Inversión y producción

Inversión y producción

PEDRO GIL ITURBIDES
William Walton, un aventurero inglés que vivió entre nosotros doscientos años atrás, se quejaba por aquellos días de la composición del gasto público de la colonia. Agente británico, conforme se presume, fue un contacto entre las fuerzas dominicanas de la reconquista y la flota inglesa en las Antillas. Le tocó espiar, investigar, averiguar, y, por supuesto, informar para el gobierno de Su Majestad. Doscientos años después William Walton podría, por nueva vez, hacer la misma observación. Porque la composición del gasto público no ha variado un ápice.

Apenas en algunos momentos hemos satisfecho las aspiraciones de Walton. Conforme cuanto se lee de sus escritos, él se inclinaba por un gasto público con un limitado margen para el gasto corriente. Escribía entonces, con un dejo de lástima, que no se explicaba cómo los gobiernos hispánicos dedicaban tantos recursos a gastos superfluos en vez de a la inversión. Únicamente los gobiernos de Mon Cáceres, el de la intervención de 1916, el de Rafael L. Trujillo o una etapa de Joaquín Balaguer,  cumplieron las expectativas de Walton.

Tal vez debido a ello se impone que esperemos a que el Banco Mundial erogue parte de los mil doscientos millones de dólares destinados a la producción de alimentos. Estamos financieramente imposibilitados de proveer de la propia riqueza, a los esfuerzos por sembrar y cosechar lo que necesitamos. Y para remate, ahora nos hallamos en peor situación que en tiempos ya perdidos, pues la devaluación monetaria incrementa por sí sola los costos de producción.

Explicaciones no faltan. Refiérese por boca de no pocos funcionarios, que la deuda pública -externa e interna- y los subsidios, reducen drásticamente las posibilidades de apoyar la producción. Desde que se inventaron las excusas, nadie queda mal. En realidad debía decirse que desde que comenzó la era de los desequilibrios fiscales, siguió el deterioro del intercambio comercial, y se coronó todo ello con la disminución del ahorro público, se restó ese apoyo a los sectores productivos. Mas esa afirmación no saldrá de labio alguno.

De manera que hemos de salir con un sombrerito a la calle, para mendigar lo que debíamos invertir en virtud de los esfuerzos propios. Preciso es, por consiguiente, que los organismos multilaterales de financiamiento agilicen sus programas de asistencia, porque de otro modo nos caeremos muertos. Es porque hemos escuchado esta aseveración, y no por otras razones, que hemos recordado, nuevamente, a William Walton. Un adivino del porvenir de Santo Domingo, que doscientos años después de haberlo hospedado, sigue presente entre nosotros.

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