Investigaciones se reducen a tesis
de grado sin rigor metodológico

Investigaciones se reducen a tesis<BR>de grado sin rigor metodológico

Por Minerva Isa y Eladio Pichardo
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Nada está terminado. Sin percatarnos, el ser humano prosigue su lenta evolución, su cuerpo, su cerebro, su siquis, experimentan una transmutación de gradualidad  imperceptible, desde la caverna al rascacielos, de la prehistoria a la postmodernidad. Su entorno, su albergue y vestuario, alimentos y medios de transporte han tenido cambios milenarios, pero  nunca con el vertiginoso ritmo de los últimos cincuenta años.

Todo es pasible de ser mejorado, transformado. Cuanto hoy se ve como algo acabado, alguien mañana lo modificará. Y no hay que ser un genio, un Einstein, un Emerson o un Bill Gates, tampoco ser alemán o norteamericano, podría hacerlo, ¿por qué no?, un dominicano como el joven Robert Herrera, quien diseñó un robot recién mostrado al mundo por CNN. Puede lograrlo una mente concentrada, si metódica y sistemáticamente transita por la senda de la investigación, cumpliendo paso a paso los eslabones metodológicos, si persevera en ese largo camino sin prisas y sin pausas.

Ningún pueblo se ha desarrollado sin producir conocimiento, sin la innovación tecnológica, los inventos que le prolongan la vida y se la hacen más confortable, desde el fuego entre leños y piedras a la estufa y el microondas, del lecho de hojarasca al mullido colchón. De lo artesanal a lo más sofisticado, de lo manual a lo eléctrico, electrónico, digital, en un indetenible proceso desde que la máquina de vapor impulsara la revolución industrial, hasta hacer explosión en la era tecnológica.

La búsqueda continua del hombre, ora guiado por sus instintos, la intuición o una rigurosa metodología investigativa,  le han desarrollado una gran capacidad para transformar su entorno y transferir el conocimiento, revolucionando los esquemas de pensamiento y acción.

La investigación científica y tecnológica, un quehacer medular de las universidades, constituye la llave maestra para la búsqueda de soluciones a los problemas nacionales, una herramienta indispensable para la integración en los esquemas de apertura comercial, en los aprestos del país de ser competitivo.

Para ser competitivos, remozar las estructuras productivas y lograr que los sectores industrial y de servicios respondan a las nuevas exigencias, hay que generar conocimiento, transformarlo en innovación tecnológica. Esa aptitud no la desarrollan los programas profesionalizantes de nuestras universidades, centradas en la docencia. Se consigue con la investigación, eje transversal de todo, ausente en el sistema nacional de educación superior, inexistente en República Dominicana, donde no se ha producido una alianza de las academias, el Estado y el sector empresarial para hacerla posible. No se ha concertado, y el gasto del país en investigación y desarrollo es de 0.06% del PIB, muy inferior al promedio latinoamericano, de 1.7%, de por sí bastante bajo. No sorprende. Ha sido una política de Estado extensiva a los centros académicos,  donde la investigación ha permanecido siempre relegada por falta de una cultura de investigación, por  la convicción paralizante de que investigar, hacer ciencia y tecnología de calidad está reservada a los países desarrollados. 

No hay innovación tecnológica sin capacidad investigativa, la que en América Latina apenas representa el 1 y el 2% del total mundial, derivando en una desigualdad patente en la industria dominicana y de toda la región frente a las naciones industrializadas, que dedican entre 2 y 3% de su PIB a ciencia y tecnología, disponen de 50 veces más investigadores per cápita y subsidian entre el 20 y 40% del gasto privado en la materia bajo diversas modalidades.

La inversión pública y privada en investigación científica y transferencia tecnológica no la estimula en el país un inmediatismo que lleva al productor y al Estado a priorizar la búsqueda de beneficios de corto plazo. Ese comportamiento cultural y la ausencia de universidades capaces de desarrollar tecnología obliga a las grandes industrias a realizar toda su renovación con paquetes tecnológicos importados. Un recurso vedado por su alto costo a las pequeñas y medianas empresas, precipitándose a un progresivo deterioro.

No habrá soluciones mágicas para atender a esas y otras necesidades. Mas, la respuesta podría buscarse paulatinamente con la generación de conocimiento y de innovación tecnológica mediante la investigación básica y aplicada en las academias, las que deberían convertirse en una instancia desde la cual se propongan alternativas y estrategias de desarrollo, impulsando los procesos productivos, la creación de riquezas. Con esa óptica, podrían transformarse en un espacio de observación del proceso de desarrollo, creando una plataforma de expertos que estudie y dé seguimiento a  los fenómenos sociales, económicos y políticos, planteando recomendaciones a problemáticas locales.

