Israel, Estados Unidos y la era del terror

Israel, Estados Unidos y la era del terror

POR ROGER COHEN
NUEVA YORK.-
Durante su primer mandato, el gobierno de George W. Bush sostuvo que el camino hacia Jerusalén pasaba por Bagdad. Incluso antes de los ataques del 11 de septiembre, desdeñó el término «proceso de paz», el cual consideraba como sinónimo de negociaciones mediorientales estériles. El nuevo enfoque era firme: Sólo una transformación democrática regional, que empezara en Irak y se extendiera a una Autoridad Palestina corrupta y empañada por el terror, podía abrir la puerta para una solución palestino-israelí.

Pero como el símbolo de esa corrupción, Yasser Arafat, yace en estado de coma en un hospital de París, Irak está inmersa en el conflicto, Europa presiona en busca de una señal de un nuevo George W. Bush y con imágenes de violencia en Gaza que alimentan el sentimiento anti-americano en el mundo islámico, la pregunta fue formulada la semana pasada: ¿No ha llegado el momento de que el gobierno estadounidense ajuste su enfoque hacia Israel y ponga primero la paz en Jerusalén?

Dos nuevas temporadas parecen haber llegado a la vez: la era post-Arafat y el segundo mandato de Bush. Su promesa para Oriente Medio, y más allá de ello la guerra contra el terrorismo, podría resultar efímera si diferentes momentos no traen consigo también políticas diferentes.

Después de todo, en términos históricos, la aceptación en gran medida poco crítica que hizo Bush del Israel del Primer Ministro Ariel Sharon es una anomalía. El surgimiento del estado judío en 1948 fue recibido con ambivalencia en Washington; el secretario de Estado George Marshall argumentó contra el reconocimiento inmediato que ofreció el Presidente Harry Truman.

El apoyo soviético a regímenes árabes radicales durante la Guerra Fría disolvió lentamente la incertidumbre estadounidense, reemplazándola con un respaldo activo de Israel. Pero la ayuda no fue incondicional. Después de las guerras de 1967 y 1973, Estados Unidos se convirtió en el negociador más creíble de «territorio por paz», una posición que, durante las presidencias de George Bush padre y de Bill Clinton, involucró una medida de presión para ambas partes. Quizá es inevitable que el péndulo oscile de nuevo hacia esa posición.

Pero los argumentos contra un cambio de política siguen siendo vigorosos; empiezan con la convicción de que el enfoque actual está funcionando y que los ataques del 11 de septiembre de 2001 cambiaron al mundo, dando a Estados Unidos e Israel una vulnerabilidad compartida ante el terrorismo, y lo que han llamado un interés compartido para aplastarlo.

Tres años después, Sharon, fortalecido por el vigoroso respaldo de Bush ha suprimido la violencia palestina, diezmado al liderazgo del grupo militante Hamas, y demostrado que el camino militar no conduce a ninguna parte a los palestinos. Incluso antes de que Arafat colapsara, su régimen lo había hecho, provocando un creciente debate interno sobre el gobierno y el liderazgo palestinos.

Simpatizantes conservadores de Bush se burlan de la sugerencia, adoptada en todas las capitales europeas y árabes, de que la inclinación estadounidense hacia Israel y el fracaso para avanzar hacia una solución son los factores más importantes que alimentan el radicalismo anti-americano que produce el terrorismo.

«Es una fantasía pensar que algún cambio en la política hacia Oriente Medio tenga un efecto sobre los terroristas», dijo Max Boot, miembro del Consejo sobre Relaciones Exteriores en Nueva York. «Durante años, tuvimos a Bill Clinton enfocándose como un rayo láser en una solución palestino-israelí, ¿y eso desalentó a Bin Laden de conspirar para destruirnos? Estas personas quieren que Israel desaparezca, de manera que no hay forma de satisfacerles».

En esta opinión, Bush y Sharon podrían haber eludido un proceso, pero han logrado un grado de paz, o al menos una pacificación relativa. Al empezar a enfocarse en las sociedades árabes autocráticas cambiantes, continúa el argumento, Bush también ha socavado la tendencia debilitadora de esas sociedades a distraer la atención de los problemas internos a través de campañas de odio a Israel.

Cualesquiera que sean los ajustes que Bush haga a su Gabinete de segundo mandato, estos argumentos continuarán teniendo peso, no menos porque también han resultado resonantes en términos políticos internos.

Bush podría sentir una inclinación personal a responder a la insistencia del Primer Ministro británico Tony Blair, en un mensaje de felicitación después de la elección, de que la paz palestino-israelí es «el único desafío urgente en nuestro mundo hoy». Pero el propio paisaje político de Bush -completado con judíos y evangélicos cristianos que aman a Israel que votaron por él en Florida- es muy diferente del de su aliado británico.

Sin embargo, la coincidencia del inicio de un segundo gobierno de George W. Busj y un cambio al parecer inevitable en el liderazgo palestino parece hacer inevitable alguna modificación del papel medioriental de Estados Unidos.

