Jacques Roumain y aquellos
libros maravillosos de Taller

Jacques Roumain y aquellos<BR>libros maravillosos de Taller

POR MIGUEL D. MENA
Los nombres nunca vienen solos. Siempre habrá una sombra posible –pasada o futura- tras cada evocación. Ahora que se celebra el centenario del novelista, político y etnólogo haitiano Jacques Roumain (1907-1944), son muchos los mundos que salen a flote: su novela «Los gobernadores del Rocío» (1944), concluida en México, pocos meses antes de morir, víctima del paludismo o de úlcera –que no se sabe bien-, editada póstumamente; a la vez, del iceberg de la memoria se desprenden aquellas ediciones de Editora Taller por donde comenzamos a acercarnos al maravilloso mundo creativo de nuestros hermanos haitianos.

Volvemos a ese viaje por Puerto Príncipe donde un profesor nos señaló, subiendo hasta Petionville, una casa majestuosa y destartalada, «esa era la casa de la familia de Jacques Roumain».

Es curioso estar en Haití y sentir estar entrando como en cierto limbo, a un costado de lo que somos pero a lo que nos negamos. Pasear por Jacmel y pensar en Simón Bolívar saliendo de la costa o en la ciudad natal de René Depestre. O estar en Cabo Haitiano y buscar la casa donde Francisco Henríquez y Carvajal tenía su consulta médica y a sus hijos –Pedro, Max, Fran-, porque en el Santo Domingo de entonces, bajo la dictadura de Ulises Heureaux, nada se podía hacer tranquilamente… Absurda será la idea –pero una verdad como piedra-, que nuestra intelligentsia esté más enterada de lo que pasa en los pasillos académicos parisinos que del rumor de estas calles y del espíritu haitiano.

Junto a Jacques Roumain y otros autores más contemporáneos, como Jacques Stephan Alexis y René Depestre, percibimos la manera en que nuestras historias se entrelazan y estamos, finalmente, en el mismo barco de las injusticias, las luchas, las esperanzas, las bondades de la gente llana, la insistencia por sobrevivir en medio de estar en este ser-adverso-caribeño.

Como puente de encuentro y de enlace entre ambas partes de esta misma isla, tendremos a José Israel Cuello y Lourdes Camilo en su titánico trabajo de Editora Taller, en aquellos tiempos en la calle Isabel La Católica o en las ferias del libro, en una historia que está todavía por contarse.

En los años 70 y 80 Editora Taller publicó a este trío de haitianos. Si bien las propuestas editoriales pasaban por el filtro de la política editorial cubana, estando inmersos en pensamientos que a veces privilegiaban más lo político que lo literario, en el caso de estos autores sólo hubo aciertos.

«Los gobernadores del rocío», de Roumain, «El compadre General Sol», de Alexis y «El palo ensebado» de Depestre, fueron tres novelas que ponían el acento en una interpretación lírica y a la vez puntual de la historia haitiana, desde los finales del siglo XIX, pasando por la matanza de haitianos en 1937 y llegando a los años 60.

En aquellos decenios, marcados por un ahora inconcebible idealismo, Taller lanzó su Biblioteca, amplia y a veces demasiado generosa, una especie de Gallimard pero en versión tropical. Nunca como entonces estuvimos tan cerca de Haití, de su pasado y de lo que nos conduce a la misma expedición por la historia.

A Gerard Pierre Charles y su esposa Suzy Castor también deberíamos agradecerles esos esfuerzos constantes por dialogar sobre nuestros destinos, por acercarnos. Detalle curioso: sólo en aquel «Díalogo Domínico-Haitiano» de México (1977), donde participaron, entre otros, Pedro Mir, Hugo Tolentino Dipp y Lil Despradel, hemos puesto algunas cartas sobre la mesa. ¡Nunca más nuestras intelligentsias han encontrado un marco común para acercarse!

Hoy más que nunca necesitamos este diálogo con Haití.

Debemos superar muchísimos traumas y prejuicios, arengas neonazionalistas que sólo conducen al extrañamiento y a las falsedades.

Anima que dos presidentes como Leonel Fernández y René Preval, asuman la figura de Jacques Roumain como motivo de encuentro y de palabras, de cruce de aires insulares y de búsqueda de nuevos caminos en nuestros procesos de desarrollo.

Hay autores todavía en la sombra, como Jacques Viau-Renaud, haitiano de nacimiento y dominicano por elección, caído en combate en abril de 1965, en lo alrededores de los 23 años de edad.

Tenemos en Haití una rica literatura, y no sólo la que nos llega de los Estados Unidos o Francia, que espera por traductores, estudiosos, amantes de las buenas letras.

También deberíamos comenzar a explorar el mundo de las traducciones, desarrollando algunas iniciativas de llevar la literatura dominicana al francés y al inglés, sin tener que estar esperando los favores de la academia norteamericana o europea.

Estamos en el Caribe, balcanizados. Mientras las excolonias tienen sus viejos centros imperiales, aprovechando las cuotas del conocimiento y publicando, República Dominicana sigue siendo el país más limitado en cuanto a exportación de su creatividad. Sólo hay que comparar el catálogo de obras nuestras en las librerías y bibliotecas de Nueva York, Madrid, Londres o México, para advertir esa última fila de la que tenemos que salir.

Ahora que tengo ante mi aquellas bellísimas ediciones de autores haitianos por Editora Taller, ilustradas por Asdrúbal Domínguez o Cuadrado, siento que las islas no están tan lejos, pero que también podrían estar más cerca, ¡si es que somos sólo una isla!

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