Ivelisse Prats-Ramírez Martínez era hija de un intelectual trujillista a quien había que leer y escuchar cuando escribía y cuando discurseaba. Con mi inolvidable amigo Héctor Vinicio Beras Peña, me desplazaba a escuchar a don Panchito cuando hablaba en los discursos que pronunció en una campaña en 1958. Ocupaba la presidencia del todopoderoso Partido Dominicano, de Trujillo.
Para entonces, Vinicio y yo éramos antitrujillistas pasivos, perseguíamos sus gestos, los giros de sus frases, la agudeza de sus observaciones, la elegancia e ironía con la que trataba a los exiliados enemigos del régimen, muchos de los cuales habían sido sus amigos y contertulios en cenáculos de poetas, antes de que se marcharan al extranjero.
Prats-Ramírez cruzó el pantano sin ensuciarse con crímenes y delaciones. Defendía una causa difícil de la cual salió sin manchas visibles, aunque se prestó a decirle al pueblo que Trujillo era bueno cuando él sabía que no era así. Perteneció a la élite cuyo representante más conspicuo es Manuel Arturo Peña Batlle y una pléyade de distinguidos escritores y poetas vencidos de una y otra manera, por la fuerza del torbellino del cual dijo Joaquín Balaguer que fue “la voluntad cesárea que gobernó omnímodamente”
Trujillo era un tirano, en Europa, tan admirada por nuestros intelectuales que la tenían como espejo, era gobernada por Francisco Franco, Adolfo Hitler, Benito Mussolini y José Stalin. Héctor Inchaustegui Cabral en su obra “El pozo muerto” dice que, ante esa realidad los intelectuales decidieron respaldar a Trujillo.
Ivelisse venía del hogar de un guerrero vencido por el tiempo, sin fuerzas que no fueran su honestidad y su distancia física de los atropellos y violaciones a los derechos humanos. En ese hogar, por supuesto, se cultivaba y se mantenía la llama de la libertad. Ivelisse heredó las mejores cualidades de don Panchito.
Por esa razón, Ivelisse formó parte del primer grupo de educadores que dio el paso al frente a la muerte del tirano, en 1961, cuando junto a Máximo Avilés Blanda, Greymer Moya y otros profesores del Liceo de Señoritas Salomé Ureña de Henríquez, comenzaron las protestas y las explicaciones sobre la realidad política nacional y el futuro inmediato.
Maestra, educadora, madre, amiga, escritora, articulista de profundas reflexiones sobre la educación y la política.
Ejerció la política con elegancia, exponiendo sus convicciones con valor, firmeza y sabiduría, con respeto y reconocimiento a los derechos de sus adversarios.
Fundadora de la Asociación de Profesores, fundadora del Movimiento Renovador que democratizó la Universidad Autónoma de Santo Domingo, Presidenta del Partido Revolucionario Dominicano, entonces el mayor militancia popular.
Legisladora, ministra de Educación, mujer. Militante de las mejores causas. Una dominicana excepcional. Loor a su memoria