El número de víctimas mortales del terremoto que devastó Turquía y Siria a principios de febrero supera ya los 50.000 y alimenta el temor a un fenómeno natural que hoy, hace justo 90 años, golpeó con especial fuerza a Japón al coincidir un sismo de elevada magnitud y un tsunami con olas de casi 29 metros de altura.
La dramática efeméride recuerda que, con una magnitud de 8.4 y sucesivas réplicas tanto en tierra como en mar, este terremoto provocó unos 3.000 muertos y más de 12.000 heridos y destruyó hasta el 98 % de la localidad de Taro, al norte de la isla de Honshu, la isla principal del archipiélago nipón, en 1933.
El seísmo se produjo dentro de la conocida como Placa del Pacífico, en la misma isla donde sólo diez años antes, el 1 de septiembre de 1923, otro similar pero esta vez de magnitud 7.8, acompañado también de un tsunami y de un tifón, dejó cifras mucho peores, con más de 100.000 víctimas mortales, cerca de 40.000 desaparecidos y unos dos millones de refugiados.
Según la geofísica del Instituto Geográfico Nacional, Resurrección Antón, las islas del este de Asia son «junto con los bordes de la costa occidental de América del Sur, los territorios más peligrosos del mundo» en cuanto a seísmos, puesto que «la placa oceánica se mete por debajo de la europea y crea una forma de subducción que genera tensiones acumulativas y enfrentamientos con un desplazamiento muy veloz, que desemboca siempre en terremotos».
Por ello, confirma a EFE que «los movimientos de tierras suceden prácticamente todos los años» y «es común que ronden la magnitud 7» aunque a veces es superior, como en 2011 cuando otro terremoto provocó el accidente de la central nuclear de Fukushima, de impacto ambiental todavía por determinar.
La publicación especializada ‘Enseñanza de las Ciencias de la Tierra’ que edita la Asociación Española para la Enseñanza de las Ciencias de la Tierra (AEPECT) recuerda que los sismos están asociados al movimiento de placas: cuando el esfuerzo tectónico supera la resistencia de la litosfera, la capa más externa de la Tierra, ésta se quiebra de manera súbita y libera la energía acumulada que se propaga en forma de ondas elásticas.
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Para generar un tsunami como el de 1933, se requiere la presencia de factores añadidos como que «el epicentro se sitúe en un punto marino», albergue una magnitud suficiente «para que la energía transmitida al agua forme olas» y «su mecanismo focal tenga un fuerte componente vertical en el desplazamiento del plano de falla».
En el caso de España, fuentes del Real Instituto y Observatorio de la Armada han certificado a EFE que en 2022 se registraron más de 9.000 seísmos en la Península -alrededor de 6.650, en el Golfo de Cádiz y el Mar de Alborán-, pero la gran mayoría fueron de una magnitud inferior a 3.35 y sólo hubo dos con una magnitud de entre 5 y 6, un «riesgo moderado», si bien fue uno de magnitud 5.1 el que produjo el terremoto de Lorca en 2011 que dejó 9 víctimas mortales y numerosos daños materiales.
El lugar de mayor actividad sísmica de la Península Ibérica se encuentra en el Estrecho de Gibraltar y la zona marina del Golfo de Cádiz, por la interacción entre la placa tectónica africana y la euroasiática, aunque las tensiones acumuladas allí son inferiores y mucho más lentas que al este del Mediterráneo.
Mayor riesgo tienen los sismos en el Atlántico al suroeste de Portugal pues, aunque acaecen a cientos de kilómetros de las costas españolas, Antón advierte de que «no estamos libres del todo y hay que recordar el icónico terremoto que afectó a Cádiz el 1 de noviembre de 1755, un seísmo de magnitud 8.5 generado al suroeste del cabo de San Vicente».
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