ITINERARIO. Ruggiero Romano marcó mi vida para siempre

ITINERARIO. Ruggiero Romano marcó mi vida para siempre<BR>

De repente llegó Ruggiero Romano a mi vida. De forma abrupta tuve que nacer otra vez a los 26 años. Comencé a hacerme muchas preguntas.  Me inicié con nuevas lecturas. Estaba embebida por el asombro que me producía escuchar a Romano en sus conferencias de los lunes…Empecé a buscar respuestas a las múltiples inquietudes que se me agolpaban insistentemente, y mientras buscaba las explicaciones más preguntas afloraban. [i]

Nací de nuevo, como dije, a los 26 años. Apasionada como soy, y envuelta en la callada admiración de la vehemencia romanesca, me volví una cuestionadora de todo lo existente y crítica mordaz de ese manojo de ideas definitivas e incuestionables…Me preguntaba siempre ¿por qué aceptar pasivamente el discurso de los demás? ¿Por qué no dudar de todo de todo y proponer uno nuevo? Fui ambiciosa, ahora lo reconozco…”  [ii]

No he podido responder a todas mis preguntas. Sigo con dudas y con la eterna incertidumbre de que no he podido profundizar lo suficiente en la reflexión…Siguen las lagunas. Y en medio del sentimiento de saber que no podré llegar a conclusiones definitivas y adecuadas de los múltiples problemas históricos dominicanos, me doy cuenta que las enseñanzas de Romano han estado presentes. [iii]

 Casi dos décadas después de mi primer encuentro con Romano, puedo sentarme a evaluar el resultado. En medio de la insatisfacción me siento dichosa… el grupo de estudiantes, jóvenes entonces, adultos ya, que seguíamos fielmente sus reflexiones cada lunes, nos embebíamos con su capacidad providencial de cuestionar lo existente, de formularse preguntas que a otros no se les ocurría…La duda como método, la formulación constante de preguntas de difícil respuesta, la lectura crítica de lo que se escribe, el respeto al trabajo intelectual serio y ese inconfundible sentimiento de insatisfacción, constituyen la piedra angular de las enseñanzas de Romano. Gracias a esa sensación de incertidumbre, sigo amando la investigación histórica, permanezco inconforme con lo que hago y soy feliz de no encontrar explicaciones, sino nuevas preguntas. [iv]

En este trabajo me hice una autocrítica, pues intentando ser crítica, me volví intransigente. ¡Oh juventud, divino tesoro bruto y brutal! Sin proponérmelo,  me envolví en la magia prepotente e hice halagos al discurso de la intransigencia, como decía Hirschman [v], lo asumí con un endemoniado discurso y convertí mi crítica en retórica de posiciones y procesos, donde lo importante era negar, y no profundizar el conocimiento, aunque me negase a mí misma.

Hoy, en la distancia, y luego de más de una década después de haber escrito el trabajo que engalana este Encuentro, también hago balance. Como dije, Ruggiero Romano murió antes de la publicación de la obra-homenaje que sus alumnos del mundo le hicimos con tanto cariño. Pero, como los grandes hombres que han hecho aportes al mundo, nuestro Romano será eterno. Ya su figura no me provoca el temor como cuando lo conocí. Ahora tengo más o menos la misma edad que él tenía cuando fui por primera vez al Boulevard Raspail, en el centro de París. Todavía conservo las cartas que me escribía cuando le enviaba uno de mis trabajos y publicaciones.  Ellas ocupan un lugar especial en el baúl de mis recuerdos.

Releyendo el libro que se publicó hace 11 años, y volviendo a revisar con ojos críticos los trabajos de sus alumnos, pero sobre todo, su conferencia inaugural y magistral el día de inicio del coloquio, valoro más a Romano: Lección inaugural. Por la historia y por una vuelta a las fuentes.[vi]

En este texto Romano rescata el valor de la historia para reconstruir los hechos del pasado, pero en los términos del pasado, no con los ojos del presente. Entonces va al grano: “construir significa renunciar a la ambición de alcanzar a demostrar las leyes generales, válidas para siempre y en todas partes. Construir quiere decir que nos estamos ocupando del pasado y que ese pasado es diferente del presente. Construir significa que se evite caer en la trampa del anacronismo y anatopismo y que por lo tanto es imposible servirse de criterios (las teóricas económicas, por ejemplo) de hoy día o del siglo XIX para explicar situaciones de la Edad Media. En suma, en la construcción no hay reglas generales ni tampoco métodos establecidos de una vez por todas. Naturalmente esto no debe llevar a ningún relativismo, a ninguna deconstrucción de la historia…pues permanece la especificidad de la historia. Todas las consideraciones hechas para saber si la historia es una ciencia o es un arte u otra cosa, no corresponden a nada: la historia es simplemente la historia, con sus reglas fundamentales.[vii]

Termina su hermoso discurso, recomendando a los historiadores volver a las fuentes. Ad fontes! Ad fontes! gritaba. Se entristecía porque muchos historiadores ya no utilizan como es debido las fuentes. Porque, decía, la historia se desarrolla por capas sucesivas, por estratificaciones y no a fuerzas de paradigmas inventados a repetición[viii].  Recomendaba con vehemencia que debíamos volver a los clásicos y sobre todo a las fuentes. Invitaba en sus palabras finales que valía la pena llevarse del consejo de un sabio: “siempre hay que pensar en volver a pensar, lo que se ha dicho, so pena de la pérdida de la historia y, aún más del hombre mismo…” [ix]

Publicaciones Relacionadas

Más leídas