Por sobre otras consideraciones, voces de la zona fronteriza defienden a capa y espada las exenciones fiscales que en años recientes propiciaron la instalación allí de fuentes de trabajo. Pero ha llegado el momento (como dispone una reciente ley ) de revisar esos incentivos. De medir sus resultados sin olvidar los efectos secundarios, puesto que importantes capitales nacionales se han quejado de que el tratamiento especial les origina una competencia desleal. Sus productos se enfrentan desfavorablemente en el mercado a los similares que llegan desde una lejanía que no tiene importante significación para los fines de costos. Sería contraproducente que el marco regulatorio que dio fundamento a la creación de industrias en provincias limítrofes perjudique demasiado a las que de viejo han existido en el resto del país. La conservación de las fuentes de trabajo pre-existentes a nivel nacional no puede ser lo menos importante.
Habría que ver también si el sacrificio fiscal para la nación como un todo ha dado los frutos que correspondan a la magnitud del incentivo. Si la sal cuesta más que el chivo, las exenciones deberían ser llevadas al nivel de mérito de las nuevas inversiones fronterizas. Además el Estado debe proteger la producción privada nacional contra la posibilidad de que por privilegios aduanales que superen las reales necesidades fabriles en la frontera se propicie un ingreso irregular de importaciones.
Fuerte rechazo a una salida
La decisión oficial de obviar judicialmente la apropiación ilegal de terrenos junto a la bahía de las Águilas para luego impulsar el desarrollo turístico en la zona ha sido vista ampliamente como un inmerecido perdón a personas que años atrás fueron consideradas usurpadoras por medio del engaño de un patrimonio público. El que ahora el Estado negocie y se proponga beneficiar a poseedores de títulos inaceptables jurídicamente ha escandalizado a quienes entienden que se trata de una concesión graciosa. El interés de apresurarse en vez de esperar un desenlace judicial ha debido conducirse por un camino de respeto al patrimonio nacional que como primer paso preserve esos bienes como propiedad inalienable del Estado, irrecuperable para todo presunto dueño privado actual aunque prosiga el litigio hasta que algún día un tribunal decida si las dudosas pretensiones de particulares son dignas de alguna indemnización.