Todo investigador científico moderno se apoya sobre los hombros de sus predecesores para enfocar su mirada hacia el horizonte, pues está muy consciente de la marcha continua hacia delante sin posibilidades de retroceso.
Muchos de nuestros aciertos son el producto del entendimiento de hechos similares del pasado y su comparación con el caso actual. Así como el cristiano devoto consulta la Biblia para darle soporte a sus argumentos, el patólogo forense acude a sus textos clásicos a modo de brújula que prevenga cualquier amenaza desviadora en la búsqueda de la verdad.
¿Cómo ignorar al doctor Lester Adelson y su Vademécum “La patología del homicidio” cada vez que confrontamos un cadáver con signos de violencia que requiere distinguir un deceso homicida, accidental o suicida? Cuando de disparos se trata es de rigor consultar al doctor Vincent Di Maio con su reconocida obra: “Heridas por armas de fuego”.
A principio de la década de los años setenta del recién concluido siglo entré para no salir del campo de medicina forense. Recuerdo con mucha satisfacción a mi eterna guía acompañante, la que siempre me orientó y ofreció seguridad en los oscuros y conflictivos caminos tortuosos de la investigación criminal, hago referencia al libro de Werner U. Spitz y Fisher “La investigación médico legal de muertes”.
He seguido con fidelidad absoluta cuatro de sus ediciones. Con la quinta edición me ha sucedido algo realmente fascinante, maravilloso diría yo. Para gloria y orgullo nacional, la República Dominicana tiene a uno de sus hijos como director de la Oficina de Médicos Forenses de Washington, DC, capital de los Estados Unidos.
Se trata del doctor Francisco J. Díaz, quien también es profesor de la Escuela de Medicina de George Washington University. Este brillante compatriota es coeditor juntamente con Werner Spitz en la última edición del popular texto forense.
Debemos esforzarnos por reconocer en vida a las figuras nativas que se han hecho internacionales por sus aportes en los campos de la ciencia, las artes, los deportes y la cultura en general. Así no habremos de quejarnos amargamente como sucedió con don Federico Henríquez y Carvajal, quien ante el féretro del maestro antillano Eugenio María de Hostos hubo de expresar con dolor: “¡ Oh, América infeliz, que sólo sabes de tus grandes vivos, cuando ya son tus grandes muertos!”.
Aprovecho las páginas de este medio para agradecer públicamente el donativo de un ejemplar de la obra “Investigación Médico legal de la Muerte, la cual me hizo llegar a través de un amigo en común y profesional del derecho. Transcribo la dedicatoria escrita por el colega Francisco: “Para el doctor Sergio Sarita, pionero de la patología forense en la República Dominicana, con admiración y aprecio”.
La nuestra es una tierra divina; de ella han salido verdaderos genios del quehacer científico, tal es el caso del fenecido investigador doctor Sergio Bencosme, reconocido internacionalmente por sus aportes en la microscopía electrónica acerca de la estructura ultra celular.
Los arriba galardonados se suman a nuestras estrellas del deporte de grandes ligas como son Juan Marichal, Pedro Martínez, Sammy Sosa, David Ortiz y otros tantos meritorios que momentáneamente escapan a mi memoria.
En el arte musical tenemos a un digno representante nacional, mago en el piano y el jazz, Michel Camilo.
Siga cosechando lauros y honores médico legales en ultramar colega Francisco J. Díaz, para que resuene su eco en dominicana.