ITINERARIO INTELECTUAL
Las novelas que impactaron mi mundo

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Se podría decir que, letra a letra, palabra a palabra, página a página, libro a libro, he venido, sucesivamente, implantando en el hombre que fui los personajes que creé. Considero que sin ellos no sería la persona que hoy soy, sin ellos tal vez mi vida no hubiese logrado ser más que un esbozo impreciso, una promesa como tantas otras que de promesa no consiguieron pasar, la existencia de alguien que tal vez pudiese haber sido y no llegó a ser. Ahora soy capaz de ver con claridad quiénes fueron mis maestros de vida, los que más intensamente me enseñaron el duro oficio de vivir, esas decenas de personajes de novela y de teatro…hechos de papel y de tinta, esa gente que yo creía que iba guiando de acuerdo con mis conveniencias de narrador… Fragmento del discurso de recepción del Nobel de Literatura de José de Saramago, 1998

Algunas veces me pregunté si en países como el mío, con escasos lectores y tantos pobres, analfabetos e injusticias, donde la cultura era privilegio de tan pocos, escribir no era un lujo…. Creo que hice lo justo, pues, si para que la literatura florezca en una sociedad fuera requisito alcanzar primero la alta cultura, la libertad, la prosperidad y la justicia, ella no hubiera existido nunca… gracias a la literatura, a las conciencias que formó, a los deseos y anhelos que inspiró, al desencanto de lo real con que volvemos del viaje a una bella fantasía, la civilización es ahora menos cruel que cuando los contadores de cuentos comenzaron a humanizar la vida con sus fábulas. Seríamos peores de lo que somos sin los buenos libros que leímos, más conformistas, menos inquietos e insumisos y el espíritu crítico, motor del progreso, ni siquiera existiría. Igual que escribir, leer es protestar contra las insuficiencias de la vida… Elogio de la lectura y la ficción. Discurso de Mario Vargas Llosa en la aceptación del Premio Nobel de Literatura en 2010


Junto a la poesía, la novela entró a mi vida, casi sin darme cuenta. Creo que me identificaba con las historias que inventaban los novelistas. Me fascinaba ver la capacidad de entretejer dramas existenciales de seres disímiles, absurdos a veces, como el universo creativo de sus autores. Durante mi adolescencia creo que leí todas las novelas de Hermann Hesse. La primera fue El lobo estepario, le siguieron Bajo las ruedas, Narcizo y Goldmundo, Demian, Sidharta y Juego de abalorios. Me encantaba la poesía de su prosa, su infinita preocupación por la condición humana y por el derrotero tomado por la civilización occidental, que nos estaba, está, convirtiendo en animales casi irracionales. Me encantaba su éxtasis ante el milagro de la naturaleza, pero sobre todo amaba su forma de escribir. Creo que ha sido el autor que más impacto tuvo en mi vida durante mis primeros veinte años de vida. Descubrí la fascinación que produce en mí las ideas articuladas con hermosura expositiva.

