«Ir a la emigración es ir a la guerra»

«Ir a la emigración es ir a la guerra»

)Qué significa leer, para qué sirve, qué deben programar los maestros para que los chicos aprendan a leer con profundidad y convicción? )Cómo se lucha contra esa educacíón virtual del internet y el correo electrónico; que se pierden mis hijos y los otros jóvenes, cómo seducirlos, como atraerlos al mundo de la lectura que además de entretenimiento, es una escuela de vida?

)Por qué digo esto, una lectora voraz, una empedernida enamorada del libro que halló consuelo, entendimiento y sosiego entre las páginas de un libro a lo largo de más de cincuenta años de vida, en el entendido de que aprendí a leer a los cuatro años, sentada en las faldas de la tía Flora que leía de cabo a rabo y en voz alta el periódico matutino?

La crisis que nos devora desde hace cuatro años a mí me ha herido de muerte en una costumbre que cambió rotunda. Con el cobro de cada quincena en el periódico, yo me regalaba café con leche y un libro en el Centro del Libro Cuesta. Hace cuatro años que eso se cortó. Sin embargo en el mes de marzo en una mesa a mitad de precio me atrapó la portada de un libro y me lo regalé, aún sabiendo que el presupuesto de la casa se vería alterado: AEspañoles hacia América. La emigración en masa, 1880 1930. Compilación de Nicolás Sánchez Albornoz@.

)Lo compiló el hijo de mi profesor de Historia Medieval y de la soberana y terrible Historia de España, dictada por años por don Claudio Sánchez Albornoz, exiliado político de la guerra civil española que fue el bastión en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires de largas generaciones de historiadores argentinos?

Y sin embargo, a los veinte años cuando hice esa carrera nada caía en su lugar, en el rompecabezas de mi vida, nada cuadraba, no podía sumar, no entendía que esos españoles que me dictaban cátedra de historia universal eran lo mismos de mi casa, con otras sombras y con otras luces. Y si la lectura es responsable de varias asignaturas rendidas con 10, también las elecciones, las de allá y las de aquí, y las crisis generales que nos tocan vivir son una lección de vida.

Cuando el pueblo español, el 13 de marzo, con enorme madurez y memoria dio su voto de castigo y derrotó a José María Aznar, pensé sin rencor que habían sido los nietos los que habían clavado las banderillas al fascismo. Y pensé con pena en mi padre, y en todos los que como él, fueron carne de cañón, fueron Aun españolito más, que llegó al mundo de Juan de Dios@, que los mandaron al destierro, para salvarlos del servicio militar en los ejércitos coloniales, pero los mandaron inermes, desprotegidos y llenos de las ideas del vencedor siendo sus vencidos.

Nunca concilié el cariño que le tenía con esas contradicciones en las que viví. Ese fascismo cotidiano del Acome y calla@, ese entregarme, al sentir que se moría, como un vaquita al casamiento, sin pensar que había otras salidas honorables para su única hija a punto de quedar huérfana.

Lo quería pero me amordazaba, me cargaba con las deudas de su pasado asturiano, me lastró con sus prejuicios y sus miedos, y cuando se murió a destiempo, aterrada me pregunté porqué se había muerto tan pronto, justo cuando yo empezaba a ser grande y a conocerlo. El padre que se murió a mis 17 años era un desconocido. He tardado 40 años en pelar las capas de la cebolla de sus 60 años cuando se murió. Callado, inseguro, temeroso, anhelante, expulsado de su familia española, de su mundo de niño cuando embarcó en Gijón, de sus cuarenta años de soltero empedernido, en una ciudad ajena, de su mudez, de su soledad, de sus paseos incesantes por la casa, de sus fantasmas, de su alcoholismo.

El que se murió en 1967, era un desconocido, un hombre al que quería con ternura filial pero un extraño al fin. Han debido pasar cuarenta años para que se aparezca en toda su majestad y en toda su miseria aquel asturiano solitario, que no hizo la América , que nunca regresó a España a enseñar ningún logro y que tampoco escribió a los suyos porque no tenía buenas noticias que dar.

He podido explicarme y explicarle a él casi como en confesión que era un niño cuando partió, y que sus padres no pudieron o no supieron protegerlo porque ellos mismos eran ese ejército de vencidos que durante siglos fue la España de Acharanga y pandereta@. La de la Inquisición , la de Franco, la de la tortura, la de la miseria, la de la diáspora, la inclemente, la vengadora, la atrasada, la autoritaria.

Cuando José María Aznar fue derrotado, creo que fue derrotada aquella España intolerante y envilecida y fueron sus nietos los que la redimieron de tanto dolor y de tanta ausencia.

Cuando cayó la última capa de la cebolla y mi padre apareció en todo su abandono y desprotección, sin rencor pude contarme de nuevo mi vida a su lado durante casi veinte años y pude armar ese rompecabezas que fue nuestra vida.

Muchas veces, ahora que envejecí, repienso aquellos días, revivo su muerte aquella noche de septiembre, lo que dijo mamá, lo que hizo aquel novio de entonces, lo que sentí, lo que se me agarrotó en el pecho, lo que hicieron los cachorros recién nacidos, lo vulnerable y herida que me quedé para siempre.

Le prendo una vela, le cuento bajito las cosas cotidianas que me pasan, lo que le pasó a su nieto veterinario, lo que logró el otro con sus puros, sus cigarrillosy sus diseños en la agencia de publicidad.

Le prendo una vela blanca para iluminarlo, le sirvo una copa de vino, le cuelgo una rosa rosa como esas que cultivaba al regreso de cada viaje, le converso para arrancarlo del silencio del más allá, le cocino su plato predilecto, le cuento las cosas que me pasan ahora que casi rondo la edad que él tenía cuando se murió.

Lo veo chiquito, lo imagino en Asturias, y también convoco a Pía Maura, su madre y mi abuela. Y en una suerte de diálogo entre los tres la reconvengo porque lo mandó al exilio siendo un niño y no lo protegió de la secular intolerancia ibérica, trato de reparar las heridas de aquel viaje que lo marcó para siempre.

Me entristece pensar que no fue feliz, y arrastró una soledad de desterrado sin retorno y sin ilusiones. Pero lo siento respirar acompasado, ha dejado de ser un extraño, me mira desde el retrato del casamiento con mamá, casi han vuelto a hablar entre ellos y ha renacido la camaradería de mi lejana infancia. Los devuelvo a Entre Ríos donde pasaron su luna de miel y me gestaron. Lo devuelvo a los riachuelos del delta donde remaba y nadaba, siento que rejuveneció y que entre sus nietos y yo, en otra dimensión le hemos procurado una nueva vida, le hemos dado sosiego y amor y hemos restañado una a una las heridas del desamor.

Y esa es otra lectura menos técnica y prosaica de: AEspañoles hacia América. La emigración en masa, 1880 1930. Compilación de Nicolás Sánchez Albornoz@, no tan sociológica ni demográfica ni económica pero al fin de cuentas la suma exacta y necesaria que necesita un lector para seguir adelante.

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