Iraquíes intentan humillar a EEUU

Iraquíes intentan humillar a EEUU

BAGDAD, Irak.- Quizá ningún hecho es más revelador sobre la historia de Irak que éste: Los iraquíes tienen una palabra que significa derrotar completamente a alguien y humillarlo arrastrando su cadáver a través de las calles.

La palabra es «sahel», y ayuda a explicar mucho de lo que he visto en tres años y medio de cubrir la guerra.

Es una palabra exclusiva de Irak, me explicó mi amigo Razzaq mientras tomábamos té una tarde en mi recorrido final. A través de la historia de Irak, dijo, el poder ha cambiado de manos sólo a través de la violencia extrema, cuando un líder era derrotado absolutamente, y su destrucción era puesta en exhibición para que todos la vieran.

El caso más famoso sucedió a un ex primer ministro, Nouri al-Said, quien trató de huir después de un golpe militar en 1958 corriendo a toda prisa por el este de Bagdad vestido de mujer. Fue matado a tiros.

Su cuerpo fue desenterrado y destazado, y sus pedazos arrastrados por las calles. En años posteriores, Saddam Hussein y el Partido Baath aplastaron a sus enemigos con la misma brutalidad.

«Otros árabes dicen: ‘Son el país del sahel»‘, dijo Razzaq. «Siempre ha sido así en Irak».

Pero en esta guerra, el momento del sahel ha sido elusivo. Ninguna facción — ni los árabes chiitas ni los árabes sunitas ni los curdos — han podido asegurar el poder absoluto, y eso sólo ha agudizado la sed del mismo.

Si se escucha a los iraquíes involucrados en la lucha, uno se da cuenta de que están lejos de estar cansados de la guerra. Muchos dicen que apenas está empezando.

El Presidente George W. Bush, por otra parte, ha intensificado el involucramiento militar de Estados Unidos aquí en base a la suposición de que las facciones iraquíes se han cansado del conflicto armado y están dispuestos a llegar a un gran acuerdo. Ciertamente hay iraquíes que se han hastiado. Pero no son los que están al timón del país; muchos están entre unos 2 millones que han huido, ayudando a dejar abierto el camino para que los extremistas tomen el control de su patria.

«No hemos cambiado nada», dijo Fakhri al-Qaisi, un dentista árabe sunita convertido en político intransigente que tiene tres balas alojadas en el torso por un reciente intento de asesinato. «Está oscuro. Habrá más sangre».

Conocí a Al-Qaisi en 2003 en una mezquita salafi en el oeste de Bagdad, cuando la insurgencia árabe sunita estaba cobrando impulso. Explicó la latente ira de los sunitas por ser derrocados del poder. Esa furia ha florecido y probablemente sólo crecerá, conforme los líderes chiitas religiosos y sus milicias se atrincheren más en el gobierno y conforme los curdos en el norte presionen para ampliar su región y separarla en todo menos de nombre.


Atrapados en medio de la guerra civil están los estadounidenses. Para las facciones de Irak, ellos son el más débil de todos los grupos armados en un aspecto crucial: Su voluntad está menguando y su tiempo aquí es limitado. Eso deja a los iraquíes más motivados que nunca a aferrarse a sus aarmas, preparándose para lo que muchos ven una zambullida inevitable en el abismo.

«Todos — los sunitas, los chiitas — están jugando a ganar tiempo», me dijo un líder iraquí durante una cena en su casa en la Zona Verde. «Están esperando que se vayan los estadounidenses. Todos están usando el tiempo contra ustedes».

Mucho parecía diferente en abril de 2003, cuando los estadounidenses derribaron la estatua de Saddam Hussein en la Plaza Firdos y permitieron a los iraquíes arrastrarla por las calles. Pareció un acto de sahel en ese momento, pero los estadounidenses no establecieron el control total, como la historia iraquí dice que debe hacer un conquistador.

Cuatro años después, los ataques sunitas y chiitas contra los estadounidenses están ampliándose. Hay poco amor entre los civiles iraquí por las tropas, aunque muchos temen la anarquía que seguiría a una retirada estadounidense.

«Sigo apegándome a mi principio, que es contra la ocupación», dijo Al-Qaisi en una entrevista aquí mientras estaba de visita tras haberse mudado a su nueva casa en Tikrit. «Soy iraquí, y pienso que el pueblo iraquí debería tener este principio. Tenemos el derecho de defender nuestro país como lo hizo George Washington».