 En la década de los 70 se produjo el boom de la literatura latinoamericana. El llamado realismo mágico llenó las estanterías de las librerías del mundo con insólitas historias, nacidas de la realidad contradictoria y resistente a transformarse de los campos y ciudades de cada pueblo del continente latino. Dos nombres destacaron en este proceso: Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa. Ellos se convirtieron en los dueños de la nueva literatura de América Latina.
 Había ingresado a la universidad y creía tener el mundo a mis pies. Era rebelde, maniquea, con la prepotencia juvenil del que piensa que todo lo sabe. Me decanté por García Márquez. Irracionalmente tracé una línea divisoria imaginaria, y durante muchos años me olvidé de Vargas Llosa. ¡Qué ignorante y qué inmadurez tenía entonces! Asumiendo las poses esnobista de entonces, me alineé con los de “avanzada”. Y todo aquel que fuera considerado conservador era enviado al destierro. Hace unos años escribí uno de mis Encuentros haciéndome una autocrítica. Reconocía el valor literario e intelectual del último latinoamericano galardonado con el máximo galardón de la literatura. Recordaba entonces que el primer libro de Vargas Llosa que leí fue “Como pez en el agua”, una especie de autobiografía política y literaria. Me encantó, y me avergoncé de haber sido tan obtusa. He leído algunas de sus novelas, no todas. La fiesta del chivo, su historia sobre Trujillo, acogida y criticada por el público dominicano, me gustó, tanto, que la he puesto como lectura obligada a mis estudiantes. Recientemente leí su obra La sociedad del espectáculo, un manojo de reflexiones que comparto plenamente.
Durante mis primeros años universitarios era una lectora voraz, demasiado quizás, de las novelas de García Márquez. Por supuesto que comencé con Cien años de soledad, y al leerla me pareció que Macondo era este pequeño país nuestro. Le siguieron, Crónica de una muerte anunciada, que me encantó porque te mantenía en vilo a pesar de que sabías el final de la historia. El otoño del patriarca me hizo pensar en esa pléyade de patriarcas nuestros, que se piensan dueños del mundo.
El amor en los tiempos de cólera me fascinó por la complejidad de la historia. Me encantó El Náufrago. Creo que leí a García Márquez con demasiada avidez. Quería estar “al día”. Pero pienso hoy, treinta años después, que no tenía tiempo de asimilar todo lo que leía. El afán era tan grande, que no había espacio  de pensar, de escudriñar y de discernir. ¡Ay juventud, divino tesoro en bruto!
 Durante mis años en Francia, intentando conocer la cultura y sicología de los franceses, leí algunas de las novelas clásicas, como Los Miserables, de Víctor Hugo. Pero fueron las novelas críticas del socialismo  real las que impactaron mi conciencia, como El cero y el infinito, de Arthur Koestler, la que más me conmocionó. Este pequeño libro, escrito en lenguaje más que conmovedor, era una crítica mordaz a la represión de Stalin en la Unión Soviética. Me sorprendió saber pocos años después que él y su esposa se habían suicidado, cansados y desilusionados quizás de ver el curso de su obra revolucionaria convertida en un imperio guerrerista más. Habían destruido su utopía. En 1980, cuando apareció la gran novela de Umberto Eco, El nombre de la rosa, fui a buscarla. Me atrapó, tanto, que todavía la exijo como lectura a mis estudiantes de Historia de las Ideas Políticas.

 Mi pasión por las novelas ha continuado. Ahora soy más selectiva, más sensata, eso creo. Mi amiga querida Ada Wiscovich es una de mis mejores proveedoras del material. Gracias a ella conocí las novelas de Noah Gordon. Inicié con el El Rabino, que no me impactó tanto. Pero luego leí la trilogía de los Cole. Inicié con El Médico, luego con Chamán y la última de la trilogía, La doctora Cole. Leí también El último judío, que no me impactó. Leí su última novela, La Bodega, una historia del mundo del vino y la enología que tampoco me gustó. No ha vuelto a escribir, dice que está muy viejito.

 Confieso que cuando José de Saramago ganó el Nobel de Literatura no lo conocía. Al escuchar su nombre, busqué de inmediato algunas de sus obras. Había venido al país La Caverna, que devoré con fruición y me hizo enamorarme de ese nonagenario desconocido que tenía un mundo interior tan amplio y crítico. Después leí Ensayo sobre la ceguera, que es una crítica demoledora a la condición humana. Le siguió Ensayo sobre la lucidez, que me encantó. Y me casé por varios años con Saramago hasta que me cansé. Su pensamiento profundo seguirá presente en aquellos seres que amamos la humanidad y no aceptamos imposiciones absurdas de una sociedad vacía y sin alma.

 En la próxima entrega hablaré de algunas mujeres novelistas que también impactaron mi mundo. ¡Nos vemos!
 
mu-kiensang@pucmm.edu.do
sangbemukien@gmail.com
@MuKienAdriana
El Blog de Mu-Kien, Alma y razón,
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