Iván Tovar, escultor

Iván Tovar, escultor

Iván Tovar, prácticamente desde que comenzó a crear, ha ejercido una continua fascinación a su alrededor, excepto si adrede se recluía para sorprender y sobresalir más… adelante.

En la tercera planta del Museo de Arte Moderno (MAM), su pintura, a la vez desplegada y concentrada –¿cuándo habrá algo igual, aquí o más allá…?- nos ha permitido disfrutar paralelamente su escultura, otra expresión plástica estupenda, pero menos celebrada.

Personalmente, nunca habíamos sentido igual encantamiento, ante un “hallazgo” tridimensional de Iván, como en el 1996. “La Galería” de Mari-Loli Severino presentaba, entre libros-objetos de artistas, la obra “El Diario de Justine” – titulado en francés “Le journal de Justine”- .

Volvimos a encontrar en el MAM esta maquinilla de escribir, añeja, intervenida, puntiaguda, agresiva. Es testimonio “tovariano” de humor lúdico y de lectura aprovechada del marqués de Sade, Justine siendo su heroína desgraciada: ¡escribir un diario con ese teclado le hubiera perforado los dedos!

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Escultura tradicional, nueva, objetos

En la escultura, los materiales de siempre – así madera, mármol, hierro, bronce- ya no imponen su prominencia, y las materias primas son infinitas, desde plásticos y desechos reciclados hasta objetos “ready-made” y componentes efímeros.

Igualmente, talla directa y modelado, morfología y volumen de la pieza escultórica se han transformado, prefiriendo la acumulación, el despliegue horizontal y/o vertical, en fin una disposición espacial distinta.

Se podría pensar que Iván Tovar escultor había descartado los cánones tradicionales de la escultura, que él dominaba a la perfección: admiramos una pareja de rostros del 1958 (¡tenía 16 años!).

No lo ha hecho. Del mismo modo que en la pintura, él preserva pigmentos y procedimientos seculares -hasta dentro de un delirio formal, por cierto óptimamente construido y evocando el volumen-, observamos, en su escultura, talla, modelado, ensamblaje, soldadura, policromía, madera, hierro forjado, bronce y más…

Encontramos, hasta en épocas distintas, la misma “pieza”, interpretada en pintura y en escultura. Así La Boca (“La bouche”) y sobre todo la famosa “Silla de adultos”, tal vez la primera obra altamente triunfante en una subasta. Las dimensiones varían, privilegiando la verticalidad.

Ahora bien, hay otro Iván Tovar con otro concepto, proceso y objetivo de la escultura, agregando materiales y técnicas de todas clases, ampliando discrecionalmente creatividad y concepción estética.

Es el autor de los “objetos”, apropiados, reinventados, reciclados, pasando de lo más serial, cotidiano, hasta desperdiciado, a un artefacto impactante, típico de su autor, a veces tratado con preciosidad y refinamiento, como los que han sido encerrados en vitrinas. Con los “objetos-esculturas”, se trata de una dimensión artística, distinta, que bien corresponde a la “surrealidad” interior de la pintura, y, evidentemente, de los dibujos, proponiendo parámetros diferentes para la definición y la apreciación.

Expresión de libertad

Iván Tovar podía también agregar relieve y elementos extra-pictóricos en algún cuadro, a manera de una dinámica espacial ampliada, de una expresión de su libertad activa y creativa.

Luego, en la retrospectiva, concebida y realizada por la Fundación Tovar, observamos unos pocos conatos de instalaciones, pero no son las obras más impactantes. Nos preguntamos aun si Iván Tovar no hubiera considerado la instalación como una degeneración o una evasión de la escultura.

Gracias a esa parte tridimensional de la retrospectiva de Iván Tovar, el espectador tiene la oportunidad permanente de disfrutar otra dimensión escultórica, innovadora, que fortalece el asombro ante una genialidad, jamás reivindicada por el artista pero reconocida por consenso.