Durante el tiempo que lo he conocido, Al-Qaisi ha rechazado la idea de que los árabes sunitas son la minoría en este país. Para él y muchos otros árabes sunitas, las fronteras de Irak no delinen los límites de la guerra. El conflicto se sitúa, más bien, contra el telón de fondo de todo el mundo islámico, en el cual la demografía y la historia siempre ha favorecido a los sunitas.

Ese sentido de tener derechos es alimentado por la idea de que los árabes chiitas de Irak son sólo títeres de los gobernantes persas de Irán.

Para los chiitas, que conforman el 60 por ciento de los iraquíes, la hostilidad total de los árabes sunitas sólo refuerza una sensación centenaria de ser las víctimas. Por ello las milicias chiitas crecen, promoviendo la venganza.

A través de la fuerza de las armas, y respaldaos ppor los estadounidenses e Irán, los chiitas religiosos pretenden dominar el país completamente, tomando lo que creen les fue arrebatado cuando su reverenciado líder Saddam fue asesinato en el desierto de la Mesopotamia del siglo VII.

Fue en el sitio de ese antiguo derramamiento de sangre, Karbala, que atestigué dos veces el intenso anhelo chiita de rectitud y triunfo.

A principios de 2004, miles de jóvenes combatientes en el Ejército Mahdi, la milicia del clérigo chiita nacionalista Muatada al-Sadr, lucharon y murieron en un febril levantamiento contra los estadounidenses.

En marzo pasado, el mismo fanatismo se manifestó en una forma diferente, cuando millones de peregrinos chiitas marcharon a los santuarios de Karbala para conmemorar la muerte de Hussein.

Fueron pese a los implacables ataques de parte de atacantes suicidas árabes sunitas. Para ellos, era parte de la guerra interminable.

«Ningún país en el mundo está combatiendo ese terrorismo», dijo Adel Abdul Mehdi, un vicepresidente iraquí y líder del Supremo Consejo Iraquí Islámico, un poderoso partido chiita, el día que hizo su peregrinación.

«Cada vez damos más mártires, estamos más decididos. Esta es una gran batalla, no existe tal batalla en el mundo», dijo.

Los chiitas han esperado siglos por su momento en el trono, y la guerra es algo que están dispuestos a tolerar como el precio por tomar el poder, dijo el líder iraquí que me había invitado a cenar en la Zona Verde.

«Los chiitas dicen que esto no es excepcional para ellos, esto es normal», dijo.

La creencia de los chiitas de que deben consolidar el poder a través de la fuerza de las armas está atada a la sospecha siempre presente de una inminente traición por parte de los estadounidenses.

Aunque los estadounidenses han ayudado a instituir el sistema representativo de gobierno que los chiitas ahora dominan, han fallado en eliminar los recuerdos de cómo el primer Presidente George Bush permitió que Saddam masacrara a chiitas en rebelión en 1991. Los líderes chiitas están demasiado conscientes, también, de la hostilidad de Estados Unidos hacia Irán, la sede del poder chiita, y de sus alianzas cercanas con naciones árabes sunitas, especialmente Arabia Saudita.

«Un día descubrirán que hemos regresado a 1917», dijo el jeque Muhammad Bakr Khamis al-Suhail, un respetado líder vecinal chiita en Bagdad, refiriéndose a la instalación aquí de una monarquía árabe sunita por parte de los británicos después de la Primer Guerra Mundial.

«La presión de los países árabes sobre el gobierno estadounidense podría impulsar a los estadounidenses a elegir a los árabes sunitas», añadió.

Sentado en las frescas habitaciones de su casa, el jeque vestido de blnco dijo que él era moderado y simpatizante de la democracia.

Es por personas como él que los estadounidenses han librado esta guerra. Pero la solución que él propone no es la que los estadounidenses aceptarían fácilmente.

«En la historia de Irak, más de 7,000 años, siempre ha habido líderes fuertes», dijo.

 «Necesitamos gobernantes fuertes o dictadores como Franco, Hitler, incluso Mubarak.

Necesitamos un dictador fuerte, y justo al mismo tiempo, para matar a todos los extremistas, sunitas y chiitas».

Me sorprendió oír esas palabras. Pero quizá estaba siendo ingenuo.

Analizando en retrospectiva todo lo que he visto de esta guerra, ahora parece que los iraquíes han estado conduciendo todo para la victoria decisiva, el acto de sahel, el día que los cuerpos sean arrastrados por las calles.

Pero los iraquíes buscarán, a final de cuentas, arrastrar a los estadounidenses completos.

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