POR ALEXIS MÉNDEZ
Mientras escuchaba algunos temas de Jarabe de Palo, me preguntaba, ¿qué complicidad tiene esta gente con el Caribe? ¿Quizás su líder, Paul Donés, anduvo de cacerías por estos lados, o quizás otro de los integrantes? ¿Tal vez los tambores antillanos han llevado a este grupo a construir sueños a costillas de ese encanto, que los europeos acusan de exótico, y que para nosotros es cotidianidad?
Mientras revisaba el contenido de uno de sus discos, comprobé que mis preguntas no eran en vano, que «algo se había cocinado». Me lo decía una frase escrita en el interior de la carátula: «La Flaca o de cómo Cuba puede prenderle a uno».
Lo primero que me atrajo de «La Flaca» fueron sus letras que tocan la creatividad sin rebuscar en Lorca. La primera vez la escuché en tiempo de merengue, en una buena interpretación que sacaba a Rubby Pérez de su estilo convencional. Luego tropecé con la versión original, que me hizo enamorarme más de ella, y no por sus letras, que en principio me cautivaron, sino por los instrumentos que se involucraban en aquella interpretación.
Con un comienzo diferente, un güiro marca la función, luego da paso a las congas y crees que vas a sonear. Pero no, entra un rock con tufo a bolero y cha cha cha trasnochado que enloquece desde sus primeras notas.
Esa misma onda percibí en el tema «El lado oscuro». Después de balancearte en un ritmo con destellos de erotismo, aparece el silencio musical más emocionante que he podido apreciar, que te da paso a lo que los dominicanos llamamos «una ñapa», en esta ocasión un poco más del tema, donde encuentras una guitarra infectada de blues respondiendo a los repiques de un bongó, y todo esto sin dejar de ser rock.
He notado que no quieren deshacerse de aquel estilo. A lo largo de sus cincos álbumes (no sé si tienen más) aquel experimento se ha perpetuado. En el disco «Depende» quieren guarachar en el tema «Pura Sangre», y al parecer alguna voz les recuerda que son roqueros, y entonces entra la guitarra y la batería, creando una competencia sonora con la percusión afro-cubana. En el corte «La plaza de la palmera» aunque no aprecio el sonido del bongo, ni el de las congas, siento que la pauta está marcada por la clave de rumba, de la rumba cubana. «Algo se había cocinado», lo comprobé cuando escuché a Celia, la reina Cruz de la salsa, que cantaba «A lo loco», una samba con el bongó y las congas ensamblados, una especie rara de buena música.
En «De vuelta y vuelta», su tercer material, las cosas continúan de la misma manera. Celia repite en otro dúo, me embriaga la canción «Dos días en la vida», me enloquece «A gustito» que coquetea con los colores del calipso y del merengue. «La luz de tus ojos» trae un sonido progresivo con el ensamble del bongó.
En «Bonito», el cuarto, se siente el «tumbao» de un piano. Aunque no lo he comprobado, puedo apostar que ese piano, las congas, el bongó, y hasta la batería han sido ejecutadas por músicos cubanos, porque se siente «la greña» en las piezas «Aún no me toca», «Mira como viene», «En conexión», y «Cambia la piel», este último no es un rock con matices de rumba, sino todo lo contrario.
Me enteré de que tenían nuevo material por un escrito de Marivell Contreras, que debió alegrarse al encontrar la colaboración de su Dréxler en este CD. La saga de «La Flaca» está presente en el tema «Romeo y Julieta» que no eran de este planeta, canta Paul. La producción lleva por título «Un metro cuadrado», con una fotografía ingeniosa, como las demás, llevando a cuesta la obsesión por la galería musical del Caribe.
No sé, si es un deseo reprimido en el que Cuba es el paraíso, o es la declaración de lo vivido, lo cierto es que Jarabe de palo lleva nueve años «rocanroleando con saco». Han querido «sonear» con la guitarra de Hendrix, y en sus mentes se ha organizado un Woodstock en los solares de la Habana.