Introducción al racismo: “Los ojos de mi madre”

Introducción al racismo: “Los ojos de mi madre”

Rafael Acevedo Pérez

Mi padre contaba sobre el concurso en una radioemisora de Alemania, sobre “La cosa más bella del mundo”. Que ganó alguien que respondió: “Los ojos de mi madre”.

También relataba de una entrevista a un anciano. El periodista preguntaba a que se debía su longevidad; a lo que respondió: “Creo que es porque a mí no me gusta discutir”. El entrevistador ripostó: “¡Yo no creo que esa sea la causa!” Tranquilamente, el anciano respondió: “Seguramente usted tiene razón”. Y se marchó con su sabia y saludable sonrisa de siempre.

Los abuelos decían, con buen humor y actitud cautelosa, que aquí todos tenemos el negro detrás de la oreja. Con lo cual, desde temprano nos preparaban mentalmente para no meter el tema racial en la conversación con los demás, y aunque en familia siempre preferíamos a los más claritos de piel, la consigna era: Todos somos iguales ante Dios.

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Naturalmente, todos preferíamos asociarnos con los que estaban más cercanos a la riqueza y los símbolos de status.

Nuestro racismo, como el de todo ser humano, es fundamentalmente un asunto de supervivencia y mimetismo; de acostumbramiento a los rasgos y gestos étnicos y familiares.

Hay particularidades de los colores de la piel a los que no todos estamos acostumbrados. La piel negra no siempre devuelve la luz completamente. Las diferentes razas suelen no saber leer el humor ni los estados de ánimo de los rostros extraños.

Los mulatos y negros dominicanos suelen tener muchos matices de luz en sus rostros; su expresividad y lenguaje corporal también suele estar en sus manos y hombros. Sus madres los enseñan tempranamente a ser amables y atractivos y, desde luego, a sonreír y mostrar sus dientes… “su trapito blanco, para secarse las lágrimas” (Manuel del Cabral).

Es fácil observar que quien sonríe difícilmente nos parece feo o despreciable; tampoco es fácil encontrar una persona gestosa, de rostro adusto, que nos parezca bella o agradable.

En general, todos estamos inclinados a desconfiar de los extraños. Con los haitianos, particularmente los pobres que andan por nuestras calles buscando su comida, se nos hace difícil iniciar algún tipo de comunicación. Contrariamente, los negros y mulatos de nuestra propia etnia podemos recíprocamente predecir nuestros status, y nuestra intencionalidad, estados de ánimo y demás; porque podemos leer, recíprocamente, nuestro lenguaje facial y corporal. Lo que es primordial en las relaciones con todos nuestros prójimos, y aún con algunos animales domésticos, propios y de los vecinos.

Por su parte, los hombres suelen aspirar a una mujer que se parezca a su madre…, mejor, si se parece también a alguna estrella de televisión. Abunda la preferencia por el color de la piel de las etnias y grupos dominantes.

Nadie prefiere los signos o rasgos de la opresión y la miseria. Actualmente suele preferirse la piel clara, de las etnias europeas. Cuando los chinos se hagan más poderosos nos parecerán más apuestos y atractivos. Y si los marcianos llegasen dominarnos, estará de moda usar make-up, blush on y coloretes verdes en nuestros rostros.

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