De momento, en las universidades se puede hablar a lo sumo de alguna investigación aplicada, pero ni siquiera en ésta se hace un trabajo sistemático, menos aún en investigación operativa, básica, pura. Su pretendida labor investigativa generalmente se reduce a las tesis de grado para titularse en el tercer y cuarto niveles, las que no tienden a la creación de nuevos conocimientos y a la innovación tecnológica, limitándose a reproducir, con mayor o menor elaboración, el conocimiento disponible, a menudo como una simple copia. Ni siquiera han podido capitalizar la investigación aplicada, aprovechar los trabajos de tesis, que podrían arrojar resultados contundentes en múltiples áreas de interés para el desarrollo.

 Entre los condicionantes importantes en la investigación están la falta de recursos económicos, equipos, espacios de trabajo  y el  personal idóneo de apoyo, lo cual podría subsanarse parcialmente incorporando a estudiantes a esos proyectos.

Los primeros pasos

Una tarea pendiente en la agenda dominicana es desarrollar una política de ciencia y tecnología, de innovación y transferencia tecnológica que sirva de instrumento de apoyo a un plan nacional de desarrollo, paute las acciones en ese campo de las universidades, centros de investigación y empresas productivas, y trace estrategias que orienten los limitados recursos presupuestales a proyectos y acciones que generen un mayor impacto socioeconómico.

Con esas directrices, se comenzarían a dar los primeros pasos para hacer de República Dominicana un país productor de conocimiento, lo que si bien no se logrará a corto plazo, dentro de unos cuarenta a cincuenta años podrían verse los frutos, como en las economías asiáticas emergentes.

Para llegar, hay que tomar el camino. Introyectar la investigación en la mente de los dominicanos, fomentarla en todos los estratos, insertarla en las universidades y crear las condiciones necesarias, inexistentes hasta en las más competentes. Integrar en un solo quehacer la docencia, investigación y extensión, enriqueciéndose mutuamente. Establecer la investigación como eje transversal del proceso educativo, con una vigorosa presencia en cada asignatura, vincularla al entorno, articularla al desarrollo económico, social y político, a las áreas vitales en la dinámica nacional.

 Una vez delineada una política nacional, apoyarla financieramente. Investigar formando y formar investigando, desarrollar programas de capacitación de las nuevas generaciones de investigadores en áreas prioritarias del conocimiento científico y tecnológico, importarlos durante un tiempo para que formen los recursos nacionales mientras se incorporan los que se han enviado a estudiar en universidades extranjeras. Y, entre otras acciones, organizar postgrados de excelencia académica en las vertientes requeridas por el desarrollo.

Paralelamente, traer a dominicanos  competentes que  hacen investigación en el exterior y vincularlos al país, incorporarlos mediante estrategias de reinserción del capital humano que ha emigrado. Estimular su regreso en forma permanente o temporal, proveerles los mecanismos para integrarse a las tareas de investigación asociada a las universidades o de manera individual. Eminentes médicos criollos podrían ser vinculados a colegas nacionales, profesionales de prestigio en diversos ámbitos, ecologistas, economistas, cientistas sociales y otros especialistas, motivarlos, tratar de insertarlos en esa jornada investigativa.

Cuesta más no hacerlo

Investigar es costoso, pero no hacerlo lo es aún más, y por no invertir en investigación se  compromete seriamente el desarrollo del país y la calidad de la docencia universitaria, a la que la investigación legitima.

La investigación básica requiere de recursos financieros cuantiosos, que las academias no disponen, menos aún en momentos en que tienen que renovarse tecnológicamente. Precisan del apoyo del gobierno, muy tímido en asumirlo, pese al discurso renovador con que expresa el pretendido respaldo. Del escaso presupuesto para la educación,  se destina muy poco a educación superior y ni siquiera migajas a la investigación.

En cualquier nación que aspire impulsar su desarrollo, el Estado tiene que invertir para fomentar esta actividad en las universidades, las que también deben hacer sus reinversiones en la misma, sobre todo en investigación aplicada, más económica, más asequible.

En los países donde este quehacer se ha consolidado es porque la labor investigativa de la comunidad universitaria ha recibido apoyo con fondos estatales y del sector productivo, financiándoles proyectos, exigiéndoles eficiencia y transparencia en el uso de los recursos. Su alto costo exige racionalidad –comenta Lorenzo Guadamuz, asesor de la SEESCYT-, una política institucional que garantice su pertinencia, pues además de costosa, es de largo plazo, puede tomar de diez o más años, como algunas que hace el Instituto de Innovación en Biotecnología e Industria (IIBI). Por tanto, hay que dar pasos concretos, preguntarse investigación para qué, para quién.

