Japón: víctima del inmovilismo político y económico

Japón: víctima del inmovilismo político y económico

Japón tuvo un crecimiento sin precedentes históricos del 1955 al 1989. De 1955 al 1992, el crecimiento fue de un 10% por año y del 1972 al 1989 de 6% por año, porcentaje no inusual en una economía desarrollada. Los factores que provocaron ese crecimiento son éstos:

– Ahorro masivo tanto gubernamental como privado sustentado en la frugalidad y en el control estricto de los gastos corrientes.

– Una relación íntima entre el gobierno, y la élite empresarial y una poderosa burocracia; que establecieron un “capitalismo dirigido”, y destinaron masivos recursos a las grandes empresas altamente eficientes y con orientación hacia la exportación.

– Gran inversión en la infraestructura y en la educación, privilegiando la preparación laboral.

– Un sector laboral altamente eficiente y motivado por empleos de alta remuneración y de por vida.

El resultado fue asombroso. Ya para la década del 80, las principales firmas japonesas (Toyota, Honda, Panasonic, etc.) obtuvieron una posición privilegiada en la economía mundial. En el proceso, Japón acumuló, para el 1990, 700,000 millones de dólares en reservas. Para el inicio de la década del ochenta, la liquidez gubernamental, tanto corporativa como privada, era de tal magnitud que empezó una especulación masiva de los bancos, de las corporaciones (de los ciudadanos), etc. en el sector inmobiliario y en la bolsa de valores, creando una inmensa burbuja en esos sectores. Para el 1988, las tierras y las viviendas de Japón valían cinco veces más que Estados Unidos. Situación semejante ocurrió con la bolsa de japonesa (Nikkei).

El Banco Central Japonés, con el propósito de reservar el crecimiento de la burbuja, aumentó entre el 1988 y el 1990 los intereses de 2.5% al 6%. La burbuja explotó abruptamente haciendo colapsar la bolsa japonesa y el mercado inmobiliario causando una cantidad de deudas incobrables que contaminaron todo el sector financiero y gran parte del sector corporativo  que se llenó de deudas y de capacidad instalada ociosa. En adición, devastó la riqueza acumulada de los consumidores, quienes procedieron a aumentar fuertemente sus ahorros, reduciendo, apreciablemente, el consumo por cerca de 15 años.

El gobierno japonés procedió a inyectar masivos recursos a los bancos sin requerirle que mejoraran sus carteras; y éstos procedieron a seguir prestando a compañías técnicamente insolventes, llamadas “zombies”, que debieron haber quebrado. El gobierno, diferente al norteamericano, no hizo un estímulo fiscal masivo, sino estímulos por etapas. El banco central bajó los intereses a cero; pero las corporaciones no estaban en disposición de invertir ni los consumidores en gastar (un caso claro de lo que Keynes definió “trampa de liquidez”). Esta etapa -1992-2002- se denominó “la década perdida de Japón”.

¿Qué ha pasado del 2002 hasta ahora?

– Las grandes compañías exportadoras siguen ocupando un alto sitial en la economía mundial.

– La acumulación de reservas ha llegado a 1,250 billones de dólares.

– Una corrosiva inestabilidad e inmovilismo político. Ha habido siete primeros ministros en ocho años, y cinco en apenas cuatro años.

– Japón ha continuado la tendencia a darle un gran apoyo a la gran empresa, a la infraestructura (Japón es un país extraordinariamente sobre construido) y a un sector agrícola completamente ineficiente. Eso no ocurre con compañías pequeñas y medianas de alto potencial.

– Otro asunto, Japón tiene una población que envejece rápidamente (edad promedio 44.5 años); la misma se reduce 0.2% anual, debido a una tasa de natalidad de sólo 1.2% por pareja; sin embargo, la inclusión de la mujer es pobre:

a) Sólo 7% alcanzaron el nivel de gerentes.

b) Ganan 30% menos que los hombres en posición similar. Asimismo, Japón sigue sin admitir inmigrantes para reducir la dramática tendencia al envejecimiento, etc.

La producción sigue estancada y los precios han bajado 17 meses consecutivos.

Japón continúa siendo una poderosa economía, que proporciona un gran bienestar para sus ciudadanos; pero ha pagado un alto precio por el inmovilismo político y la arterosclerosis económica que lo ha paralizado durante los últimos 18 años. Ahora bien, si no cambia drásticamente, como lo hizo después la Segunda Guerra Mundial al quedar prácticamente destruido, entrará en un proceso paulatino, pero peligroso de declive.            

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