En su discurso del 24 de junio de 2002 que estableció la solución de dos estados que llegó a conocerse como «mapa de ruta», Bush dijo: «Con el fin de lograr la paz y para que se establezca un estado palestino, se requiere un liderazgo diferente. Hago un llamado al pueblo palestino para que elija nuevos líderes que no toleren el terrorismo».

Una solución a ese asunto del liderazgo, o al menos un cambio, ahora parece inminente. Durante los últimos años, Estados Unidos se ha visto obstaculizado por una contradicción básica: Ha restado importancia a Arafat como estadista al tiempo que demanda de él un acto final de estadismo, hacerse a un lado para dar lugar a un líder más joven. No fue sorprendente que no pasara nada bueno en Ramallah.

Ahora «ha surgido una forma elegante de que Estados Unidos se vuelva a involucrar», dijo Jonathan Eyal, experto británico en política exterior.

«El señor Bush tiene que tratar de asegurarse de que los palestinos correctos asuman el poder, y que la reforma económica y administrativa en Cisjordania y Gaza avance».

Quiénes sean esos palestinos no está claro. Algo de caos es probablemente inevitable. Gaza y Cisjordania pudieran tomar caminos diferentes. Grupos extremistas pudieran asumir el control. La turbulencia pudiera empezar con la cuestión de dónde debiera ser sepultado Arafat (¿qué tal Jerusalén?).

Pero en el Primer Ministro Ahmed Qureia, el ex primer ministro Mahmoud Abbas, el ex jefe de seguridad Muhammad Dahlan y el encarcelado líder palestino Marwan Barghouti radican ricas y diversas posibilidades. La necesidad de ayuda estadounidense para organizar una elección palestina el año próximo también parece urgente. Sin esa votación, faltará legitimidad al líder palestino mientras una planeada retirada israelí de Gaza la hace un requisito para la estabilidad.

Pero un mayor involucramiento en la política palestino no logrará mucho sin alguna revisión de la política hacia Israel. Cuando pareció brevemente en 2003 que Sharon tenía un interlocutor palestino moderado en Abbas -uno aceptado por Bush- hizo poco o nada para ayudar al nuevo primer ministro, al parecer prefiriendo una política determinada por los actos israelíes (construir una cerca, por ejemplo) a la negociación.

Abdel Monem Said, director del Centro Al-Ahram para Estudios Estratégicos en El Cairo, sugirió que Bush pudiera acudir con Sharon y formular este argumento: Te hemos apoyado, Ariel, y ahora es tiempo de que tú nos ayudes. Los palestinos moderados ganarán sólo si les das una oportunidad seria de negociar un acuerdo. Eso te beneficia. Nosotros pagamos un precio por nuestro apoyo a tí en términos del odio que hay en el mundo árabe. De manera que también nos beneficia que esto avance.

Pero Said añadió: «Cuando considero esa posibilidad, en ocasiones siento que estoy soñando. No pienso que el señor Bush se dé cuenta de que al menos 50 por ciento del odio hacia Estados Unidos en el mundo árabe está vinculado con Israel. Estados Unidos no tiene historial colonial en nuestra parte del mundo. Es el apoyo incondicional a Israel lo que lo produce».

Ese apoyo estadounidense a Israel sigue siendo una especie de misterio para los árabes, como lo es en una Europa ahora más inclinada a aceptar la situación de los palestinos que la lucha de un pueblo judío que vive en una pequeña zona en una democracia medioriental aislada. En realidad, es una característica sorprendente de la historia del conflicto que Francia empezara a apoyar a Israel en los años 50 mientras Estados Unidos vacilaba, pero el apoyo francés ha disminuido conforme el de Estados Unidos se ha intensificado.

Detrás del cambio radican muchos factores, entre ellos la importancia asumida por el Holocausto en la vida estadounidense, el legado de la Guerra Fría, una comunidad judía estadounidense cada vez más influyente y, más recientemente, el nacimiento de una sensación de lucha compartida después del trauma de los ataques del 11 de septiembre.

Esos fundamentos del apoyo estadounidense a Israel casi seguramente continuarán pesando en cualquier cálculo de los costos, incluso con el intento de Osama bin Laden el mes pasado de justificar sus ataques refiriéndose a «la injusticia y tiranía de la alianza israelí-estadounidense contra nuestro pueblo en Palestina».

Dicho eso, el interrogante hoy en día es: ¿Cómo será calibrado el apoyo a Israel? Señales pequeñas serán estrechamente observadas en esta coyuntura crítica. Suponiendo que Arafat muera, dos asuntos serán vitales: ¿Qué postura tomará Estados Unidos sobre el deseo de Arafat de ser sepultado en Jerusalén? ¿A quién enviará Estados Unidos a su funeral?

Hay muchos entre los expertos en Medio Oriente que rodean a Bush, incluido Elliott Abrams en el Consejo de Seguridad Nacional, que tienden a ver a Arafat como poco diferente de Bin Laden. Si sus opiniones prevalecen, la era post-Arafat probablemente empezará sin el gesto que Blair busca como evidencia de un nuevo inicio. Bagdad prevalecerá sobre Jerusalén como el punto de inicio improbable para la paz regional.

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