Irak y su patrón se están separando

Irak y su patrón se están separando

NUEVA YORK. Desde la azotea de una ex cigarrera propiedad del estado, conocida por las tropas estadounidenses ahora basadas ahí como «Campamento Marlboro», la vista de una sección pobre y primordialmente chiíta de Bagdad es amplia: un espectáculo agitado de polvo y columnas de humo, minaretes y mujeres envueltas en túnicas negras, casas bajas y basura dispersa. En el frente hay campos de soccer, construidos por las fuerzas estadounidenses de ocupación, y en una de ellas un muchacho iraquí, observado por perros flacuchos, ejecutaba vueltas de carro de una asombrosa perfección. Observando Ciudad Sadr, que alberga a dos millones de habitantes, el mayor George Sarabia evaluó la escena. «Este es un centro de gravedad», dijo, «porque supongo que aún hay una guerra aquí. Tenemos a un tercio de Bagdad ante nosotros y si sale mal, tendremos un gran problema. Algunos no quieren que esto funcione. Se benefician de la calamidad. Pero nuestro objetivo es mantener de pie a los iraquíes, mantener de pie a su gobierno, hacer al lugar seguro y dar un ejemplo a la región. Estamos aquí no para ocupar sino para liberar».

Esa misión recibió un importante impulso el pasado fin de semana con la captura de Saddam Hussein. Aun antes de eso, el muchacho que daba volteretas en la tierra ciertamente parecía liberado, disfrutando del campo de soccer, aunque para otro propósito. Pero con más frecuencia en estos días, Irak parece atemorizado con taciturnos recelos conforme fracasan los intentos por zanjar la distancia entre la exposición de la misión estadounidense hecha por Sarabia desde la azotea y la experiencia al nivel de la calle de los iraquíes del trabajo fatigoso y el peligro de la ocupación.

La captura de Saddam aliviará algunos de los temores iraquíes profundamente arraigados, eliminará un espectro y quizá desorientará a la insurgencia por un tiempo. Un Irak reformado en un Oriente Cercano reformado ya no tiene un enemigo implacable oculto.

Pero en algunas formas la captura se refiere tanto al pasado como al futuro. ¿El regocijo y el alivio por la detención del ex dictador rápidamente serán sustituidos por el resentimiento hacia sus captores estadounidenses, los proveedores de nuevas instalaciones deportivas, escuelas y la propia libertad, pero también los ocupantes de un país desorientado?

La ocupación estadounidense de Irak ha entrado en una carrera contra el tiempo. La liberación está muy bien, según han descubierto los iraquíes, pero aún se deben adquirir abarrotes, se deben pagar las cuentas, se debe llenar el tanque de gasolina. Después de la caída del Muro de Berlín, los germanorientales se dieron cuenta de que habían soñado con el paraíso pero despertaron en Rhin Norte Westphalia. Los iraquíes curdos, sunitas y chiítas tienen sueños significativamente divididos, y han despertado donde se durmieron hace más de tres décadas: en el mismo vecindario feo.

La carrera, puesto simplemente, es para cerrar el golfo entre las altas aspiraciones estadounidenses y la ciénega iraquí, entre la azotea y el suelo, antes de que los iraquíes asuman el gobierno de su país dentro de poco más de seis meses. A diferencia de la presencia estadounidense en Bosnia, o ciertamente cualquier otra intervención militar estadounidense reciente, la tarea en Irak gira tanto en torno de imponer o inspirar una idea extranjera la democracia occidental en Oriente Medio como de mantener la paz o cambiar la guardia. Para que las ideas echen raíces, los muros deben caer.

Pero hoy en día, Irak a menudo parece ser un estudio de desavenencia: entre la Zona Verde frondosa y libre de tráfico desde la cual gobierno la Autoridad Provisional de la Coalición encabezada por Estados Unidos, y las calles atestadas afuera; en tre los iraquíes hoscos que se forman toda la noche para comprar la escasa gasolina, y los nerviosos soldados estadounidenses que se trasladan ruidosamente en sus Humvees; entre las ideas estadounidenses seriamente expresadas, apasionadamente sostenidas del gobierno representativo, y la realidad de pasar de un régimen de terror a un mercado con desempleo.

La violencia e inseguridad han acentuado estas divisiones haciendo la mezcla peligrosa. Este ha sido quizá el logro más inquietante de los combatientes anti estadounidenses en Irak.

L. Paul Bremer, el máximo administrador civil en Irak, está bastante consciente del desafío. En su oficina en el Palacio Republicano de Saddam, justo antes de la captura del ex dirigente, Bremer dijo: «Vamos a ser muy agresivos con nuestra campaña de información. Queremos debates televisados, reuniones de ayuntamiento, reuniones de grupos de enfoque, reuniones en todo el país para que la gente asista y se exprese sobre qué Irak quieren, lo que significa democracia, qué significa la separación de poderes. Sabe, el tipo de cosas que son comunes, y están tan inmersas en nuestra cultura que es difícil que uno se distancie de ello. Es el tipo de cosas que se hacen en las clases de civismo en la preparatoria. Es necesario que todo suceda aquí. Nunca ha sucedido aquí, y necesita suceder rápidamente».

