Irving A. Leonard (2 de 2)

Irving A. Leonard (2 de 2)

DIÓGENES CÉSPEDES
La Corona española y la Inquisición tenían motivos similares, desde 1506, para prohibir que los libros considerados como “historias mentirosas” cayeran en manos de los indios de América y no fueran a creer que lo que en estas obras se narraba eran hechos verdaderos y, en consecuencia, no fueran a obrar como los personajes de la caballería andante.

Pero esta prohibición no incluyó nunca a los españoles, sino que la Inquisición, sobre todo a partir del rompimiento de Lutero con la Iglesia en 1519, amplió, junto a la autoridad real, el margen al cual se contraían los decretos y ya luego se incluyó a los extranjeros, judíos, conversos o no, moros y gente levantisca susceptible de caer en las redes de las herejías.

El celo de la Corona tenía que ver con la estrategia de conservar pura la fe católica, sobre todo después de la expulsión de los moros, puesto que esta era la garantía del mantenimiento del imperio español, ahora heredero de la monarquía católica universal como continuidad del Sacro Imperio Romano. Dentro de ese esquema, la Corona española tenía un proyecto política para los indios de América en el cual estos serían ciudadanos españoles y en tal virtud se inició con Las Casas un proyecto de alfabetización de los indígenas a fin de que accedieran a los puestos públicos, canonjías y prebendas, pero esta utopía fracasó por el alto costo que implicaba en dinero. La lucha frontal en contra de la Reforma de Lutero y demás reformadores incluyó grandemente para que este proyecto a favor de los indios se fuera a pique.

Es en este contexto donde se entiende el celo de la prohibición de obras de ficción, “historias mentirosas”, así como su impresión en América. Ante esta realidad, los pensadores e investigadores hispanoamericanos que buscaban fundar los orígenes de la cultura y la literatura de su respectivo país, se hallaron con el hecho de que los tres reales decretos que prohibían la entrada de libros de ficción a América, así como su impresión, explican la razón de por qué no hubo novela en esta parte del Nuevo Mundo. El hecho de que la prohibición abarcó sólo a los indios y luego a los heréticos obedeció también a que Carlos V era un aficionado a los libros de caballería andante. Quizá por este motivo, y para eludir las presiones de los moralistas, de los comerciantes de libros o de la misma Casa de Contratación, son su esposa y su hijo quienes firman los reales decretos.

Si no yerro, el primer ensayo sobre el porqué no hubo novela en América ni amplio desarrollo de la poesía lírica ni libros publicados en las colonias sobre estos dos géneros, se debió a la pluma de Pedro Henríquez Ureña en 1927. A partir de este año, dos grandes intelectuales hispanoamericanos se enrumban por esta vía. El primero, Luis Alberto Sánchez, había esbozado en 1929 artículos con la tesis de Henríquez Ureña, los cuales fueron incluidos en su libro publicado en Lima en 1933 titulado “América, novela sin novelistas”. Pero Sánchez varió su opinión en 1945 cuando dio a la estampa su libro “Proceso y contenido de la novela hispano-americana”. Discute la tesis de Henríquez Ureña y refuta la acción de “novelista viajeros” para afirmarse en la ida de que las obras de los escritores españoles que vinieron a América pueden ser tan americanas como las de los escritores coloniales que publicaron sus obras en la Península. En conclusión, alega Sánchez que el hecho de que no se publicaran en las colonias novelas, cuentos y otras obras de ficción, no es señal de la inexistencia de estos géneros.

Hay que aclarar que durante todo el período colonial no existió en España el término novela. Los libros de caballería andante que pertenecen a este género eran designados como “historias” o “crónicas”. De ahí el ataque bestial de los moralistas contra estos libros calificados de “mentirosas historias”, pues para ellos las historias verdaderas eran las que escribieron, por ejemplo, Herodoto, Jenofonte, Tácito, Tito Livio y otros historiadores españoles que dieron cuentas de los hechos de los reyes españoles. A la confusión entre estos dos tipos de escritos por parte de los españoles del pueblo llano o de alta alcurnia es a lo cual le tenían miedo los moralistas, pues según ellos era un peligro que minaba la existencia de la monarquía y de su religión oficial.

Otro ensayista que se suscribió a la tesis de Henríquez Ureña fue el colombiano Mariano Picón Salas en su libro “De la conquista a la independencia”, publicado en México por el Fondo de Cultura Económica en 1944, punto de vista que critica Irving Leonard en su obra “Los libros del conquistador”. Pero Henríquez Ureña tuvo la inteligencia de rectificar su tesis original y tomar en cuenta el punto de vista de Leonard. En su libro “Seis ensayos en busca de nuestra expresión”, Henríquez Ureña se refería a las condiciones necesarias y suficientes para fundar no solamente una especificidad nacional, sino también una especificidad cultural y literaria. Hasta finales del siglo XIX, él no encontró obra de autor colonial que no fuera retrato de las prácticas literarias europeas y peninsulares. Es con Martí y Darío que se inicia este proceso de la verdadera independencia de nuestra expresión cultural y literaria hispanoamericana.

La tesis de nuestro humanista acerca de la inexistencia de la novela y otras obras de ficción en América durante el período colonial es correcta. Lo que no es exacto es el motivo, que él hacía recaer en los reales decretos. Irving Leonard estudió a fondo las causas del problema, extrayendo de los archivos españoles e hispanoamericanos los documentos de embarque de libros desde España, con lo cual demostró que la razón verdadera estuvo en el monopolio del comercio de libros y las jugosas ganancias que les proporcionaba a las imprentas y a los editores, a la Corona y a la Casa de Contratación de Sevilla.

Los libros embarcados desde España llegaban a manos de los españoles en los más apartados rincones de América. Incluso muchos libros impresos en España llegaban a veces primero a las colonias que al público de la Península.

Los intelectuales dominicanos del pasado acogimos la tesis de Henríquez Ureña, pero quizá no se tuvo acceso, a tiempo, a los trabajos de Leonard. Por ejemplo, don Vetillo Alfau, publicó en los “Anales” de la Universidad de Santo Domingo un trabajo donde acogía esta tesis del gran humanista. En esto el libro de Leonard es un modelo de investigación, aunque es deudor de la ideología imperial y etnocéntrica del progreso a cual se aferra como espíritu conservador. Según esta ideología, poco importa que España o cualquier potencia exterminen millones de seres humanos y sus culturas, si tal acción contribuye al “progreso y la civilización” de la humanidad.

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