La investigación aplicada, menos onerosa,  podría dirigirse a mejorar la función docente, retroalimentar a la universidad, lo que podría hacer con recursos propios. Investigar, por ejemplo, sobre la transformación curricular, cuyo resideño  conllevará cambios en los textos y materiales educativos, lo que demanda de mucho trabajo investigativo.                                

Si bien la  investigación aplicada puede resultar de gran utilidad, no basta. No es la que la competitividad reclama. Es preciso incursionar en la investigación y desarrollo, normalmente en asociación con la industria, para que ayude a financiarla y a aplicarla, escogiendo áreas factibles y de gran utilidad, como educación, salud, medio ambiente, turismo, y  los diversos ámbitos de interés industrial. Esa conexión con el sector empresarial permitiría obtener el soporte financiero, una inversión de la que eventualmente  se beneficiará con los resultados de la investigación, mejorando sus procesos de producción, sus productos.

Para calificar en la obtención de ese apoyo financiero, además de su capacidad, de una buena dotación de recursos humanos y del rigor metodológico indispensable, las universidades tienen como prerrequisito demostrar que sus investigaciones están sintonizadas con las necesidades de la sociedad  y su aparato productivo.

Hay que dar los primeros pasos en esta tarea clave para el desarrollo, un elemento estratégico para la competitividad de un país, de una empresa, con capacidad tecnológica cuando es capaz de inventar e innovar, de adoptar las tecnologías que le permitan mejorar la calidad, una mayor productividad.

Dentro de las diferentes modalidades, está también la investigación asociada con el contexto mundial. La mundialización ofrece ventajas en ese ámbito, para el que se dispone de cuantiosos recursos financieros. Desde los organismos internacionales de financiamiento se generan oportunidades de fondos para investigaciones, pero aprovecharlos implica tener la plataforma indispensable, una estructura humana, un portafolio de investigaciones concretas. En el país no existe, hay que crearla.

Seudo investigaciones

El sistema universitario ha desestimado la investigación y la extensión, pese a que para mantener su condición de universidad deben involucrarse en este importante quehacer y proyectarlo a la comunidad a través de la extensión. Si se les aplicaran criterios rigurosos en su taxonomía, aquellas que no cumplan esa función no deberían ser catalogadas como tales. Alrededor de veinte reportan la creación de un organismo de investigación y/o postgrado, pero la falta de rigor, de calidad, lo denuncia la mayoría de sus trabajos, primordialmente tesis de grado y postgrados.

Generalmente tratan de paliar su ausencia con seudo investigaciones, una gran falacia divulgada por las estadísticas oficiales, no necesariamente en forma intencional, sino porque en la recopilación se califica como investigación trabajos que no lo son, tesis de grado para licenciatura o maestrías sin ningún rigor metodológico.

En la UASD funcionan algunos centros con investigadores capacitados,

pero su labor casi se extinguió por falta de financiamiento. En su planilla con 46 investigadores invierte alrededor de RD$13.6 millones anuales, el 0.7% de su presupuesto. Desde 1947, esa academia ha investigado a través de los institutos Geográfico, de Sismología, Energía y, entre otros, el Centro de Investigaciones Biológicas y Marinas (CIBIMA).

Las universidades privadas recién comienzan a  incorporar el elemento investigativo, las principales han creado o están en proceso, unidades de investigación con buena orientación como la instalada por la PUCMM en la parte pedagógica y social, también las del INTEC y UNIBE, mientras con sus exiguos recursos otras instituciones, entre ellas el ISA, el IDIAF y el IIBI, incursionan con trabajos que, aunque de poco alcance, tienen calidad. Mas, en conjunto,  representan poco frente a lo que debe ser la labor investigativa en educación superior.

Desde la puesta en vigencia de la Ley 139-01, la SEESCYT ha hecho algunos esfuerzos en ciencia y tecnología, todavía irrelevantes para las necesidades. Con esa legislación surgió el Fondo Nacional de Ciencia y Tecnología (FONDOCYT), que en 2005 financió unas quince investigaciones en universidades y centros de investigación públicos y privados.

Investigadores

En RD hay 132 investigadores, 0.12 respecto a la población económicamente activa, 18 veces menos que el líder regional, Argentina, según el estudio Estrategias de Investigación e Innovación Tecnológica.

41% investiga en ciencias sociales y humanidades; 24% en salud; 9% en ciencias experimentales y 26% en tecnología.

70% tiene maestría y 30% doctorado, Ph.D.

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