Intelectualizando

Intelectualizando

Meditaba avivadamente, en la primera reunión de la nueva directiva de la Academia de Ciencias, que es uno de los reductos más altos del pensamiento en nuestro país. En ese lugar solemne se reúne un grupo de hombres y mujeres que muestran una sensibilidad peculiar por lo demostrable y una gran preocupación por los grandes enigmas del hombre y el universo. Queramos o no, somos parte de la intelligentsia social. Aunque en conjunto no formamos una clase en el sentido sociológico de la palabra, somos junto a otros muchos intelectuales y pensadores los cultivadores y transmisores de la herencia cultural de nuestra sociedad. Con otros colegas, profesores, escritores, profesionales, técnicos, divulgadores, investigadores, pensadores, artistas y poetas, y con los hombres y mujeres del pueblo que producen las numerosas expresiones del sentir nacional, nos constituimos en los albaceas principales de las creaciones más excelsas.

Sostengo que el intelectual es un hombre poseído por una pasión; es una criatura llamada a dedicar su vida al servicio de la verdad, y cuando es conminado a elegir entre diversos dioses opta por el dios o el demonio que lo ha poseído – en nuestro caso como científicos, el dios de la verdad–. Como en todo siempre hay discrepancias, algo muy propio del convivir humano: todos tenemos criterios y puntos de vista diferentes. Tratamos de convivir en una socialización inteligente; podemos disentir, siempre con respeto, dimensionando las cosas con mesura. Los caminos para llegar ante ese “dios de la verdad” son diferentes –el de la ciencia, las religiones, la literatura, el del arte, la filosofía-. En fin, las miles expresiones que conforman la cultura de un pueblo. Sin embargo, siempre debe ser un norte obligado la búsqueda de la verdad.

Intelectualicé sobre nuestro país. Hoy vivimos tiempos en los que el principio de autoridad vertebrador de la sociedad se resquebraja. Los principios morales y éticos son una “payasada del pasado”, como me dijo un paciente joven.

Muchos de los jóvenes de hoy viven en sociedad, pero penosamente no están debidamente socializados. El poeta escocés, Robert Burns, en su poema El espejo gótico, señaló “Si algún Ser Poderoso nos concediere el don de vernos como los otros nos ven…”. Si esto fuera posible seríamos mejores ciudadanos, más humildes, menos violentos e irrespetuosos, más dados a la coexistencia considerada, en fin, seríamos capaces de ver nuestros defectos capitales.

De seguro que estaríamos en condiciones de aceptar que como seres humanos, que tenemos defectos y virtudes, y que en verdad todos podemos ser mejores seres humanos cada día.

Todos podemos intelectualizar, filosofar, pues tenemos un cerebro pensante, pero cada vez somos seres menos reflexivos. Los “mayorcitos” hablamos con nostalgia de los tiempos pretéritos, cuando existían creencias colectivas más fuertes (educación, moral y cívica) con escuelas y hogares extremadamente moldeadores, estampados por la tradición. Mucho de lo malo actual es consecuencia de la mala educación y la ausencia de conductas ejemplarizantes apegadas a valores éticos y morales. Los hogares son disfuncionales, las escuelas están mustias, en fin que penosamente debemos aceptar que hoy somos más virtuales pero menos virtuosos.

Debemos ayudar a moldear lo que será nuestro mundo del futuro. Porque el actual, donde predominan la violencia, criminalidad, drogadicción, libertinaje, corrupción, desamor, incomunicación, misoginia, vulgaridad, hedonismo, mala educación, envidias, egoísmos y las grandes desigualdades sociales nos están conduciendo por muy mal camino. ¡Reflexionemos! ¡Responsables somos todos!

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