Jacinto Gimbrnard Pellerano – Los consumidores

Jacinto Gimbrnard Pellerano – Los consumidores

Viene a ser un extraño fenómeno. Nuestra clase media tradicional, cada día más asfixiada por los altos precios de todo lo necesario para vivir, ahogada en un Mar de Sargazos cubierto por infinidad de algas espantosas de abuso e impiedad humana, aunque ya desaparecidas sus antiguas y moderadas posibilidades de consumo, de adquisición natural y despreocupada de lo que es fundamental para la familia, aún hoy, no planifica adecuadamente sus gastos.

Nuestra gente protesta, se queja rabiosamente de las políticas gubernamentales y de un margen de abuso de los comerciantes que, en ocasiones, marca una diferencia de un diez, un quince por ciento, o más, en el precio del mismo artículo, el mismo día y a la misma hora. Pero resulta que tal práctica es posible por la desidia y desorganización de nuestros consumidores, que tratan de comprar lo mismo que antes «porque es lo que necesitan», sin fijarse en los precios o sin preguntarlos, porque entre los «códigos de barra» que sólo en tiende Belcebú, y la ausencia palmaria de costo del producto, con o sin ITEBIS, no se entera nadie de lo que hay que pagar en caja hasta que la encargada empieza a teclear en su computadora y surgen números que enferman.

He presenciado llantos y hasta inicios de colapsos nerviosos en supermercados y farmacias. Lo de la farmacia no tiene remedio, porque el mecanismo que acciona la compra está regido por un panorama de urgencias, y, al parecer ellas están atadas a las empresas distribuidoras, que se apoyan en la devaluación de la moneda nacional (que muchos argumentan en favor de su desaparición para acoger el dólar norteamericano), pero que las modificaciones de precios presentan una erraticidad harto acusadora de especulación desorbitada. Ancha, y larga, impía, y multidireccionada. Y ahí están los vehículos de gran lujo, las tiendas que venden en dólares, los apartamentos que cuestan como si estuviesen situados frente al Central Park de Nueva York o en la Avenida Foch de París…tal vez en Champs Elisées.

Y aparecen compradores.

Podría decirse que abundan quienes gastan cientos de miles de pesos en una ducha con diseño y exclusiva manufactura italiana. Y además, en medio de una crisis que acogota a la Nación, carecen del pudor de moderar sus gastos, de cuidarse de ostentar riquezas ante una población sufriente.

Naturalmente, hay excepciones. He visto a una señora de alta sociedad, rica de nacimiento, posteriormente millonaria y promotora cultural, realizando cuidadosas compras en el supermercado, comparando precios (si están marcados) o averiguándolo antes de colocarlo en su canasta con ruedas.

Pero eso no abunda. Lo más común es que los o las compradoras tomen lo que usualmente compraban y, al momento de llegar a la caja saquen una tarjeta de crédito impresionante, y mantengan la despreocupada vista lejos del lugar, tal vez mientras conversan naderías desde su teléfono celular. Tal vez comenten: «Hay hija, estos precios están por las nubes» y prosigan su cháchara insustancial y baladí.

No puedo olvidar que recién llegado a Dallas, Texas, como Primer Violín de la Sinfónica local, me dirigí a un supermercado cercano al apartamento que había alquilado en Druid Lane (todavía no tenía automóvil). Había visto varios autos de lujo cerca de la entrada, Cadillacs y hasta dos Rolls-Royce con su chofer uniformado, brillando meticulosamente los espejeantes vehículos. Cuando me acerco a una góndola y me propongo tomar una lata de vegetales, una elegante señora, con finos y firmes modales que quitó el producto de la mano, advirtiéndome que estaba a sobreprecio y que la fecha de vencimiento estaba muy próxima. Ella no estaba sola. Un grupo de damas de alta sociedad se habían impuesto la tarea de alternarse en los supermercados para impedir los abusos. «Si la libra de papas tiene diez centavos de sobreprecio, no se compran papas». Y en los Estados Unidos, como en Alemania o en Inglaterra y prácticamente en toda Europa, la papa es como el arroz para nosotros. Así, dejar de adquirir una lata de vegetales debido al sobreprecio o al vencimiento, es algo extremadamente fácil.

Me permito sugerirle a las señoras ricas de nuestro país, que ayuden a los más empobrecidos, que contribuyan a una justicia social que no puede ser dejada únicamente al gobierno. Les prepongo que se organicen y se autodesignen vigilantes protectoras de precios y calidades. Que acudan a los supermercados como aquellas señoronas de Dallas, con sus trajes de alta costura, sus joyas y sus autos espléndidos, sin ocultar su posición, pero demostrando que, desde tales condiciones económicas y sociales, sirven al buen funcionamiento de su Patria y a la justicia social.

Es una forma efectiva de participación ciudadana.

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