Isabel Allende, salvar el abismo generacional

Isabel Allende, salvar el abismo generacional

Es en la actualidad la escritora latina más vendida. Chilena, nacida en Lima en 1942, es ciudadana norteamericana y se hizo famosa a los 40 años con su primera novela, “La casa de los espíritus”.

Desde entonces vendió 38 millones de libros, es acusada de plagiar a Gabriel García Márquez y los escritores hombres que se dicen “serios” la acusan de que lo que ella hace es literatura “light”. Escritoras como Rosario Ferré encuentran en el análisis de su obra que mucha de su literatura es de corte “fascistoide”

Más allá del prejuicio envidioso de los varones y el análisis que puede ser cierto de la puertorriqueña, Isabel Allende, ha vivido su triunfo como escritora con desenfado. Se atrevió a ser ella misma, a beberse la vida a grandes tragos, a darse todos los gustos, evitar las etiquetas y sobre todo no tomarse nunca en serio. Ahora escribe una trilogía para adolescentes cuyo segundo volumen, “El reino del dragón de oro”, ya salió a la venta y del cual incluyo el siguiente párrafo porque creo que es afin con todo lo que está pasando con nuestra juventud en República Dominicana:

“Al abrir la puerta del apartamento en Nueva York, una bocanada de aire fétido golpeó a Kate y Alexander en la cara. La escritora se dio una palmada en la frente. No era la primera vez que se iba de viaje y dejaba la basura en la cocina. Entraron a tropezones, cubriéndose la nariz. Mientras Kate organizaba el equipaje, su nieto abrió las ventanas y se hizo cargo de la basura, a la cual ya le había crecido flora y fauna. Cuando por fin lograron meter el tubo con la cerbatana en el minúsculo apartamento, Kate cayó despatarrada en el sofá con un suspiro. Sentía que empezaban a pesarle los años. Alexander extrajo las bolas de su parka (son tres bolas de vidrio que Alexander trae de su aventura en el Amazonas, narrada en el primer libro de la saga, “La ciudad de las bestias”) y las colocó sobre la mesa. Ella les dirigió una mirada indiferente. Parecían esos pisapapeles de vidrio que compran los turistas.

Son diamantes, Kate le informó el muchacho.

¡Claro! Y yo soy Marilyn Monroe… contestó la vieja escritora.

¿Quién?

¡Bah! gruñó ella, espantada ante el abismo generacional que la separaba de su nieto.

Debe ser alguien de tu época sugirió Alexander.

¡Esta es mi época! Esta es más época mía que tuya. Al menos yo no vivo en la luna, como tú refunfuñó la abuela.

De verdad son diamantes, Kate insistió él.

Está bien Alexander, son diamantes.

¿Podrías llamarme Jaguar? Es mi animal totémico. Los diamantes no nos pertenecen, Kate, son de los indios, de la gente de la neblina. Le prometí a Nadia que los emplearíamos para protegerlos.

¡Ya, ya, ya! masculló ella sin prestarle atención.

Con esto podemos financiar la fundación que pensabas hacer con el profesor Leblanc.

Creo que con el golpe que te dieron en el cráneo se te soltaron los tornillos del cerebro, hijo replicó ella, colocando distraídamente los huevos de cristal en el bolsillo de su chaqueta.

En las semanas siguientes la escritora tendría ocasión de revisar ese juicio sobre su nieto”.

¿Porqué incluyo este texto, porqué me llamó la atención el bufido de la señora ante el “abismo generacional”?

Porque precisamente, la vieja escritora se enfrenta a ese bache generacional que a todos nos toca, nos espanta y sobre todo nos deja perplejos.

Ese vacío generacional entre abuela y nieto y que sin embargo es vivido con creatividad, con el oído atento puesto en el joven que crece y a la anciana que también crece en su vejez y sabiduría, pero de otra manera y con las características propias de esa tapa de la vida. Sin solemnidades se atreve a escuchar a su nieto y a reformular el mundo que ha cambiado y que le toca vivir, a seguir creciendo a través del aprendizaje de los más chicos y de tratar de entender un mundo cambiante que exije adecuación y flexibilidad.

