Islas a la deriva

Islas a la deriva

JUAN MANUEL PRIDA BUSTO
Somos una nación compuesta por cientos, miles, millones de islas.
Islas dentro de una isla.
Actuamos sin importarnos los demás, interesados únicamente en lo nuestro, en nuestras cosas personales y particulares.

Lo que cuenta son mis cosas, mis circunstancias, mis problemas y resolverlos, a como dé lugar, no importa cómo lo logre, con qué medios, ni contra quién vaya, o qué cosas me veré obligado a hacer.

Mi tiempo es más importante que el tuyo, y más importante aún, si voy a resolver mi problema. El asunto toma un cariz que raya en lo divino, por aquello de las atribuciones y derechos que se arrogan algunos, cuando se trata de jerarquías y dignidades. El actor de mayor jerarquía es quien hace uso más acomodadizo y antojadizo del reloj.

Mis cosas tienen mayor trascendencia que las tuyas.

Mis problemas son prioritarios. Los tuyos, los de los otros que esperen su momento.

Todos repetimos hasta el cansancio el desgastado -por el excesivo uso, mal uso e indebido uso- refrán aquel de la unión hace la fuerza.

Pero, curiosamente, aquí, en este país, lo que da fuerza, lo que hace la fuerza es la desunión.

Somos fuertes, invencibles, en la desunión. Cada quien toma el camino de la conveniencia personal. Lo más que vemos son diminutas islas agrupadas en busca de un beneficio o provecho grupal. Nadie mira al todo, al universo, a la comunidad.

Estas islas, grupales o individuales, no conocen de amistades ni aún de parentescos. La lealtad de las islas agrupadas va en función de alcanzar intereses comunes. Se crea un vínculo entre ellas, en apariencia armónico, amistoso… hasta que llega el momento de obtener beneficios, y ahí empiezan las rivalidades entre sus integrantes en desesperado intento por llevarse cada cual la mejor tajada… sus relaciones se tambalean y llegan muchas veces a romperse.

Los intereses son ciegos, como cierto es quien se aplica a obtenerlos a toda costa.

No cuentan los afectos, la sangre. Cuenta, sí, la sangre derramada en frustración, desaliento, desencanto.

El accionar de las islas clava espinas en la colectividad, lanza dardos de fuego que calcinan el futuro.

En este país nadie se ha planteado siquiera la idea, el concepto coherente y firme de proyecto de nación. Y mucho menos, de ponerlo en práctica.

Y no se ha planteado como idea porque esa idea conllevaría pensar en la colectividad, trabajar por la mejoría de la nación como un ente único, y no como grupos fragmentados que somos. Y eso, además de ser una tarea agotadora y fastidiosa, no deja los beneficios que obtiene cada grupo, cada isla en particular.

Ni a los gobernantes -entendidos como clase política y no como partido en el poder en un momento determinado- les cruza esto por la mente, pues siempre andan muy ocupados tratando de conseguir seguidores con fines electorales, que pronto olvidan y siguen a lo suyo, ni los gobernados se lo han exigido.

Mientras sigamos siendo islas, nuestro provenir como nación que debe dar respuesta a las carencias de su población maltrecha, desnutrida, enferma, desempleada y analfabeta, irá a la deriva.

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