Irresponsabilidad olímpica

Irresponsabilidad olímpica

¿Cómo es posible que la mayoría de los Comités Olímpicos de los países de Centroamérica y el Caribe no hayan protestado ante el gobierno de Estados Unidos por la aplicación de medidas discriminatorias contra la delegación cubana que debió asistir a los juegos regionales que se celebran en Mayagüez, Puerto Rico?

¿Cómo es posible que esos Comités Olímpicos se hayan sumado, por omisión o por comisión, al bloqueo que ha mantenido Estados Unidos contra Cuba durante cinco décadas? Vergüenza debía darles ante la burda politización del evento deportivo más antiguo del mundo y que, por demás, forma parte del ciclo olímpico.

Nadie puede negar que muchas delegaciones olímpicas de la región advirtieron años atrás sobre el peligro de otorgar sedes de competencias internacionales a naciones que introducen elementos violatorios al Derecho internacional en el manejo de esos eventos. La sede de estos juegos de 2010 se le adjudicó a Mayagüez, en 2004 en La Habana, luego de las mayores discusiones que hubiera conocido la Organización Deportiva Centroamericana y del Caribe (ODECABE). La votación final fue de 22 votos a favor y 16 en contra. Este resultado dice mucho de la intensidad de los argumentos. Pero, entonces como ahora, pudo más la presión imperial que el espíritu deportivo.

Evidentemente, las violaciones a las normas olímpicas se intensifican cada vez que los juegos se han celebrado en Puerto Rico. En los Centroamericanos de 1966, en San Juan, las víctimas de las agresiones, de las provocaciones y de los insultos no fueron sólo los cubanos. Los miembros de la delegación dominicana tuvimos que enfrentar los hostigamientos a que éramos sometidos mientras tropas estadounidenses ocupaban el territorio nacional. Nuestra única arma de defensa entonces fue la dignidad. Y respondimos al oprobio izando la bandera dominicana a media asta como señal de duelo y protesta ante la criminal violación a nuestra soberanía nacional por el gobierno de Estados Unidos.

Abundantes discriminaciones y agresiones de corte político contra Cuba también tuvieron lugar durante los juegos de Ponce en 1993. Ahora, en Mayagüez, las violaciones han sido, otra vez, de corte imperial además de totalmente inaceptables para cualquier ser humano que respete su dignidad.

Desde seis años atrás, algunas Federaciones olímpicas del área han estado advirtiendo que la “migra” estadounidense intentaría procesar a los atletas cubanos, a su llegada al territorio colonial de Puerto Rico, como ciudadanos de un país sindicado de terrorista. Resultaba asimismo inaceptable que las autoridades designadas para, supuestamente, darle seguridad a la delegación cubana fueran los agentes de Homeland Security, organismo estadounidense a cargo de la desacreditada lucha contra el terrorismo. Como inaceptable es la amenaza de que cualquier avión cubano que aterrizara en el territorio colonial de Puerto Rico pudiera ser incautado por las autoridades federales en base a sus leyes extraterritoriales.

El Comité Olímpico cubano nunca solicitó tratamiento privilegiado a las autoridades de Puerto Rico. Sólo aspiraba a que se cumplieran los preceptos olímpicos tratando de que la ODECABE no sufriera los embates de una política irracional y agresiva como la que practica Estados Unidos, a pesar de varios Comités Olímpicos de la región que propician, con su silencio, el resquebrajamiento jurídico de la organización regional.

Más que amenazas, la delegación cubana debía recibir constantes estímulos para participar en esas competencias. En las cuatro décadas recientes, Cuba siempre ha ocupado el primer lugar en los Juegos Centroamericanos y del Caribe. Nadie ha obtenido tantas medallas como esa revolucionaria nación. Los atletas cubanos se sienten orgullosos de su país, de su Revolución y de su bandera, símbolos que enaltecen con sus actuaciones deportivas. Los resultados de estos juegos regionales sin la participación de Cuba deben ser señalados con asteriscos en los libros de récord.

Vergüenza debía darle a algunos Comités Olímpicos de Centroamérica y el Caribe, hambrientos de medallas ajenas, participar en una competencia en la que se viola flagrantemente la filosofía del olimpismo. En particular, el Comité Olímpico Dominicano debía revisar sus raíces para que se enteren cómo sus predecesores supimos enfrentar a los neocolonialistas cuando el momento lo requirió. Como lo hicimos en 1966, cuando izamos la bandera a media asta, cual señal de repudio a las agresiones del imperio y en defensa de nuestra dignidad.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas