Irak al borde: ¿la buena voluntad chiíta es una buena apuesta?

Irak al borde: ¿la buena voluntad chiíta es una buena apuesta?

POR ERIK ECKHOLM
BAGDAD, Irak.-
Cuando visitantes extranjeros entraron en su oficina la semana pasada, el jefe del Partido Islámico Dawa en Basora hizo una petición urgente. «Nada de fotografías del ayatolá», dijo, apuntando a la imagen del difunto ayatolá Ruhollah Jomeini de Irán.

«Sería engañoso mostrar esto», explicó el jefe, Salem al-Husseiny. «Nuestros lazos con Irán son religiosos, no políticos».

Husseiny pasó unos 20 años en el exilio en Irán, y sigue agradecido por el refugio. También sabe cuán sensibles se han vuelto las cuestiones de la influencia clerical chiíta e iraní – para los cautelosos iraquíes sunitas que temen la próxima era de poder chiíta, para los estadounidenses, incluso para muchos chiítas.

Líderes de los principales partidos chiítas ahora expresan la misma frase tranquilizadora: Quieren la democracia no la teocracia. No buscan una represalia violenta por su opresión bajo el régimen de Saddam Hussein, cuando los sunitas dominaron Irak, y no tolerarán la interferencia iraní.

Pero los sunitas iraquíes y las influyentes filas de profesionales laicos del país se preguntan por qué deberían creer todo esto. ¿Los políticos chiítas sólo están diciendo lo que un mundo aprehensivo y las preocupadas minorías de Irak quieren escuchar? ¿O el tiempo y la experiencia han sofocado la vena mesiánica que llevó a estos hombres a rebelarse en décadas pasadas? ¿Y la perspectiva formidable de un poder nacional real los ha empujado hacia la moderación?

Quizá nadie, ni siquiera los propios líderes, puede responder estas preguntas con certeza. Al menos un ministro sunita del actual gobierno provisional ha expresado abiertamente su escepticismo. Está llamando a una postergación de las elecciones del 30 de enero para una asamblea constituyente, advirtiendo que los partidos chiítas parecen seguros de salir victoriosos y que esto, de hecho, significará una toma iraní del poder. Alimenta el temor a la influencia iraní el hecho de que muchos destacados líderes clericales chiítas recibieran refugio de parte de la revolución islámica de Jomeini; pero ahora casi todos profesan una interpretación mucho más modesta del lugar del islamismo en el orden político.

Funcionarios estadounidenses y el primer ministro interino, Ayad Allawi, un chiíta laico, dejan la impresión de que piensan que la conversión chiíta es real. Ciertamente, ya hay evidencia de moderación y magnanimidad de parte de líderes chiítas como el Gran Ayatolá Alí al-Sistani, el venerado clérigo que es padrino de la favorita Alianza Iraquí Unida, y Abdulaziz al-Hakim, quien es el número uno en la lista de candidatos de esa agrupación y encabeza Sciri, el partido más grande de la alianza.

Desde que los islamitas chiítas regresaron a Irak a raíz de la invasión de la coalición, discutiblemente han mostrado una gran paciencia ante las provocaciones. Soportaron el asesinato del venerado fundador de Sciri, el hermano de Al-Hakim, el ayatolá Muhammad Bakr al-Hakim, en agosto de 2003. Y hoy, Al-Sistani, Al-Hakim y sus seguidores están refrenando estóicamente a sus simpatizantes armados pese a los frecuentes asesinatos de clérigos chiítas. Estos, suponen, son obra de militantes sunitas que tratan de fomentar una guerra sectaria. Quizá los líderes chiítas se sienten tranquilos por la presencia estadounidense, aun cuando la ocupación es aborrecida por la mayoría de sus seguidores. Los líderes se han quejado tácitamente, quizá pensando que el poderío estadounidense es el garante de su triunfo electoral. En forma más insensata, podrían sentir que un poco más de ocupación no es tan mala ya que, como observó un candidato laico, «los estadounidenses están haciendo su trabajo sucio» cazando insurgentes sunitas.

Diplomáticos aquí piensan que el proceso de redactar una constitución, ordenado por la Ley Administrativa Transicional apoyada por la ONU, también empujará a los ganadores de la elección, quienesquiera que sean, hacia la restricción y los obligará a responder a las inquietudes de todos los grupos importantes.

Para entrar en vigor, la constitución debe ser ratificada por una mayoría de dos tercios en 16 de las 18 provincias del país. Por ello, cualesquiera que sean sus sueños de dominación a largo plazo, en el próximo año los partidos chiítas «tendrán que hacer un pacto», dijo recientemente un destacado diplomático de la coalición.

Los chiítas saben que deben superar de algún modo la molestia de los sunitas, al menos aquellos que no se han perdido en el fanatismo de Al Qaeda, quienes todos suponen tendrán que ser combatidos y asesinados en cualquier caso.

Una participación sunita importante en las elecciones inmediatas es ahora improbable, pero líder chiítas dicen que están buscando formas de atraer a los sunitas al próximo gobierno provisional y darles participación en una nueva constitución.

La recién elegida legislatura designará una presidencia rotativa que casi seguramente incluirá a un árabe sunita, uno chiíta y uno curdo. Los presidentes pueden entonces seleccionar a cualquiera como el nuevo primer ministro, y se especula que el propio Allawi, o al menos alguien como él que disfruta de apoyo multiétnico, podría ser designado como gesto chiíta de reconciliación.

Al mismo tiempo, la labor de la asamblea que será elegida el 30 de enero, que es redactar una nueva constitución, obligará a los delegados a enfrentar asuntos contenciosos como la autonomía regional y el papel formal de la religión en el estado.

Los curdos, que tienen una gran fuerza militar, han insistido en un grado de autonomía que podría chocar con las nociones árabes chiíta y sunita de lo que constituye una nación. El papel de la ley islámica, y quien la definiría, falta por ser determinado – seguramente un asunto entre sunitas y chiítas, así como entre iraquíes laicos y religiosos de todo tipo.

Y están las cuestiones mayores de cuánto tiempo puede durar la paciencia chiíta ante los ataques al parecer implacables de parte de insurgentes sunitas, y cuán restringido pudiera sentirse un gobierno encabezado por chiítas una vez esté en marcha la retirada de tropas estadounidenses. Hace unos años, habría parecido ridículo sugerir que el gobierno de Estados Unidos cifraría sus esperanzas para esta región volátil en grupos islamitas que habían sido nutridos e incluso armados por Irán, el imperio del mal.

Sin embargo, ahora, la mejor oportunidad del gobierno de George W. Bush de estabilizar a Irak y sacar a las tropas con algo de honor pudiera depender del éxito – y moderación – de esas personas.

En general, es posible imaginar una secuencia dolorosa pero constante que conduzca hacia un Irak con el cual pueda vivir el gobierno de Bush. La creación de vigorosas fuerzas de seguridad nativas es, por supuesto, otro prerrequisito – y uno altamente incierto – para la creación de una federación iraquí viable.

Por eso, sí, es posible imaginar que todo esto se dé junto, poco a poco, y a un continuo precio en vidas iraquí y estadounidenses.

También es posible, sin embargo, imaginar una insurgencia árabe sunita incontrolable y cada vez más fanática, disputas irreparables con los curdos, levantamientos por parte de chiítas desleales y un debilitamiento de la autoridad central. Así como Washington espera lo mejor, también debe prepararse para lo peor.

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