Intolerancia y obsolescencia

Intolerancia y obsolescencia

“No quiero arrepentirme después/de lo que pudo haber sido y no fue” versos musicalizados con una rica armonía fueron muy sonados, cantados y bailados en las décadas de 1940 y 1950.

En ese tiempo el padre Mejía, cura párroco de El Seibo, le dijo a mi prima Alba Gautreaux: Albita, me gustas de los hombros hacia abajo. El sonrojo que tenía Alba aquella tarde no era fruto de la carrera que la llevó sin parar de la iglesia a mi casa, el sonrojo era el asombro que le produjo que los curas asediaran a las muchachas y a los muchachos con métodos hipócritas, menos directos.

La literatura de los abusos sexuales cometidos por sacerdotes y obispos contra jóvenes seminaristas y monaguillos y las gozadas tardes y noches de religiosos con religiosas, llenan más de un estante de cualquier biblioteca, pese a la ocultación malsana, ilegal, inhumana y arreligiosa con cuyo manto se ha echado tierra sobre tanta ignominia.

El tiempo en que el cura del pueblo o el arzobispo eran infalibles, como reflejo de la infalibilidad papal, hace mucho que pasó a mejor vida. El tiempo de cubrir con el silencio y la complicidad de las acciones de curas y muchachas núbiles que produjeron tantos “sobrinos” de sacerdotes, pasó a mejor vida.

La realidad de hoy es otra. El hombre intenta ser justo para que la convivencia social sea posible sin violencia, sin abusos, sin imposiciones de ninguna índole. El terror sicológico es un arma intimidante que se emplea para acentuar la ignorancia, el miedo.

Las posiciones inquisitoriales, que siempre son imposiciones de grupúsculos de intérpretes cegados por la intolerancia y por pasiones de extremistas, han costado mucha sangre y han costado mucha injusticia a la humanidad.

Cualquier día un pueblo decide sacudirse del pie en el cuello que no le impide voltear la cabeza para ver el otro lado, el que le permitirá conocer toda la verdad sin que se le pueda ocultar, para siempre, que la moneda tiene dos caras.

Cada vez que se discute la necesidad de interrumpir el embarazo de una mujer cuando se pone en peligro la vida de la madre, cuando se trata de una preñez indeseada por ser fruto de una violación o cuando se determina que el feto tiene malformaciones graves, un coro se levanta, en el escenario nacional las argumentaciones religiosas se colocan en primer plano y se exige a los legisladores que prohíban el aborto que previene problemas, que no quisiera ver que ocurran en el seno de la familia de un cura o de un arzobispo.

Sin más dilaciones, el Congreso Nacional debe sancionar, sin temor, la ley que permita el aborto en las condiciones antes señaladas.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas