Irak o la guerra del petróleo

Irak o la guerra del petróleo

FARID KURY
El tema del petróleo no es precisamente lo que más pasión despierta en las multitudes. A pesar de su intensa influencia en la economía global,  muchos aún no se han percatado de su gran importancia. Se entiende que es un tema técnico para especialistas. Sin embargo, es tan decisivo que a todos nos compete. Sin ese recurso no es posible mover por un segundo el mundo ni producir nada.

     En definitiva, es el motor de todos los motores. El problema es que se trata de un recurso no renovable llamado a agotarse pronto. Hasta ahora  nos hemos abastecido en cantidades exageradas de esa energía. Pero los estudios apuntan que se agotará pronto. Como máximo habrá petróleo sólo para los próximos 35 años si se mantiene el nivel actual de consumo.

      Si hasta entonces no hemos inventado un sustituto, viviremos una situación inimaginable. La inteligencia humana ha sido capaz de inventos fascinantes. Hemos conquistado el espacio, inventado el Genoma Humano, damos la vuelta al mundo en horas cuando antes demandaba meses. Pero todavía no hemos inventado un sustituto del petróleo.

     Hay industrias automotrices ensayando mover automóviles con hidrógeno que es un recurso inagotable. Pero no cantemos victoria apresurada. Se trata de algo aún muy incierto. Pueda que en un futuro la tecnología del hidrógeno sustituya el petróleo, pero por ahora no lo es. Al menos, si está descubierta no ha sido conocida.

     El petróleo es  poder. Su control ha  sido fuente de diversos conflictos y generado guerras incruentas. El último episodio de esos conflictos es la intervención militar norteamericana en Irak. No lo digo yo. Lo dice el ex jefe de la  poderosa Reserva Federal norteamericana, Alan Greenspan. Ese gurú de la economía mundial acaba de afirmar en su memoria que la guerra contra Irak no fue causada por los ataques del 11-S, ni por la intención de democratizar Irak, ni por la mentira de que Sadam Husein poseía armas de destrucción masiva, sino  por el petróleo.

     En 2003 empezó la ocupación imperial de Irak, pero su planificación  data de mucho antes del 11-S. Ya en 1997 los analistas del grupo que llegó a la Casa Blanca en 2000 con Bush y Cheny habían diseñado en detalle la que sería una guerra en forma contra Irak. Ese grupo del ala más conservadora del Partido Republicano y del Pentágono lo componían, entre otros, intelectuales de la influencia de Paul Wolfowitz, Richard Perle y Francis Fukuyama.

     Junto a Arabia Saudita y los demás países del Golfo, Irak posee una de las mayores reservas petroleras del mundo. En tanto, en Estados Unidos el petróleo está en vía de agotamiento. En 1970 Estados Unidos produjo 10 billones de barriles. En 2000 produjo la mitad, con la agravante de que no existe en territorio norteamericano nuevos yacimientos a ser explotados. Más grave aún es la creciente dependencia de la economía norteamericana de esa energía. En 1950 Estados Unidos producía el 100 por ciento del petróleo que consumía. Hoy solo produce el 45 por ciento. El otro 55 tiene que importarlo básicamente desde el Golfo Pérsico.

     En la década de los sesenta empezaron a secarse los pozos petroleros de Texas. Para entonces se iba descubriendo más petróleo en el Golfo Pérsico, que por ser muy abundantes son muy codiciados por los banqueros petroleros norteamericanos enquistados ahora en la Casa Blanca. El 70 por ciento de las reservas mundiales petroleras se encuentran en el Golfo Pérsico.

 Esa es la realidad que ha llevado a Estados Unidos a inaugurar el siglo XXI con una guerra típicamente colonialista contra Irak. Sólo los ingenuos pueden creer en la casualidad de que esa guerra se esté ejecutando precisamente donde existen los mayores yacimientos y reservas de hidrocarburos.

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