A lo largo del tiempo, ideologías, partidos e incluso algunos creyentes han renegado de la idea de una política humanista. Han preferido pasar a formar parte de los dominados realistas. Que por lo general, considerándose “personas prácticas” han convertido a otros en víctimas por excelencia de cualquier utopía. Fundamentando su acción en el pragmatismo.
Empíricos de la ciencia y las políticas que dirige la vida de los seres humanos pasan por alto que ello implica una especie de ateísmo en la existencia temporal. Que no reconoce que el hombre haya salido de las manos de Dios y que conserva en sí la grandeza y la dignidad de tal origen.
Han invocado verdades empíricas, pero convirtiéndolas en mentiras ontológicas. Porque no toman en cuenta el hecho de que el hombre procede de Dios.
Por eso utilizan los seres humanos en provecho de su causa. Para ellos el Estado es quien de manera paternalista da al hombre lo que necesita. Le ofrece. Le crea expectativas lastimeras.
Otro pseudorealismo fue el de la utopía hecha “ciencia y dialéctica”, que aunque se le dé mucha vuelta, sus orígenes metafísicos de alguna manera niegan en la práctica que el hombre tenga un componente divino.
“Y si el hombre no goza de la condición divina es porque hay una abominación que la encadena”. Para ellos todos los medios son buenos y lícitos.
También están los que entienden que el capital y el poder económico son los únicos instrumentos capaces y bienhechores para los seres humanos.
Para presentar ciertas actitudes diferenciadas, surgió un positivismo de derecho. Con aires científicos. Pero dejando flotar la idea de que no es verdad que el hombre procede de Dios y participa de Él.
Parecido a las formas de pensamiento anteriores, en cierto modo suprimieron a Dios por el conocimiento. Lo que se podría definir como un idealismo con ropaje de modernidad, avance científico y tecnológico. Algunos se autodenominaron Amorales. Excluyendo al creador para divinizar al hombre.
Los que le sirven a esas formas de pensamiento, ideas o propósitos, en realidad no difieren mucho. Desde el momento en que se alejan de la concepción de una existencia divina que lleva consigo dignidad intrínseca, ética y moral, se asemejan.
Tanto los que conciben al Estado como el único instrumento capaz, como los que consideran el capital y la ciencia los únicos bienhechores, a fin de cuentas terminan persiguiendo los mismos objetivos. Y terminan permitiendo métodos similares.
El mundo anda mal. Mucho más después del coronavirus. Y en tal virtud debemos poner la mente en Dios para que ilumine y guie. Para poder encontrar un porvenir donde prevalezcan verdaderos principios de inspiración cristiana. Que tome en cuenta al hombre en todos los aspectos. Sin excluir la participación política.
Aquí tenemos una gran oportunidad para que se produzca un gran renacimiento. Creador de entusiasmo y esperanzas. Que incorpore todos los segmentos de la sociedad. Recordando que el Estado debe estar al servicio del bien común, no de las minorías. Teniendo a Dios como escudo y el pensamiento humanista como estandarte.