En estos días, viendo una serie me vino a la mente como la humanidad “desconoce” o prefiere ignorar, los terribles e irreversibles daños que ocasiona en un niño, la separación repentina de esas figuras a las que reconoce como padres…
Si tuviéramos en cuenta que cuando nacemos el cerebro es el órgano más inmaduro de nuestro cuerpo y hasta bien entrada la década de los veinte años no madura de forma íntegra, entenderíamos que cualquier revés grave y prolongado, como una separación repentina, inesperada y duradera de un cuidador, cambiaría su estructura, daña la capacidad del niño para procesar las emociones y deja cicatrices profundas y duraderas. Esta situación tiene consecuencias psicológicas desfavorables que, con el tiempo, formarán parte de sus vidas y les impactará de alguna manera.
Esa separación repentina también les puede provocar a los niños muchas confusiones, ya que pueden llegar a sentirse rechazados por el ser más querido y en el que confían plenamente, como también pudieran sentir que los padres son culpables o culparse a sí mismos, preguntándose si algo que hicieron llevó a esa decisión.
Se entiende que ese tipo de eventos podría, en el futuro, convertir a muchos jóvenes en personas inseguras y con baja autoestima. Además, pueden ser propensos al llanto y todo lo relacionado con el estrés postraumático.
Para conformar una relación estable y predecible entre padres e hijos, es fundamental la figura del apego, así como lo es para el desarrollo emocional de los niños, la cotidianidad y la cercanía, que es lo que permite a los niños desarrollar una regulación de los afectos, la confianza en sí mismos, la seguridad, y la introspección de los valores que se promueven socialmente.
Sin duda alguna, la presencia de los padres también es necesaria para el crecimiento y desarrollo armónico del individuo, desde los aspectos psicosociales como nuestra capacidad para responder al estrés y autorregular nuestras emociones, como nuestra capacidad para confiar en los demás y funcionar en grupo.
Existen diversos estudios que han planteado que los niños separados de sus padres o descuidados por ellos muestran de forma consistente que la interrupción de dicha presencia y sus cuidados provoca una maduración precoz y rápida de los circuitos cerebrales responsables del procesamiento del estrés y las amenazas. Este desarrollo acelerado altera el cableado del cerebro y cambia la forma en que se procesan las emociones.
Pareciera que no sabemos, pero el trauma de la separación, permanente o temporal, plantea riesgos para la salud y afecta al rendimiento académico, al éxito profesional y a la vida personal. Y aunque no lo crean, la separación de hijos y progenitores aumenta la probabilidad de padecer varios trastornos psiquiátricos, incluidos estrés postraumático, ansiedad, bajo estado de ánimo, o trastornos psicóticos.
Son vitales en la vida, la sensación de seguridad y la empatía con el prójimo, la capacidad de detectar y responder a las amenazas, así como la autorregulación de las propias emociones y el estrés. La reprogramación temprana de los circuitos neuronales subyacentes a estas funciones puede alterar directa o indirectamente el desarrollo físico, emocional y cognitivo del niño y provocarle alteraciones de por vida.
Así que por favor midámonos mucho en lo que hacemos y como actuamos, recordemos que estos pequeños serán la generación del mañana, y están aprendiendo hoy de todo lo que decimos y callamos, no vaya ser cosa que nos caiga en el futuro todo el peso de lo que sembramos.