Irak
La guerra tiene un nuevo integrante

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WASHINGTON — En la Rusia del siglo XIX, el zar Nicolás I comisionó un himno nacional oficial conocido como «Dios Salve al Zar».

En el Washington del siglo XXI, sería más apropiado titular al himno «Dios Ayude al Zar».

No es bueno ser el zar, no aquí, no ahora. Los zares tienen que enfrentar el embrollo burocrático, no un privilegio agradable. Uno sabe que las cosas se han embrollado tanto, el problema es tan inmenso — y los administradores están tan desesperados — que la única solución radica en algo tan poco democrático como la designación de un zar.

El más nuevo en ese grupo es el teniente general Douglas E. Lute del Ejército, designado la semana pasada para supervisar las operaciones en Irak y Afganistán — el llamado «zar de la guerra» — después de que varios más declinaron el puesto. Lute se une a una casta de zares que proliferan en todos los niveles del gobierno: los zares de la ayuda a damnificados de Katrina, zares de espionaje, zares de la atención médica, zares de la energía, zares del sida y zares económicos. El estado de Utah incluso tuvo un «zar de la pornografía» para investigar quejas de indecencia («íLo juro, sólo estaba viendo estas fotografías porque soy el zar de la pornografía!»). El Exaltado eventualmente fue destituido en una reducción de presupuesto.

Los puestos de zar a menudo son elogiados como «posiciones recién creadas» y se les imbuye de «autoridad sin precedentes» para «atravesar la burocracia» y «lograr que se hagan las cosas». Todo lo cual regularmente garantiza que la autoridad de los zares sea socavada en todo momento, que eventualmente queden enredador en la burocracia y logren que «se hagan» muy pocas cosas.

«Siempre que tenemos un problema intratable, tendemos a sacar a relucir a un zar y fracasa», dijo el zar de las drogas de la era de Bill Clinton, el general Barry McCaffrey (exceptuándose él del punto del fracaso). El elogia a Lute como una «designación espectacularmente buena» y luego le ofrece un cumplido aún más cáustico: «No es ningún zar».

En otras palabras, quizá el aspecto más problemático de ser un zar en Estados Unidos es el coloquialismo mismo. Conjura imágenes de dictadores despiadados e incompetentes, difícilmente el ideal del liderazgo estadounidense.

«No pienso que ninguno de los padres fundadores mirara al modelo ruso», dijo James Bovard, escritor y conferencista libertario cuyo despectivo ensayo en 2000, «Ten Thousand Czars» (Diez Mil Zares), le volvió un «zar antizares». Bovard resta importancia a la designación de Lute como «el mismo antiguo truco que los políticos han usado por mucho tiempo siempre que hay una política fallida».

En justicia, es mucho más probable que los medios noticiosos usen el término «zar» que la gente que los designa o, en ese caso, los zares mismos. El gobierno de George W. Bush nunca usó el título al anunciar la designación de Lute. Cuando un entrevistador de radio preguntó al vicepresidente Dick Cheney el mes pasado sobre «el puesto de zar de la guerra», Cheney lo corrigió. «Bueno, lo que realmente es es un papel de coordinación», dijo.

Pero, por supuesto, Washington opera con palabras cortas, y «zar» se ha convertido en el término por defecto para un solucionador de problemas casi excepcional cuya misión está mal definida excepto que es importante y alguien tiene que hacerse cargo del embrollo.

 «Como sucede a menudo en Washington, uno da a alguien este horrible título burocrático y termina acortándolo a algo poco atractivo como ‘zar»‘, dijo William Bennett, el «zar de las drogas» en el primer gobierno de Bush cuyo título formal era «director de la Oficina de la Política de Control Nacional de Drogas». Bennett dijo que se resistió al «zar» primer, pero rápidamente cedió. «Llamaba a mi esposa ‘zariño’y a mis hijos entonces pequeños ‘zardinas»‘, dijo Bennett.

Bennett es probablemente el «zar» estadounidense mejor conocido ya que el término se puso de moda en Washington durante la escasez del combustible de los años 70. El Presidente Richard M. Nixon designó al ex gobernador John A. Love de Colorado como «zar de la energía» federal en 1973; fue un puesto ocupado por una sucesión de funcionarios durante los gobiernos de Ford y Carter, incluido Frank Zarb (Zar Zarb).

 El Presidente Ronald Reagan se opuso a los zares. Cuando el Congreso ordenó que se creara el puesto de zar de las drogas en 1982, él se resistió a «la creación de otra capa de burocracia dentro del poder ejecutivo». Predijo que «produciría fricción, alteraría la aplicación efectiva de la ley y amenazaría a la integridad de las investigaciones y encausamientos criminales».

Los primeros «zares de las drogas» fueron en gran medida figuras ceremoniales hasta que el primer Presidente George Bush contrató a Bennett para el puesto. Bennett recibió estatus de Gabinete, autoridad presupuestaria y, lo más importante, dijo, el respaldo del presidente.

Bennett recordó pelear con el Departamento de Defensa por alguien a quien quería contratar del Pentágono. «Llamé al presidente y dije: ‘Necesito a este tipo’, y ‘necesito ganar essto»‘, recordó Bennett. «De otro modo, la gente me ignoraría en el futuro». Bush se puso del lado de Bennett, lo cual éste recuerda como una expresión de apoyo vital.

 Las filas de los zares se han multiplicado desde entonces al punto en que su impacto se ha diluido, dicen funcionarios. Al parecer, ahora a cualquiera lo hacen zar, igual que como todos reciben un trofeo de las Ligas Pequeñas. «Fue un enorme paso hacia atrás de ser un general de cuatro estrellas a ser un zar», se quejó McCaffrey.

Bovard propone que los zares del gobierno al menos reciban el privilegio de usar sombreros especiales.

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