Como a la vieja Kate, a nosotros, la vida y las circuntancias nos indican que debemos mantener el oído atento y sobre todo el corazón predispuesto a lo que nos dicen nuestros hijos, nuestros nietos y a cómo los acompañamos, creciendo y cambiando junto a ellos todo ese bagaje pesado y prejuiciado que es nuestra cultura y nuestro pasado.

Hace unos días el correo electrónico se vio colmado de mensajes entuasiastas por la crónica de vida sobre los jóvenes de clase media. Más allá de la alegría de ser leída, de ser comprendida, me ví colmada por el comentario de los jóvenes que en definitiva era a quien estaba dirigida la nota.

Una de ellas fue una larga carta de Diana Barletta que entre las muchas cosas sensatas, lúcidas y justas agradeció que la crónica sacara a relucir las cosas buenas de los jóvenes y no hacer hincapié en el consumismo, la droga, la dejadez o la abulia.

Como el nieto de la vieja escritora, los jóvenes nuestros tienen ese animal totémico que puede preservarlos de la adversidad y las desgracias.

El desafío para los grandes y la lucidez de parte nuestra, será la de apegarnos a su crecimiento y madurez. No dar nada por sentado, estar dispuestos a esperar, a no imponer, a no pretender que ellos hagan lo que nosotros no pudimos o no nos atrevimos a hacer.

A seguir aprendiendo, porque la vida es un continuo camino, y la isla de Itaca no es un fin sino el medio para recorrer la vida y atreverse a vivirla sin recetas, sin rigidez y sobre todo sin prejuicios.

En una entrevista telefónica que le hicieron a Sausalito donde vive Isabel Allende ella contó con su chispa y simpatía de qué trataba esa saga para adolescentes y cómo era la relación con sus nietos.

Son tres libros para chicos o adolescentes tempranos. El primero se publicó en 2002, y se llamó “La ciudad de las bestias”. El segundo, “El reino del dragón de oro, está publicado por Sudamericana y es el texto que incluyo.

Para el último, “El bosque de los pigmeos”, habrá que esperar otro 8 de enero que es a fecha de cábala que tiene Isabel Allende para empezar un nuevo libro..

Concebidos en forma de saga cuentan la historia de una abuela, Kate Cold, brava periodista de la revista International Geographic, que con su nieto, Alexandre, emprende viajes que empiezan como encargos de la revista para terminar en epopeyas con los ingredientes rocambolescos habituales en la Allende: expedicionarios locos, abominables hombres de las nieblas.

Si el primer libro transcurría en el Amazonas, donde abuela y nieto conocían a Nadia, una nena brasileña, el segundo transcurre en el Tíbet con la misma trilogía protagónica, malos, buenos, mocos, aventuras, miedo, terror, magia, misterio.

Kate Cold es una mujer que a Isabel Allende le hubiera gustado ser: fría, dura con su nieto, pero justa.

“ No se parece en nada a mí. Pero así me gustaría ser. Una abuela memorable. En vez de eso soy una abuela que los llena de dulces. Kate Cold es brava, pero le muestra el mundo. Lo empuja, en vez de pararse delante para protegerlo. Yo me pongo delante para protegerlos”.

Autora y personaje tienen algo en común porque a Isabel Allende sus nietos también le dicen cosas horribles.

“ Un día me encontró mi nieto Alejandro escudriñándome mis arrugas en el espejo. Me dio una palmadita en la espalda y me dijo: “No te preocupes, abuela, vas a vivir por lo menos tres años más”. Tengo 61, no soy ningún pollito. Me preocupa la edad, no extraordinariamente todavía. Pero llega un momento en que se deterioran la mente y el cuerpo. Yo quiero morirme antes.

Siempre le digo a Willy ( el esposo) que cuando nos demos cuenta que estamos pasados, nos matemos juntos. Sería lindo, ¿verdad? Pero hacerse mayor da una cierta libertad. No tienes que fingir nada, eliges a tus amigos. Antes andaba siempre con una especie de antena sexual, como para captar las vibraciones sexuales. Eso se me terminó. Yo estoy enamorada de mi marido, y chau, puede aparecer Tom Cruise que a mí las antenas no se me mueven. Eso es bueno, es rico”.

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