Una determinación conmovedora y humilde es evidente en Bremer, quien admite la enormidad de su tarea pero se niega a dejarse vencer por la idea paralizante la que han enfrentado muchos administradores coloniales de que los residentes locales no están listos todavía para la democracia. Sin embargo, incluso el embrión de la democracia jeffersoniana es difícil de discernir en Irak actualmente, no menos en los salones de clases donde la palabra «civismo» no tiene significado.

Azhar Ramadan, una periodista que se molesta con los dictados de la sociedad iraquí, debería, al menos en teoría, ser simpatizante de la occidentalización encabezada por Estados Unidos. Pero se muestra vacilante, agobiada por todo lo que su país ha experimentado. Quería tomar parte en una manifestación reciente contra el terrorismo, pero su esposo y hermanos la convencieron de que esto era inadecuado para una mujer, y peligroso.

«Me siento humillada pero también temerosa», dijo. «Usted sabe, mi hijo está en cuarto grado. Estaba aprendiendo una frase de su libro de gramática la otra noche. Decía: ‘Tenemos que combatir a Estados Unidos. Estados Unidos y el sionismo son enemigos del pueblo iraquí»’. Ramadan se sintió consternada. Dijo a su hijo que preguntara a la maestra si debería seguir aprendiendo esa frase. La respuesta al día siguiente fue dura: debía, porque Estados Unidos y el sionismo seguían siendo enemigos de Irak. Entonces, ¿Ramadan se quejó con la maestra?

«Tuve miedo», respondió. «La maestra podía hacer pasar un mal rato a mi hijo». Pero hubo algo más, algo más profundo, más sutil. A ella misma le habían dicho desde la niñez que no debía agradarle Estados Unidos, que no apoyara a los sionistas, y tuvo que encontrar sólo una razón en su vida para amar a Estados Unidos: el derrocamiento de Saddam Hussein. «Así que ya ve, no odio a los estadounidenses ahora», dijo. «Pero me hicieron demasiadas promesas incumplidas».

¿Es eso lo que está detrás de tantas miradas en Irak hoy, un lugar donde los saludos o las sonrisas hacia los occidentales se han vuelto raras? ¿La desilusión por la percepción de promesas estadounidenses rotas? ¿O el mensaje en esas miradas a menudo casi carentes de expresión es más duro: Qué, parecen decir a veces, están haciendo en mi país?

En un sábado reciente, molestos iraquíes se reunieron a la entrada de la Zona Verde, una extendida fortaleza occidental a orillas del río Tigris. Eran ex empleados del infame Ministerio de Información de Saddam y querían empleo, o compensación, o algo. «Tenemos familias, tenemos hijos», dijo uno de ellos, Abdullah Khalil.

Un tenso soldado estadounidense observó a la multitud y envió por radio un mensaje que rápidamente produjo un pelotón con rifles en mano. «Está bien», dijo el soldado. «Ahora voy a sacarlos…». Siguieron imprecaciones, los blancos de esas imprecaciones fueron repelidos, y al parecer las distancias y malentendidos entre el ocupante y el ocupado crecieron.

En una oficina no lejos de la de Bremer, en el mismo Palacio Republicano, el teniente general Ricardo Sánchez, comandante de las tropas aliadas en Irak, sopesa cómo cerrar esas divisiones. Un objetivo central, como lo expresó, es minimizar la molestia. Cree que el combate está siendo ganado. «Cada vez que salgo, pregunto a los soldados si cualquiera de ellos cree que no estamos ganando», dijo. «No, todos creen que estamos ganando, marcando una enorme diferencia. ¿Habrá fluctuaciones en la violencia? Absolutamente. Pero la mayor parte del país ha hecho un progreso increíble».

Medido en muchas formas, esto es cierto. Pero la mayor parte del país también está esperando y observando, cauteloso y cansado.

En Najaf, el bastión chiíta en el sur, los ayatolas practican un juego táctico cuidadoso, insistiendo principalmente en el «gobierno representativo» con el conocimiento de que una votación produciría un régimen chiíta porque la mayoría de los ciudadanos son chiítas. Si eso no sucede, ese callado cálculo pudiera convertirse rápidamente en una ira explosiva.

En el norte, los curdos, que han vivido por separado durante los últimos años del régimen de Saddam, en su propio enclave protegido por Estados Unidos, ahora calculan como explotar mejor una nueva presencia en Bagdad. Son prácticos; también sueñan. «Estamos en Irak, pero tenemos un sueño», dijo Shakhawan Edrees, un periodista curdo en Bagdad. «Adoraría que una bandera curda ondeara en el Kurdistán, y espero que la nueva constitución permita el derecho de secesión».

La captura de Saddam ofrece la perspectiva de una justicia sanadora para veintenas de familias. Pero la batalla para mantener unida a Irak sigue siendo tan compleja como retirar las cercas de alambre de púas entre la zona verde de Bremer y el resto de Bagdad.

«No estamos tratando de crear un Texas aquí», dijo el sargento Eric Kurzyniec, soldado del Campamento Marlboro con una apasionada creencia en lo que está haciendo. «Queremos que ellos lo hagan a su manera». Al preguntársele cuál es su misión, pensó por un momento y añadió: «Simplemente estamos tratando de hacer que evolucionen, abrirles los ojos. Esa es la misión».

Un gran sol invernal pende en el cielo color pardo, los llamados a orar hicieron eco en toda Ciudad Sadr, iraquíes reclamaban empleos frente a la base, y el muchacho seguía dando volteretas, libre al fin, pero no lo suficientemente mayor para medir cuán libre o por cuánto tiempo.

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