Jacinto Gimbernard Pellerano – De senos, incitaciones, pudores y vulgaridades

Jacinto Gimbernard Pellerano – De senos, incitaciones, pudores y vulgaridades

Veo el titular en un gran diario nacional; el vestido. «En primer lugar aparece la atractiva foto de una joven (naturalmente) que deja un seno al descubierto, debido a la «brillante» creación del modisto, que diseña un escote, ancho, largo y flojo, logrando crear la inquietud de que el otro se va a liberar momentáneamente de las indolentes coberturas, exiguas, que aleatoriamente lo cubre. ¿Protagonista: el vestido?

No. Protagonista el seno que aparece y desaparece, aprovechándose de las incertidumbres a que nos tiene acostumbrado la vida, que oscila entre pesares, deleites y esperanzas, sin que sepamos nunca qué será la próxima en ocurrir.

Protagonista el seno, cargado de una compleja poesía que se remonta a gratitudes de alimentación primera, dadora de vida en el tiempo más débil de los seres. Por eso inspira un respeto casi religioso y una ansiedad por tocarlo -por lo menos- que necesita recurrir a grandes fuerzas éticas y de autocontrol para controlar y sujetar con brida fuerte la intención o el reclamo.

El pubis no tiene tantas posibilidades. Ha sido muy explotado con los mini-bikinis que le roban espacio y lo caricaturizan. Tampoco las asentaderas, desacralizadas con el «hilo dental» de bañadores que se entierra entre las dos esferas traseras, robándoles su misterio y acentuando la vulgaridad de que apenas ocultan el orificio destinado a expeler los desechos alimenticios, lo cual es función en extremo saludable y lógica, aunque no poética.

Por supuesto que en el «muestra y oculta» de los senos, opera esa inquietante curiosidad que motivaba a nuestros abuelos y bisabuelos ha quedarse fascinados ante la visión del tobillo de una bella que, «inadvertidamente» apareciera por un leve descuido en el manejo de la extendida falda, larga y ocultadora.

Todo es un juego de ocultaciones. En todos los terrenos.

Las diversas modas de los últimos Luises de Francia y luego el «estilo Imperio» del período napoleónico, mostraban sin empacho las rotundeces del pecho femenino hasta casi tocar la aureola. Pero era excesiva la exhibición y muy escasas las veces en que, escapada de varillas y tejidos vigorosos, se asomaba la flor rosada, insinuada como un botón exquisito bajo telas cuidadosamente elegidas por su suavidad.

En tiempos recientes llegó el «Wonderbra» y la falsedad de la silicona agigantadora. Se pasaron de la raya por extremistas. Le arrancaron, esos comerciantes que abusan de las debilidades femeninas, todas la poesía y la nobleza incitante del pecho de mujer, para hacerlo parecer inmenso, primitivo, destinado únicamente a proporcionar leche en abundancia.

Ser una «mujer moderna» implica estratagemas incitantes, como la que los hispanos llaman «calienta bragueta». Es cosa difícil. Cada vez más, porque las deshibiciones femeninas han llegado a asustar al hombre. Y recordemos que a primera dependencia humana -por tanto también masculina- está fijada en la mujer, en la madre que propaga la vida, la nutre con su propio cuerpo y protege los primeros y endebles años de vida.

No veo mal, en absoluto, el uso de los senos de las muchachas como ingrediente de belleza y atracción. Lo que veo mal es que los modistos traten de apropiarse de una hermosura maravillosa que ellos no crearon y que es arte del Supremo Hacedor.

Cuando Cleopatra, la más famosa reina egipcia de ese nombre, hija de Tolomeo XIII, casada, según la costumbre, con su hermano Tolomeo XIX, de nueve años de edad, manejó su cuerpo con la técnica de enseñar, sugerir y ocultar, envolviendo en sus magias a Julio César, tenía 18 años, y mucho talento para seducir. Cuando ya asesinado César, Marco Antonio se enamoró locamente de la reina egipcia y, derrotado en la guerra, se apuñaló pidiendo ir a morir en los brazos de su amada, Cleopara le pidió una entrevista al vencedor Octaviano -posteriormente proclamado Augusto César- pidiéndole permiso para enterrar debidamente a Marco Antonio. Le fueron concedidos el permiso y la audiencia. Ella se presentó perfumada, maquillada y apenas envuelta en exquisitos velos. Pero ya tenía cuarenta años. No era lo mismo.

Bien está ese juego femenino que dura tan poco. Es flor magnífica de la creación que reclama interés y sumisión. Pero hay que cuidar el pudor, que es un valor positivo.

Lo que me fastidia es que los modistos (que a veces me parecen enemigos de las mujeres) pretendan ser los dueños de bellezas que ellos no crearon.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas