Irrespeto al Estado y la nación

Irrespeto al Estado y la nación

TEÓFILO QUICO TABAR
Una de las insatisfacciones más grandes que ha tenido el país y que ha sido tal vez uno de los principales escollos que han impedido que los pilares que deberían soportar la institucionalidad nacional se logre, ha sido el irrespeto permanente por la cosa pública. El desparpajo con el se manejan los asuntos que tienen que ver con la dirección del Estado.

 La forma medalaganaria con la que desde las alturas del poder se realiza cualquier cosa en nombre del éxito político de los incumbentes y de la posibilidad de mantenerse en sus posiciones. El irrespeto con el que, en función de unos anhelos e intereses personales o grupales, actúan los que tienen el control de la cosa pública.  Así el país no va a despegar definitivamente.

Viviremos permanentemente en vilo y dando saltos como los que transitan por carreteras o vías llenas de curvas, de subidas y bajadas en vehículos conducidos temerariamente por los que no respetan las leyes, las normas ni la inteligencia de los demás.

Desde el poder y en nombre de éste, se viven haciendo cosas y diabluras que salpican la dignidad nacional, pero que con el uso de recursos, la mayoría de las veces no autorizados, se compran silencios para que no digan lo que ven y oyen, o se pagan voces y plumas para que digan lo que no es.

Es una lástima que el poder en nuestro país sea tan grande, tan ambicionado y tan retorcido, que sea capaz de convertir a gente buena de conductas y trayectorias, en maquinarias demoledoras, y que por la ambición de mantenerse en el poder, no les importa cuantas víctimas dejen tiradas por el camino, no por que las desaparezcan físicamente, sino porque sean capaces de enterrarlas moralmente, económicamente, anímicamente e incluso políticamente.

En cualquier actividad humana hay reglas que determinan los linderos de hasta dónde deben y pueden llegar sus acciones, pero lamentablemente en el ejercicio del poder no hay límites concebibles. En el ejercicio del poder se rompen todos los esquemas y todos los pronósticos, porque en función de él, todo se puede y casi todo se permite. Porque es tan grande y poderoso, que hasta muchos que tienen conciencia e incluso cierta independencia, ante el asombro parpadean, resbalan o titubean.

Porque cuantas mentiras se han dicho y cuantas travesuras se han hecho desde el poder, pretendiendo que todo sea como un chiste, al que hay que hacerle gracia y del que todos deben reírse. Cuántas reglas se han roto y cuántos compromisos se han tirado por la borda. Cuántas conductas abandonadas y cuántas inconductas reivindicadas.

En nombre del poder, lo que ayer era un delito hoy se convierte en habilidad o virtud. Lo que se criticaba hoy se alaba. Los que eran malos, pasan a ser convenientes. Muchos que ayer estaban en bandos contrarios y eran considerados corruptos, hoy son colaboradores fundamentales para el éxito y el mantenimiento en el poder. Los que antes llamaban delincuentes hoy los convierten en aliados y amigotes.

Las leyes y las normas si convienen al poder son buenas, de lo contrario a modificarlas. Las teorías sociales, en nombre de su progreso y su poder o se olvidan o se tuercen como alambre dulce con el que se pueden hacer diferentes figuras dentro de un mismo lugar. Las virtudes se convierten en olvido y en pasado obsoleto, mientras que las mañas viejas que corroen los pilares que deben servir de soporte de la institucionalidad, se exhiben sin rubor ninguno, como símbolos de éxito y de poder.

Por ese camino no se puede continuar transitando. Tiene que haber respeto por las cosas del Estado desde arriba, para poder pedir respeto al resto del país. Tiene que haber un mínimo de decoro por el uso de los recursos y en la utilización de los métodos. El país debe reflexionar porque podría llegar el momento en que le agoten los límites de las ambiciones y se abran aún más las compuertas de la intolerancia total, que no dejen otro camino que el de acabar, para volver a comenzar.

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