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Un Movimiento universitario surgido a finales de la segunda década del siglo pasado en una aristocrática y oscura ciudad mediterránea de la República Argentina produjo un hecho de significativa trascendencia histórica: La Reforma Universitaria de Córdoba de 1918. Fue toda una encrucijada latinoamericana en la que chocaron las ideas liberales con las innovadoras corrientes filosóficas y políticas surgidas de los acontecimientos que enmarcaron la Primera Guerra Mundial. Dicha reforma proclamó, entre otras conquistas, la autonomía universitaria, la libertad de cátedra, la participación de los estudiantes en los organismos de gobierno y en la elección de sus autoridades. A partir de entonces, los ideales de la revolución socialista y democrática comenzaron a aparecer en la agenda del movimiento estudiantil. Nombres que años después tendrán enorme importancia en sus respectivos países participaron en esas gloriosas jornadas: José Ingenieros, Germán Arciniegas, Raúl Haya de la Torre, Aníbal Ponce, Rómulo Betancourt, el destacado líder estudiantil cubano Julio Antonio Mella (nieto del prócer dominicano Matías Ramón Mella), entre otros.
La Reforma Universitaria de Córdoba de 1918 fue una especie de ensayo de las armas de rebeldía y de renovación de movimientos políticos y universitarios teñidos de socialismo. ¿Cuál era la situación de las universidades latinoamericanas en general, y de las argentinas en particular, a la época del estallido de Córdoba? En su libro “Ochenta Años de la Reforma Universitaria de Córdoba” el experto nicaragüense Carlos Tunnermann nos ofrece una respuesta muy acertada al respecto: “Las universidades latinoamericanas, encasilladas en el molde profesionalista napoleónico y arrastrando en su enseñanza pesado lastre colonial, estaban lejos de responder a lo que América Latina necesitaba para ingresar decorosamente en el siglo XX y hacer frente a la nueva problemática planteada por los cambios experimentados en su composición social. Los esquemas universitarios, enquistados en el pasado, necesariamente tenían que hacer crisis al fallarle su base de sustentación social”.
Los vientos de la Reforma de Córdoba llegaron hasta aquí. En efecto, durante el gobierno de Horacio Vásquez, estudiantes de la Universidad de Santo Domingo fundaron la Asociación Nacional de Estudiantes Universitarios. Entre los objetivos de esa organización figuraba la realización de una reforma universitaria a tono con el Movimiento de Córdoba de 1918 y la conquista de la autonomía universitaria. Dentro de sus actividades, la dirección de ese grupo estudiantil incluyó la celebración de conferencias periódicas de parte de catedráticos e intelectuales nacionales y extranjeros. Una de esas conferencias la dictó el licenciado Marino Incháustegui y fue reseñada por el periódico Listín Diario en su edición correspondiente al 27 de enero de 1930. En esa ocasión, el destaco historiador se refirió a la Reforma Universitaria en estos términos: “el papel de la juventud latinoamericana en la lucha por la transformación de los estudios universitarios y en la campaña activa por la implementación de los principios socialistas y de la futura gran confederación que será el más perfecto reinado de la cultura, la libertad y la justicia”. También, criticó los programas de estudios de la época a tiempo en que demandaba la elección de los decanos de Facultades por el voto directo de los estudiantes y la del Rector por los Decanos; pidió establecer las cátedras por oposición y reclamó la representación estudiantil ante el Consejo Universitario. Otra de esas conferencias fue ofrecida en junio de 1929 por el estudiante venezolano Rómulo Betancourt que se encontraba en República Dominicana en calidad de asilado político luego de sufrir una larga prisión en su país, Venezuela, gobernada entonces por el tirano Vicente Gómez. Lamentablemente, el golpe militar que derrocó el gobierno de Horacio Vásquez en febrero de 1930 afectó el entusiasmo de los miembros de la Asociación Nacional de Estudiantes Universitarios y esto, unido a la represión desatada por el régimen, determinó su extinción. Era que, en tiempos de Trujillo, los ideales de Córdoba no podían encontrar cabida.