Irving A. Leonard (1 de 2)

Irving A. Leonard (1 de 2)

DIÓGENES CÉSPEDES
Extraviado ahora entre mis anaqueles, leí hace unos años un artículo en un número de la revista “Nuevo Texto Crítico” que publica la Universidad Veracruzana de Jalapa, México, escrito por el profesor Rodríguez Chicharro sobre Pedro Henríquez Ureña en el cual, fundado en la obra de Leonard, “El libro de los conquistadores” (Fondo de Cultura Económica, 1959 y 1979), refutaba la tesis de nuestro humanista acerca de la inexistencia de novelas durante la época colonial en América hispánica a causa de la prohibición de los reales decretos de 1531 y 1543.

Como el profesor mexicano no daba la fuente bibliográfica,  retuve solamente el nombre del autor y me dediqué a buscar las obras de Leonard hasta que, leyendo “Heterodoxia e inquisición en Santo Domingo”, de Carlos Esteban Deive, tropecé con el título y la editora. Llamé a Carlos, quien gustosamente me prestó su ejemplar, segunda edición de 1979, y le saqué fotocopia. Relato esto para que los aspirantes a investigador literario no se descorazonen cuando no encuentren un dato.

En consecuencia, ahora sí puedo armar el artículo que había pensado escribir cuando leí el trabajo del profesor mexicano.

En efecto, la refutación no es de Rodríguez Chicharro, sino de Leonard, cuya hipótesis central en todo el libro es demostrar, con datos a la mano, que a pesar de esos decretos reales y las demás disposiciones adoptadas a partir de la lucha de los moralistas en contra de las obras de imaginación ni la Corona ni la Inquisición pudieron impedir “la existencia  de una circulación de libros relativamente libre en las primeras colonias españolas, hecho hasta ahora oscurecido por prejuicios y aprensiones.” (p. 9)

Y siguiendo al autor norteamericano, el profesor mexicano afirmaba (ya que Henríquez Ureña no lo hizo constar) que la primera prohibición se debió a Fernando el Católico en 1506. Leonard lo explica mejor y con reservas: “Si el historiador del siglo XVII Fernando Montesinos está en lo cierto en sus “Anales del Perú”, entre los reglamentos que el rey Fernando impuso en 1506 ‘para el buen gobierno de las Indias’ había uno que ordenaba que no se permitiera la venta de libros profanos, frívolos o inmorales a fin de que los indios no se aficionasen a leerlos. El rey Fernando se refería obviamente a los libros de ficción de aquel tiempo; pero obsérvese que la prohibición estaba ligada al bienestar de los indios; nada dice sobre su aplicación a los blancos.” (p, 92).

Es curioso, según se desprende de la sutileza de Leonard, que ni el real decreto de 1531 ni el de 1543 fueran firmados por Rey Carlos V. El primero lo fue por la reina, en ausencia del soberano y el último por el príncipe, quien más tarde al abdicar su padre, gobernaría con el nombre de Felipe II. Leonard señala con justa razón que la reiteración de estas medidas en tales decretos era señal de que no se cumplían tales  disposiciones y la Casa de Contratación de Sevilla, un especie de patronal del alto comercio, se hacía de la vista gorda a causa de las presiones de los mercaderes que veían  en esa disposición la ruina de sus negocios  de libros exportados a todas las colonias del Nuevo Mundo y más tarde hacia Filipinas.

Hago la salvedad, entre paréntesis, que Don Pedro, nuestro humanista, conocía, hasta 1946, fecha de su muerte, los ensayos publicados por Leonard en diferentes revistas de los Estados Unidos y Puerto Rico. Así consta en el índice onomástico de su “Obra crítica”, especialmente en las notas de su artículo “Apuntaciones sobre la novela en América”, se 1927.

Lo contrario no ocurre con Leonard, quien no cita este importante trabajo en su obra que comentamos. Lo cual no significa que  Leonard no leyera dicho artículo, sino que quizá operó como todo intelectual etnocéntrico: metió en  un mismo  saco, en frase generalizadora, a todos los que eran partidarios de la tesis de que las disposiciones reales de la Corona impidieron el surgimiento de novelas y obras de ficción en América hispánica.

Otra  salvedad. La primera edición en inglés del libro de Leonard es de 1949. Don Pedro no pudo leerla, pero en la nota 38    del capítulo II de su libro “Las corrientes literarias en la América hispánica”, publicado en inglés en 1945 y  luego  en español en 1949, dice nuestro insigne humanista sobre este tema, lo siguiente, lo cual pudo muy bien ser tomado en cuenta por Leonard como muestra de flexibilidad científica: “Investigaciones recientes -especialmente las del profesor Irving A. Leonard, véase, por ejemplo ‘Romances of Chivalry in the Indies’, Berkeley, California, 1933- han demostrado que las novelas se enviaban de España a América en grandes cantidades, y que aquí las vendían abiertamente los libreros. No parece que tan floreciente comercio haya sido de contrabando, y por lo tanto se desprende que los reales decretos de 1531 y 1º543 contra la circulación de ‘vanas y mentirosas fábulas’ en el Nuevo Mundo no se aplicaban ya hacia 1600 (…) Pero la prohibición se mantenía de algún modo, en  la práctica, contra la impresión de esa clase de literatura  en las colonias, y, si exceptuamos una de carácter religioso- pastoril, ‘Los sirgueros de la Virgen’, de Francisco Bramón (México, 1620), no hubo ninguna novela impresa en la América española durante tres siglos.” (p. 221).

Veremos, en el próximo, artículo, siguiendo a Leonard, las razones comerciales y las presiones de los libreros e impresores españoles de la metrópoli para que nadie, en las colonias, les estropeara las exorbitantes ganancias que les producía la impresión y venta de libros. Ni los reyes ni la Casa de Contratación  de Sevilla pudieron oponerse a su poder. Los reyes porque necesitaban urgentemente dinero para solventar sus problemas y los libreros y editores pagaban altos impuestos con sus ganancias exorbitantes y la Casa de Contratación porque su negocio era comerciar con las Indias conforme a un monopolio.

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