Intolerancia «gótica» y «flamígera»

Intolerancia «gótica» y «flamígera»

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
Hace veintisiete años – en 1978 – el padre José Luis Alemán recibió un premio que le concedió la Academia de Ciencias de la República Dominicana. Con motivo de ese premio este sacerdote jesuita, doctor en economía por la Universidad de Francfort, profesor de la PUCMM, pronunció un hermoso discurso para agradecer el galardón. Al leer las palabras del padre Alemán me sentí impulsado a escribir un comentario. Titulé el escrito, en dos partes: Los intelectuales en la picota. El texto aparece reproducido en mi libro de ensayos Empollar huevos históricos. En aquella ocasión salí en defensa de los intelectuales, acusados de ser críticos sociales sin responsabilidad administrativa. Una visión estrecha que procede del celebre economista austriaco Joseph A. Schumpeter y de algunos desaforados escritores vieneses de comienzos del siglo XX.

Espero que los lectores de este articulo me perdonen la desvergüenza de citarme: «La misión de una academia, por supuesto, no es como la de un «club de intelectuales». Las academias tampoco tienen necesidad de hacer investigaciones comprometidas o participantes. Pero el ideal académico de responsabilidad social total es un ideal que han recibido en herencia de los intelectuales. Mientras que la mayoría de los hombres atiende sólo a sus intereses particulares, el intelectual – entre ellos el propio padre Alemán -, mira hacia el bien común y mantiene vivo un espíritu de solidaridad y responsabilidad. Esa solidaridad o comunión alcanza en los intelectuales no solo la sociedad actual sino también a la sociedad futura. Y eso es lo que los lleva a tener conflictos con «la civilidad». De ahí proviene su dificultad para adaptarse a cualquier orden social, siempre defectuoso, lleno de «las impurezas de la realidad».

Hace unos pocos días el vocero del gobierno, Roberto Rodríguez Marchena, atacó al padre Alemán por haber expresado su opinión contra la construcción de una vía de tren por no ser esta obra oportuna en el contexto actual de la economía dominicana: altos precios del petróleo, elevado costo del servicio de la deuda externa, enorme déficit cuasi fiscal en las operaciones del Banco Central, inminencia de la entrada en vigor de un tratado de libre comercio con EUA y Centroamérica, proximidad de una reforma tributaria, banca «rentista» incapaz de prestar a mediano plazo, sistema energético ineficaz y ruinoso. La respuesta de Rodríguez Marchena ha sido excesiva y desafortunada. En vez de agredir a un profesor de economía ha preferido agredir a la Iglesia, algo tan injusto como impolítico y desacertado. En primer lugar, Alemán explica que el Banco Central está pagando crecidos intereses para «esterilizar» dinero y evitar una «hemorragia de circulante»; y aclara que no le toca hablar de la «culpa legal ni de la moral»; habla únicamente de asuntos financieros; por tanto, opina como economista y no como sacerdote. Al comenzar su exposición Alemán dice: «hablamos de políticas económicas, no del sentido último de la existencia». Sus argumentos, pues, son económicos, no religiosos.

Rodríguez Marchena se atreve a acusar un jesuita de no conocer la historia de la Iglesia. Piensa que templos y catedrales góticas son obras suntuosas, construidas por imposición de reyes y papas, echando a un lado necesidades sociales perentorias. Es bien sabido que las grandes catedrales góticas han tardado siglos en edificarse. No se han financiado con «los presupuestos» de un solo «período constitucional». En el mundo medieval los templos funcionaban como lugares de reflexión, estudio o adoración y, además, eran escenarios de las fiestas publicas, teatros y salas de espectáculos; (A medio camino entre Yankee Stadium y Kennedy Center for the Performing Arts). Al erigirse creaban trabajo para canteros, albañiles, pintores, escultores, músicos, compositores, arquitectos, fundidores y marmolistas. Existen hoy templos inconclusos cuya obra continúa a base de limosnas privadas o contribuciones de organismos internacionales. Ese es el caso de La sagrada familia, del arquitecto Gaudi, en Barcelona.

La economía industrial de nuestros días nos obliga a preferir un puente o una central hidroeléctrica, antes que una pirámide egipcia o una catedral gótica. Pero no tenemos derecho a sacar fuera de su marco histórico una objeción económica concreta. La intolerancia parece ser una enfermedad que afecta fácilmente a los funcionarios públicos. Hipólito Mejía embistió en su oportunidad contra el padre Alemán, quien señaló la crisis que había creado durante su mandato con su política desordenada. El hecho de que un monarca absoluto haya decidido levantar un gran palacio, o un jardín, como los de Versalles, no debe servir de justificación para «repetir la hazaña» y mostrar nuestra «imperiosa voluntad» de gobernantes «ejecutivos y democráticos». Algo así como enseñar el bíceps a los vecinos del condominio donde residimos. El escrito mencionado, a pesar de ser tan viejo, ilustra al mismo tiempo la caridad del sacerdote y la «caridad» del intelectual. Dos formas de caridad que practica el padre Alemán. Pero no estaba prevista la «insurgencia» de intolerancia «gótica flamígera» en un vocero gubernamental, por cuya boca parece hablar el Presidente de la República.

henriquezcaolo@hotmail.com

Publicaciones Relacionadas

Más leídas