Invitación al pensamiento profundo

Invitación al pensamiento profundo

    Don Pedro Troncoso Sánchez, un ilustre hombre de pensamiento que solía honrarme con su atención a mis artículos, entonces publicados en el “Listín Diario”, fue el responsable de que escribiera yo para ediciones sabatinas, con la amable aceptación del inolvidable Rafael Herrera, luego de Manuel Rueda en su añorada “Isla Abierta” así como Cuchito Álvarez y Bienvenido Álvarez Vega, directores del “Hoy”.

   “Los sábados tengo tiempo para pensar en lo que dices, y sacarles el jugo” –me dijo y escribió don Pedro en carta que conservo.

    ¿Un hombre de la formación de Pedro Troncoso quería pensar profundamente en lo que yo escribía?

    No.

    Él pensaba profundo sobre cualquier tema.

    Eso me recuerda a don Max Henríquez Ureña, a quien conocí y traté en su apartamento de la Universidad de Puerto Rico, recinto de Río Piedras y luego en salidas al teatro o a un buen restaurante donde me sorprendía que a tales horas de la noche pidiera un steak con papas salteadas y una botella de vino “Château-neuf-du Pape” de buena cosecha, con su botella torcida y esmerilada.

   En un principio me había asustado conversar con él. Luego, una tarde, paseando juntos por el Viejo San Juan, un mozalbete limpiabotas le propuso limpiarle los empolvados zapatos. Iba a decirle que no importunara a tan eminente personaje con el cual conversábamos acerca del nacimiento y transformación de la ópera desde los tiempos del poeta Rinuccini y la música especialmente compuesta por Jacopo Peri en la exquisita Florencia del siglo 16, cuando estrenó la ópera “Dafne”.

   Don Max aceptó la propuesta del pequeño limpiabotas quien, entre tinte, betún, cepillo y paños chirreantes dictó una cátedra acerca de los nacionalismos, los abusos de los poderosos y temas afines.

Don Max lo escuchaba atentamente. En lugar de decirle un “¡cállese, carajo!” -como habría hecho mi padre- estuvo atento a la exposición del jovenzuelo. Luego me dijo (creo que puedo citarlo entre comillas) : “Entre las piedras que caen en cualquier conversación, pasa un diamante. Yo espero por él”.

   Es curioso que las personas que más han influido en mis intereses culturales nunca hayan sido profesores profesionales, designados como tales. Han sido consecuencia de encuentros imprevistos, muchos de ellos resultado de viajes no planeados ni pagados.

   ¿Es que la vida lleva a uno a intereses de acuerdo a una predestinación?

   ¿Somos realmente dueños de nuestro destino, o fichas de un juego incomprensible del Creador, como pensaba Omar Khayyam?

   No es que esté de acuerdo con todo lo que nos dejó el poeta y astrónomo persa del siglo 12, pero cabe citar una de sus rubayatas (103) cuando dice: “Esta es la verdad: en sus horas calladas/ Alá juega ajedrez con manos fatigadas;/nos lanza, nos detiene, nos pierde y, después,/ nos tira en la gaveta de las fichas jugadas”.

 (Traducción de Ligio Vizardi –Virgilio Díaz Ordóñez)

      Más bien  creo, como expresó Einstein, que Dios no juega a los dados con el Universo. Y que lo que Es, es lo  que debe ser. Lo que sucede es lo que debe suceder aunque no podamos comprender las razones.

   Beethoven, en una de sus Sonatas  escribió el epígrafe: “¿Es que deber ser? ¡Es que debe ser!”  (¿Muss  es Sein? ¡Es muss Sein!)

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