Los jarritos esmaltados definitivamente que llenaron una época en la cocina dominicana, especialmente la cocina de las abuelas, esas que con delicadeza y dulzura se encargaban de mantenerlos pulcros colgados de manera ordenada para después presumirlos con su familia e invitados que la acompañaban al despuntar el alba.
La época de los esmaltados, en su variedad de colores: azules, blancos, amarillos, verdes e incluso negros, fue una época básicamente pueblerina, pero súper romántica, muy añorada hoy por quienes tuvieron la dicha de experimentar esos agradables momentos familiares.
Estos jarritos, algunos con detalles decorativos impresos, le dan al café un sabor especial, distinto, cargado de nostalgia, no por el café en sí, sino por la añoranza, los recuerdos que traen a la mente de algunos adultos. Su uso se remonta básicamente a la zona rural, campestre, para saborear la aromática bebida insignia de los dominicanos al asomo del crepúsculo y al caer la tarde.
Este tipo de utensilio todavía se puede conseguir, aunque no en abundancia, pero no en cualquier tienda, sino en los lugares donde se expenden objetos autóctonos, típicos de República Dominicana, como el Mercado Modelo y algunas tiendas de la legendaria avenida Mella.
Es decir, que si quiere rememorar una de esas mañanas en la cocina de la abuela en algún rincón escondido del país, tomando un sabroso y caliente cafecito, simplemente haga como ¡Vivir!, encuéntrelos en las tiendas de artesanía y cristalería de la Mella.
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Estampa dominicana
Los jarritos esmaltados colgados en anaqueles rústicos e improvisados en las cocinas, al igual que los de aluminio, la tinaja, el molinillo, los muebles de palitos, las sillas forradas de guano, las casas con techo de zinc o tejas, el guayo, los retretes, el saco de chanchán para el azúcar, el anafe, el fogón, la cuaba, el pilón, batea de madera y de aluminio, higüero, bidones para la leche, termo para el hielo son parte de las raíces autóctonas de los dominicanos.