación de crisis política, los intelectuales que militan en los partidos con serias dificultades, y que se atreven a ofrecer opciones que van más allá de las soluciones improvisadas, merecen reconocimiento por trabajar desde dentro, es decir, desde las mismas entrañas del monstruo. Surge la pregunta, sin embargo, si las energías de estos diligentes intelectuales no habrán sido desperdiciadas en pro de causas signadas por el fracaso, ya que los partidos políticos tradicionales dominicanos, al igual que sus homólogos latinoamericanos, o se adaptan a los nuevos paradigmas globales de convivencia democrática y de libertades públicas, o simplemente serán reemplazados por movimientos más cónsonos con las nuevas realidades de un mundo globalizado. Se requieren cambios más profundos que la aprobación de leyes adaptadas a las demostradas ineptitudes de nuestros actuales partidos, lo cual en sí requiere de ponderados análisis y serias reflexiones.

Los intelectuales de hoy y hablamos de los que son críticos y creativos deben abocarse al estudio de la regeneración institucional de nuestros partidos políticos y del sistema electoral. Para esta ingente labor deben partir de un cabal conocimiento de lo que representa el proceso de la globalización económica y, al mismo tiempo, en cómo aprovechar los valores y las tradiciones que conforman la sociedad dominicana, los que nos mantienen unidos como nación, asediada como está por los efectos de la globalización cultural, como son el secularismo, el relativismo moral, la fragmentación familiar, la conducta sexual desenfrenada, el consumismo, el aborto, la individuación o empoderamiento del individuo, la transparencia, entre otros. El proceso de globalización es una especie de modernización forzada por el creciente intercambio comercial y económico entre las naciones, estimulado a su vez por la acelerada expansión de las comunicaciones, fenómeno al que no podemos sustraernos. Es por lo tanto un hecho al que los políticos, asesorados por los intelectuales, le prestan la debida atención o pueden terminar como objetos desechables en el zafacón de

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